El juicio era solo una “Falsa alarma”
Alfonsina Solines y Milton Gálvez comienzan a montar la escenografía para iniciar el ensayo. Entonces aparecen Virgilio Valero y Bernardo Menéndez y empieza la historia, donde encarnan a personajes que por nombre llevan solo lo que son: Asesino y Juez, respectivamente.
Siempre es grato sorprenderse con el desempeño de los actores que suelen aparecer en programas de televisión, cuando trasladan su trabajo a las tablas. Ese es el caso, esta vez, del grupo de Teatro Ensayo Gestus, que el viernes, sábado y domingo, a las 21:00, pone en escena la obra “Falsa alarma”, en el MAAC ($ 10).
Creada en 1948 por el dramaturgo y poeta cubano Virgilio Piñera, “Falsa alarma” es considerada la primera obra del teatro del absurdo de América Latina. Valero enfatiza que fue escrita incluso antes de “La cantante calva”, ópera prima del rumano Eugene Ionesco, considerado junto al irlandés Samuel Becket como el padre del teatro del absurdo.
Durante el diálogo inicial, el juez interroga con ímpetu demoledor, al asesino. Sabemos que mató a alguien mientras intentaba escapar de un robo. Lo que se discute es si se cometió el crimen por defensa propia o porque, como explica el juez: “Dicen que buscabas venganza”; y no acepta nunca las objeciones sobre esa información que plantea el asesino: “¿Quién dice eso y por qué? Ni siquiera conocía a ese señor”. El juez no le cree ni cuando aparece la viuda (Azucena Mora), y explica que jamás en la vida ha visto al asesino.
Esa persecución que hace el juez con una voz atronadora mientras mira con ternura una estatua de la justicia que lleva los ojos vendados y le habla casi desde la servidumbre a la viuda, se vuelve sofocante. Y de pronto, se van todos, dejando al asesino a la espera de un veredicto.
Al regresar, el juez y la viuda se paran frente a una cámara que luce como si fuera de los ‘40, y se dedican a conducir un programa de TV, con conversaciones absurdas y todo. En algún momento, hablan del café, y de cómo al juez no lo desvela, sino que le ayuda a dormir, ante la mirada atónita del asesino, que en medio de la desesperación que le produce ese nuevo escenario, esa manera de ignorarlo que le parece cruel, termina rogando ser ajusticiado de una buena vez.
“Falsa alarma” habla de un profundo desencanto con la justicia, que plantea la viuda, ya en la delirante segunda parte inquiere: “Me dirán que la falta ha sido reparada ¿Qué me importa a mí esa retórica? Mi marido ha sido asesinado”.
Porque ajusticiar, al fin, de qué sirve, si no le va a devolver la vida al muerto. Como ha dicho el juez: “Y los jueces son hombres, y ningún hombre puede juzgarlo”.
En esta obra de desasosiego, remata el juez, personaje enorme, con esta frase: “Me dedico a demostrar que los jueces ¡YA NO EXISTEN!” Nada queda ya por sentenciar. Y se queda el asesino solo, mientras el juez y la viuda acuden a una cita con el peluquero. El interrogatorio no era más que una falsa alarma
Guayaquil se va a las tablas
El Teatro Sánchez Aguilar trae dos producciones. El jueves, viernes y sábado, en la sala principal, Jaime Tamariz llevará a cabo su montaje de “Frankenstein”, de Mary Shelley.
Rossana Iturralde estrena el viernes en la Sala Zaruma del mismo teatro “La edad de la ciruela”, de Arístides Vargas.
Dada la acogida que tuvo “Cock” (de Mike Bartlett, adaptada por Carlos Icaza), el 8, 9 y 10 de noviembre, en el Teatro Centro de Arte, se realizarán tres nuevas presentaciones.
Además, hoy a las 19:30, en el Espacio NoMínimo se realizará un conversatorio con Icaza sobre la obra. Este fin de semana, Guayaquil se va a las tablas.