El guión de filmes como pieza literaria
Sí: el cine también requiere de una escritura honda, cuyas resonancias literarias tracen con poderío y maestría acciones y atmósferas. Sí: el cine también requiere de una escritura morosa, bien cuidada, con estirpe clásica, contundente, que dibuje personajes ambiguos, complejos y desconcertantes: verdaderos pozos humanos. Y esa escritura en el cine proviene del cuño del guionista, que muchas veces no es más que un escritor agazapado entre las bambalinas y el barullo del espectáculo.
Recordemos las experiencias que vivieron ‘Billy’ Faulkner y ‘Ray’ Chandler como guionistas de la factoría Hollywood. Recordemos cómo el primero fue a parar a regañadientes entre productores y divos, para al final cobrar un sueldo para su manutención por el guión de ‘Tener y no tener’ (Howard Haws, 1944). En tanto que el segundo —me refiero al caballero y romántico Chandler— hizo lo propio asumiendo el oficio de guionista en la película ‘Perdición’ (Billy Wilder, 1944).
Un guionista de cine —en los buenos y viejos tiempos— era palabra sinónima de escritor, o uno en sí mismo, como en los casos antes mencionados. Antonioni y Bergman, por citar otro dúo, asumían el guión cinematográfico como una amplia cartografía para la narración con reciedumbre literaria.
Después de acabar con la colegiatura, echado en un delicioso verano, leí algunos guiones de Antonioni (La noche, El Eclipse, La aventura, El desierto rojo… publicados en Alianza editorial, Madrid, 1970) y experimenté la amplitud, hondura y belleza de un texto que dialogaba con las bisagras, muelles y tornillos de la literatura.
Paul Schrader (Michigan, 1946) porta la insignia de la escritura de gran factura en cada uno de sus guiones. Hace poco fue homenajeado por su trayectoria brillante en el festival de cine de Guanajuato con ‘la Cruz de Plata’.
Schrader es un guionista contemporáneo con una voz muy personal que relata la vida de seres complejos, cuyas almas son tormentas de arena. Hoy suma 65 años y en su carpeta de trabajo se anotan los guiones de películas como: Toro salvaje, Vidas al Límite, La última tentación de Cristo (las tres con la dirección de Martin Scorsese), Obsesión (dirigida por Brian de Palma), La costa de los mosquitos (Peter Weir).
Se dice que hasta los 18 años, Schrader no probó ‘bocado de cine’, y que, por el contrario, de espaldas a la pirotecnia de las imágenes, se dedicó a leer a carta cabal. El guión de ‘Taxi driver’ (1976) certifica el trabajo notable de Shrader.
Conmovedor y alucinado es el monólogo interior de Travis Bickle (antihéroe protagonista del filme): sus líneas punzantes nos presentan el contexto y texto del personaje, rutina y percepción de la realidad y de la ciudad que habita, con sus cañerías, pozas y fauna cargada de debilidades y yerros.
Otro momento de antología en Taxi driver, obra y gracia del guión, es aquel cuando Wizard (Peter Boyle) le cruza un par de consejos de vida y calle a Travis. Allí, en aquellos parlamentos que escribió Schrader, brilla la locura, la soledad y la imposibilidad de comunicación de una ciudad, nadie parece escuchar ni comprender a nadie…
El guión, como pieza literaria, como ejercicio de una escritura prolija, deviene inevitablemente en filmes capitales del cine, en historias que no solamente se sustentan por la imagen, y el efecto pasajero de su vértigo. En el guión de los maestros en principio está la literatura, la palabra.