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Punto de vista

El lugar de las industrias culturales

El lugar de las industrias culturales
21 de junio de 2016 - 00:00 - José Antonio Figueroa. Catedrático universitario

Algunos críticos de izquierda, inspirados por el filósofo Teodoro Adorno, ven como una apostasía que se una lo sublime de la cultura con lo banal de la industria. En un artículo suyo, el filósofo ecuatoriano Fernando Tinajero cuenta cómo, durante una exposición, un funcionario público relacionaba la cultura con el Producto Interno Bruto (PIB), lo que le obligó a retirarse del recinto, ya que encontraba imperdonable poner a la cultura y las artes en la misma condición de todas las tareas productivas.

¿Ocupan la cultura y las artes un sitial tan especial que las margine de todo cálculo económico? ¿Son las industrias culturales solamente una desviación de la razón instrumental y una simple expresión de imperialismo cultural norteamericano?

Si nos remitimos a la propia tradición crítica, otro filósofo de la escuela de Frankfurt como fue Walter Benjamin, habló con toda justicia del proceso moderno que hizo que, al menos desde mediados del siglo XIX, el arte perdiera el aura de solemnidad y excepcionalidad que le precedía. Este fue un cambio revolucionario en, al menos, dos sentidos: evidenciaba la crisis del sistema de mecenazgo que ataba la producción cultural y artística a los intereses de los grandes señores de la burguesía, la aristocracia y la Iglesia, a la vez que creaba un sentido de masificación y vulgarización de la cultura y el arte, inherente a su democratización.

En los países del norte global, este proceso vino acompañado de una creciente profesionalización que, si bien ha ido eliminando el romanticismo que asocia el arte y la cultura con la renuncia a la vida material y la excepcionalidad, a su vez ha producido una gran estabilidad y un quehacer que ha llegado a consolidarse en la creación de industrias culturales de dominio global.

En Latinoamérica vivimos la paradoja de que la vulgarización y la masificación de la cultura, fenómeno creciente desde al menos mediados siglo XX, ha estado acompañada principalmente de la función de consumidores masivos de los productos del norte global. Sin duda que una de las causas principales por las cuales hemos consolidado el papel de consumidores en la circulación internacional es por la débil profesionalización de las artes y la cultura y por la inexistencia de políticas encaminadas a la conformación de unas sólidas industrias culturales. Las razones de esta débil profesionalización se anclan en viejas tradiciones hispanocoloniales, pero sin duda también ha sido reforzada por el idealismo de izquierdas que se niega a desencantarse y a reconocer que toda democratización viene acompañada de la masificación y de la vulgarización, es decir, de la muerte del aura del arte y la cultura. (O)

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