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El Telégrafo
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Entrevista / Guido Tamayo Sánchez / Escritor, comunicador social y gestor cultural colombiano

"El fracaso saca a la superficie la complejidad humana"

"El fracaso saca a la superficie la complejidad humana"
Miguel Jiménez / El Telégrafo
28 de junio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Mientras recorría el pasillo del hotel donde se alojó en Quito, el escritor Guido Tamayo tenía una expectativa triple. Era el miércoles 22 de junio: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) habían firmado el cese al fuego, al igual que el gobierno del país cafetero; cuya selección se enfrentaría al combinado chileno, en la semifinal de la Copa América; y -media hora antes del partido que terminó con resultado adverso para los colombianos- el también comunicador social presentaría la novela corta Juego de niños (Penguin Random House, 2016) por primera vez en Ecuador.

El autor ejerce la gestión cultural en Bogotá y, la tarde que conversó con este diario, recibió la antología Mujeres que hablan, editada por un paisano suyo, el poeta Antonio Correa Losada -residente en el país-, quien le fue a dar la bienvenida en la que, sin duda, será una fecha imposible de olvidar para Colombia.

Usted vivió en Barcelona, España, toda la década del ochenta: el franquismo vivía su ocaso, al igual que el boom latinoamericano... ¿siente vértigo al imaginar el futuro de Colombia?

El triunfo de mi país, al igual que en lo futbolístico, va a ser ‘muy luchado’. Es curioso, yo creo que lo que viví en una Barcelona enfiestada, ‘enrrumbada’ (en medio de una rumba, no tomando un rumbo cierto) por la muerte del dictador (Francisco Franco) tenía el ánimo de expresar una libertad que no se había tenido, seguía el sentido de la explosión de muchas cosas, especialmente de la liberación en el ejercicio de la vida cotidiana y en la creación, el arte o en lenguajes que habían sido escondidos, reprimidos por el franquismo. El teatro callejero, las tradiciones menos culteranas y populares empezaban a reaparecer en la esfera pública...

Las circunstancias en Colombia, en cambio, tienen que ver con que, a pesar de todo, hay un ejercicio de la libertad, del placer, de un gozo inevitable; por tanto, son cosas incomparables. Lo que se avecina acá es un reto muy impresionante de construcción de la paz. Todos los colombianos debemos estar conscientes de que esto empieza con la firma de los acuerdos, eso garantiza la dejación de las armas, algo muy importante -en relación a los índices de violencia, por ejemplo- pero la construcción definitiva de la paz es una cosa complicadísima. Las razones viejas que argumenta la guerrilla para existir, como la desigualdad, están vivas, entonces el reto es muy difícil y recién empieza.

¿Ha escrito sobre fútbol?

No lo he hecho. Ahora estoy nervioso por mi selección, para que seamos campeones. Presentar mi novela es un reto bastante menos importante. Me encanta este deporte, pero no he escrito sobre él.

En la novela El Inquilino (2011) el fracaso juega un importante papel y, ahora que aborda la infancia, también se sostiene en el relato, ¿esto será constante en su obra?

Mis cuentos y novelas giran en torno a eso aunque no fue premeditado, sucedió simplemente. Me encontré con el fracaso. Tanto Manuel de Narváez (protagonista de su primera novela) y Fernando, en Juego de niños, son personajes que fracasan casi naturalmente. Aunque no puedo negar que tengo una atracción especial por el fracaso, me parece que en este nos revelamos más como seres humanos que en su supuesta contraposición, el éxito, que es muy relativo y de un prestigio completamente falso. El triunfo es nada interesante, nada seductor, en general es muy aburrido; mientras que el fracaso saca a la superficie las cosas más complejas de la condición humana.

El juego, la historia de Fernando, es revelador...

Es interesante desde su marginalidad, derrota, desde la imposibilidad e incapacidad. En un mundo de supuesta normalidad, igual que en El Inquilino, el deseo ingenuo y la infancia feliz los hace chocar contra la realidad que ha decidido darles la espalda.

Usted inicia la novela con la frase: Recuerdo que eras un niño envejecido, Fernando, un niño viejo... ¿A qué se debe el uso de la segunda persona, un narrador que interpela a otro personaje?

Eso lo puede explicar el epígrafe de la poeta cubana Fina García Marruz que dice: “Ahora que estamos solos / Infancia mía / hablemos”. Es una interpelación directa, una conversación que se quiere sostener de manera honesta, abierta y descarnada con la infancia. Yo pretendí hacer eso con Juego de niños, de la manera más auténtica y menos falsa posible. La segunda persona invita a que nos digamos las cosas de una manera más sincera. La diferencia con la primera y tercera (personas) es que no siempre permiten una revelación, un gran cuestionamiento sobre lo que el otro hace. Se trata de preguntarse, volviendo a la infancia, por qué uno era tan diferente a los otros niños, tan misterioso y viejo en apariencia y por qué sufre tanto.

Usted transitó del cuento a la novela breve...

No quiero preguntarme por los géneros, no lo he hecho sino que los textos mismos se definen en la medida en que se van construyendo. Tengo una tendencia especial hacia las formas breves, sí, pero tampoco hay una premeditación, cuando escribo no estoy pensando en la extensión, en los géneros... No me siento a escribir cuentos o novelas, me siento a escribir un texto que va definiendo su naturaleza en el transcurso de la escritura.

Pero en su narrativa siempre hay lugar para la concisión, la economía del lenguaje...

Totalmente y eso quizá tiene que ver con dos cosas: un temperamento que uno se va construyendo, porque las elecciones literarias no pertenecen exclusivamente a las estéticas, a una decisión poética definida sino a las formas de ser de los autores que se ejercen en la escritura. Lo otro es que descreo de la cantidad y el exceso, me parece que no hay que decirlo ni contarlo todo, la literatura es aquello que se selecciona, precisamente, lo que evita el todo. Mi reto entonces es elegir qué se narra y con qué palabras precisas. Entonces siempre habrá brevedad, sugerencias, elipsis y una confianza en el silencio, en lo blanco o negro, lo que está o no escrito. Por eso quizá la figura del crucigrama -que aparece al inicio del libro- también conlleva una reflexión mía sobre la novela. (...) Y, ahora, por ejemplo, en mi país, nadie se siente eclipsado por el realismo mágico que ya no nos pertenece a las generaciones actuales ni a sus narradores. (I)

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