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El libro: ¿un nexo fetiche o una circulación libre?

El libro: ¿un nexo  fetiche o una circulación libre?
22 de abril de 2013 - 00:00

“Uno de los más grandes hallazgos que tuve fue cuando, caminando por el centro de la ciudad, me topé con un hombre que vendía libros viejos al pie de una casa que estaba en proceso de demolición. Me acerqué, vi textos sobre música clásica y comentarios sobre literatura editados en el país con fechas de 1950 y 1960.

Inmediatamente pensé que esa era una década interesante para la literatura nacional y le pregunté si tenía más libros aparte de los exhibidos. Entonces me dijo: “hay otros, pero están muy sucios...”. Luego, me señaló un pasillo oscuro que terminaba en un cuarto más oscuro, donde columnas de libros negros atiborraban las paredes empolvadas. Prendí la linterna de mi celular, pues no había luz de ninguna clase. Título a título fui revisando esos bloques de polvo en un gesto que para mi novia y el vendedor no podía ser otra cosa que una muestra de locura.

Parecía un cuarto repleto de basura... De pronto encontré: Triángulo de poesía de David Ledesma Vásquez , Ileana Espinel y Sergio Román, autografiado por los tres autores. Contuve la respiración y le dije a mi novia: separa este. Me encontraba en ese momento en una posición sumamente incómoda, pues los textos se encontraban más arriba de lo que mi estatura me permitía, pero el reciente hallazgo requería que me estirara hasta las partes más sucias del lugar, porque solamente es hasta el final (de las dos horas que duró la búsqueda) que veo dos ejemplares sin lomo. Al sacarlos muestran en su portada: Cristal -1953-, dos ejemplares del primer libro de David Ledesma Vásquez, firmados por el autor la noche de su lanzamiento. Casi lloro. Siempre había soñado con esos libros, testimonios vivos de una parte fundamental de la historia de la literatura ecuatoriana. ¿Cuánto me costó esta belleza? Dos dólares con veinte y cinco centavos. Me despedí de ese hombre que desconocía el tamaño de su tesoro. Llegué a mi casa muy feliz, pero también un poco triste”.

La de arriba, una historia cuyo protagonista es Wladimir Zambrano, recuerda que el libro marca, de alguna forma, aquel nexo estrecho que éste halla con el lector. Aparte, cruza dos aristas que lo unen aún más al usuario del texto: su costo y la afinidad que tiene con él la temática. Mañana se celebra, otro año más, el Día Internacional del Libro, fecha promulgada por la Unesco desde 1995 y celebrada cada 23 de abril desde 1996 y, con ella se ponen en escena ideas como, por ejemplo, cuánto, en relación con el lector, el libro alcanza el grado de fetiche o el de un objeto útil cuya circulación no es detenida con afán coleccionista.

“El libro físico -como dijo Richard Lanham- puede tener el valor de talismán. Sin embargo, cuando tratas con talismanes tienes que recordar la diferencia entre el talismán mismo y el espíritu que representa... Tienes a Moby Dick y quieres tenerlo con estupendos grabados en madera de barco, arpones y ballenas que ofrezcan cierto alivio gráfico, y luego empastarlo muy bien y mostrarlo como un ícono. Pero si el vestuario es demasiado llamativo puede ser contraproducente. Los libros, ya sean orales o escritos, son y deben ser objetos útiles”, señala Robert Bringhurst en el ensayo “¿Para qué leemos?”, publicado por el sitio digital elboomeran.com.

Andando por esa línea el escritor quiteño Fernando Escobar Páez dice: “No sé si los términos fetiche y relación sentimental (con los libros) sean los adecuados, pero sí soy coleccionista y los cuido bastante. No son mera decoración, son como personas para mí. Siempre ando tras la caza de libros raros, gasto bastante tiempo y dinero en ello, por eso cuando se me pierde un libro o lo presto y me lo devuelven abollado me pudro de las iras”.

Contrario a Escobar está el periodista colombiano Diego González. Para este lector de ensayos periodísticos los libros deben tener una función casi que social. Deben circular y su dueño debe pensar que lo que hace el texto es ir regando conocimientos. Inclusive él pone en relevancia las iniciativas de los libros viajeros.

Aquellos tomos que van de mano en mano y que han cruzado fronteras internacionales.

González no se cierra del todo al coleccionismo. “Puede ser de colección. De hecho hay colecciones como las periodísticas que intento retenerlas para mí. Pero el libro debe circular si alguien te lo pide prestado para que pueda leer y extraer de él conocimientos. Lo haces circular sin la intención de que te lo devuelvan, porque a decir verdad pocas veces regresan”, sostiene.

Esa función de utilidad se plantearon en dos actividades que se realizaron este fin de semana en Guayaquil: el “Garaje de libros”, que desarrolló la iniciativa cultural Casa Morada, o la campaña “Soy libro”, organizada por Palabra.lab. Ambos actos proponían intercambio de libros o venta de libros que ya fueron leídos por sus dueños originales a precios reducidos.

Kristel Franco, una lectora, plantea que el libro debe ser compartido, aunque no en el contexto ecuatoriano. “El libro para mí es un objeto útil. Genera conocimiento, entretenimiento y placer, sin duda. Cuando tengo un buen libro puedo recurrir a él varias veces; bien sea por una línea que me quedó grabada y quiero volver a su contexto, o bien, porque tengo ganas de recordar la historia completa que he leído. Si es mi libro favorito, para prestarlo, tiene que ser a una persona de extrema confianza. Y aún así, me costaría entregarlo. Si tengo la idea de que podría “no volver”, ni loca lo presto. Especialmente porque en Ecuador no llegan los libros que quiero, y conseguirlos nuevamente me costaría tiempo”.

No obstante, los motivos del coleccionismo no cesan. “Por un lado están los autores que amo y admiro de los cuales trato de obtener la mayor cantidad de libros que pueda, si es en orden cronológico mejor; allí hay una conexión sentimental sin importar la calidad de la edición. Es simplemente el deseo de continuar con su línea vital de escritura. Por otro lado están los hallazgos, esos talismanes mágicos que debido a su rareza/escasez de ediciones, son más que necesarios para el bibliófago. Por ultimo: clásicos y textos recientes, pero con ideas que continúan siendo experimentales. Sin embargo, en todo prima la poesía. Ensayo, creación, narrativa hechos por poetas, poemarios con ilustraciones, libros de autores nacionales autografiados. Mi idea fundamental es que mi biblioteca se componga con lo mejor de la poesía”, expone Zambrano, quien también es poeta.

Y la historia sigue: “Cuando en la librería La Luz -un local de libros usados-, en el centro de Quito, encontré 10 tomos de pasta dura de la colección de literatura erótica La sonrisa Vertical (de Tusquets Editores), que ya está descontinuada y no sale más desde hace un buen tiempo, me emocioné. Los vendían cada uno a 3 dólares y me llevé todos”, cuenta Escobar, quien sentencia que de su estante esos textos no saldrán.

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