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Los organizadores esperan promover el evento de forma anual

El Funka Fest 'reculturizó' el Palacio de Cristal

Dentro de la exposición de arte se exploraron temas como la relación de los barrios populares con el Salado.
Dentro de la exposición de arte se exploraron temas como la relación de los barrios populares con el Salado.
Karly Torres / El Telégrafo
28 de junio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

La primera edición del Funka Fest, el festival de artes aplicadas, musicales, visuales y escénicas que se realizó este fin de semana en el Palacio de Cristal de Guayaquil, deja entre sus asistentes la expectativa de un “antes y después” para la organización de encuentros culturales en la ciudad, y la posibilidad de dinamizar las propuestas artísticas locales en ese sitio histórico, público y patrimonial de la ciudad.

A inicios del siglo, el Palacio de Cristal era una sede cultural. En el edificio originalmente de hierro forjado, con piezas traídas desde Bruselas y Bélgica en el que fue el mercado de abastos, se organizaron exposiciones completas de Rembrandt, Picasso y Rendón Seminario. El compositor argentino, Ariel Ramírez, dio allí una misa criolla y sus músicos ensayaban en las urnas.

A fines de la primera década del siglo fue la sede de la Feria del Libro, a pesar de que el último recuerdo de este encuentro no resulta idílico por la sobreabundancia de vendedores y la desorganización. Sin embargo, en los últimos cinco años el Palacio de Cristal solo se activó para acoger ferias comerciales, algunos conciertos muy esporádicos —como el de la cantante estadounidense Demi Lovato— y otros eventos privados, bodas entre ellos.

El Funka Fest removió esa dinámica. Aunque el mayor atractivo del encuentro fueron las propuestas de música de bandas independientes del país y el rock de Plastilina Mosh o Babasónicos, el programa permitió generar otros diálogos con el arte.

Durante el encuentro se instalaron en la urna norte del Palacio las propuestas escénicas que se gestan en la ciudad: Microteatro, la danza contemporánea de La Fábrica, la puesta en escena corporal, clown y mímica de ImaginoTeatro y la obstinación homosexual de Zona Escena con Mía Bonita. La urna sur fue sede del recorrido de propuestas de arte contemporáneo. Siete de estas fueron seleccionadas de una convocatoria abierta, entre 100, por la curadora guayaquileña Pilar Estrada. Cada uno de estos trabajos indagaba en temáticas diversas como las tradiciones populares, la tecnología, el paisaje urbano y la imagen poética.

La muestra incorporó discursos que interpelan la normatividad guayaquileña. En el centro de la adoquinada calle Sargento Vargas -entre la urna norte y la sur— estaba la obra que en 1987 montó el artista Xavier Patiño en el Parque Centenario ‘¡Si no está conforme toque la campana!’. A la hora del almuerzo la gente hacía fila por tocarla, aunque nunca manifestaron sus motivaciones. El colectivo Las Brujas (integrado por María Gabriela Chérrez, Romina Muñoz y Gabriela Cabrera) instaló ‘Flora habitual’, un jardín que -en contra del sentido de ser del parque- es un espacio verde de cemento y vidrios que no se puede pisar, y donde es prohibido tomar café, besarse o levantarse la camiseta para tomar el sol.

Del otro lado de aquel parque estaba la obra de Ricardo Bohórquez, ‘7m2’, un pedazo de césped descontextualizado en el malecón, que sí se puede pisar y recostar a tomar el sol. “Juntar estas propuestas en un edificio icónico como el Palacio de Cristal (...) también es una oportunidad necesaria para plantearnos un ejercicio crítico. Como habitantes de la ciudad estamos compelidos a pensar el futuro, para ello requerimos conocer manifestaciones que discutan —desde otras aristas— quiénes somos hoy en la ciudad y nos cuestionen qué significa ser ciudadano”, dice Estrada sobre las propuestas de arte que generan ese discurso desde lo público.

Para Jaime Tamariz, director de Daemon, la compañía que monta Microteatro, “fue un acierto concebir el festival con propuestas de arte que no son masivas, pues permite que personas conozcan estas actividades culturales. De alguna manera fue un riesgo hacerlo, pero dejó un precedente, al ir contra la corriente que encuentros como estos no funcionan, pero el público guayaquileño respondió muy bien”, dijo Tamariz.

Agregó que “es importante que los artistas podamos acceder y utilizar los espacios públicos, que son para todos, para que la gente pueda encontrarse y compartir distintas actividades culturales”, dijo. “Al fin el Malecón es un lugar público”, comentó una de las asistentes sobre el Festival, en el que además, circuló cerveza —un hito en este tipo de eventos en espacios públicos—. “Así es como me imagino el primer mundo”, dijo una artista contemporánea que integró la muestra sobre la forma de circulación en un espacio público que permitió el festival.

La mayor disputa sobre la realización del Festival fue la promoción de la Empresa Pública de Turismo y Promoción Cívica del Municipio de Guayaquil, que por ser la principal auspiciante del encuentro -financiando 150 mil dólares del total de la realización—, promocionó el nombre de la institución y para artistas como Daniel Adum, fue considerado un acto político. Sin embargo, para gestores culturales como Francisco Feraud, este financiamiento es un aporte para la realización de festivales necesarios en la ciudad, que tienen la iniciativa y organización de personas que saben cómo hacerlo. (I)

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