Al menos 20 mil títulos de ciencias sociales, literatura, economía y leyes están en el acervo
El fondo de Manuel Medina Castro irá a la Biblioteca Municipal
“Me hubieras avisado lo que ibas a hacer”, le dijo Manuel Medina Castro a su hijo, cuando el pequeño, delgado y con el pensamiento cargado de las conversaciones políticas que había acumulado con su padre, le lanzó sobre la mesa el carnet de comunista. Era julio de 1963 y Medina Castro sabía que iban a derrocar al presidente Carlos Julio Arosemena y que, como en todo el continente, el ejército empezaría la guerra contra los comunistas, contra él.
Arosemena se dedicó a beber cuando asumió la presidencia, en noviembre de 1961. Las Fuerzas Armadas —según Medina Castro— dejaron que él se alcoholizara y que cada vez que interviniera ante el público hiciera su mejor show. Cuando llegó de visita el presidente de Chile, en ese entonces el derechista Jorge Alessandri Rodríguez, Arosemena lo recibió borracho y se saltó el protocolo. El chileno se subió al avión al mediodía a pesar de que su salida estaba programada para las cuatro de la tarde, no hubo quien lo sacara de su espera.
Un grupo de militares derrocó a Arosemena el 11 de julio de 1963 y asumieron el mando. Medina Castro estaba en Quito y, luego de los cambios políticos, debía regresar a Guayaquil, a su casa en el Barrio Orellana, cerca de dos esteros que ya no existen. Allí construyó un piso para darle espacio a sus libros, a sus manuscritos y a una hamaca para descansar.
A su llegada al puerto sorteó su vida de casa en casa. Sus amigos, todos los que no eran comunistas, lo escondieron y se arriesgaron a los portazos militares que hubo para encontrarlo. Mercedes Capelo, su esposa, una católica practicante a diferencia de su esposo que era ateo, se fue apenas pudo al Cristo del Consuelo para cargar agua bendita y echarla sobre su casa. En la ausencia del marido, la fe debía proteger a sus cinco hijos, dos niños y tres niñas.
El 15 de julio los militares tocaron su puerta. Mercedes conversaba con una vecina y los niños estaban en pijama. Un hombre que se identificó como el teniente Donoso comandaba la operación. Buscaban a Medina Castro y evidencias de su militancia roja, en el Partido Comunista.
El primer lugar capaz de delatar el pensamiento de un hombre es su biblioteca. Los militares subieron al lugar que Medina Castro construyó sobre su casa y arrojaron por la ventana, uno por uno, los libros que no servían de evidencia hasta que dieron con una edición de la revista estadounidense Life que, por casualidad, tenía en la portada el rostro joven de Fidel Castro. Cuando lo vieron en la portada se llevaron todas las ediciones de la revista bajo la consigna de ‘propaganda comunista’.
Mercedes temía que fueran agresivos con su familia, pues había escuchado que los militares llegaron a casa de la maestra y poeta Aurora Estrada cuando se estaba bañando. La sacaron de la ducha desnuda y enjabonada para interrogarla. “El hombre de la casa era mi hermano y estaba muy chiquito, tenía apenas 14 años. Mi mamá llamó enseguida a un tío que no tenía una pierna y andaba con muletas para que nos defendiera”, dice Mercedes, la hija mayor de los Medina-Capelo.
Su padre salió de su escondite y dio vueltas cerca de la casa con la intención de intervenir en caso de que viera alguna agresión. Estaba dispuesto a entregarse, pero no tuvo que hacerlo.
“Los militares fueron amables”, dice Mercedes, quien ahora tiene las caderas más anchas, el cabello corto y cano, y viste con la sencillez que aprendió de su madre.
No les hicieron daño aunque entre las cosas que se llevaron estaba la primera versión del manuscrito del libro que Medina Castro escribía sobre geopolítica. Durante aquella dictadura la familia migró a Cuba, donde Manuel permaneció asilado hasta mediados de los 70.
Antes de partir, el padre hizo una lista de los documentos que necesitaba para escribir de nuevo el libro que los militares habían desechado. Ya en Cuba terminó y publicó Estados Unidos y América Latina. Siglo XIX, “un tratado de casi ochocientas páginas que narra, con una escalofriante objetividad, la infortunada historia de las relaciones de Estados Unidos con América Latina en el siglo pasado”, dijo el escritor lojano Ángel F. Rojas en la primera versión que se imprimió en Ecuador, en los 90, luego de que ganara el Premio Casa de las Américas, en 1968.
En el exilio Medina Castro vio el futuro. Cuando la familia regresó a Ecuador, a pesar de que el gobierno cubano le pidió quedarse para que escribiera el mismo libro en su versión del siglo XX, el padre buscó la forma de que sus hijos estudiaran carreras técnicas. Creía que debían especializarse en materias que casi nadie estudiaba en Ecuador. Manuel, aquel pequeño que se afilió a las juventudes comunistas cuando la democracia caía, estudió hidrología en la Unión Soviética y su hermana Mercedes fue la primera ingeniera en sistemas en el país, graduada en la actual Ucrania.
El padre de Manuel Medina Castro lo involucró en las luchas obreras antes de morir y le pidió que estudiara leyes porque así ayudaría a los pobres. La tarde del 15 de noviembre de 1922, el padre le pidió a su esposa que lo despertara para asistir a la gran marcha obrera. Ella no lo hizo para protegerlo y él se levantó tarde. Salió corriendo a la protesta y regresó cargado sobre los hombros de sus compañeros.
Medina Castro nunca dejó las filas comunistas. Fue docente de Historia de la Economía ecuatoriana, casi hasta el final de sus días, en la Facultad de Economía de la Universidad Estatal. En su testamento pidió que la biblioteca en la que los militares buscaban propaganda comunista se quedara en el edificio del Partido Comunista, donde estaban sus adeptos y compañeros.
La situación del Partido cambió y los hijos intentaron donar el fondo a la Facultad de Economía de la Estatal. Casi hacen una donación de los libros con la condición de que se dedicara un espacio a sus estanterías, con el nombre de Manuel Medina, pero aquel tratado no se concretó.
Luego de su muerte, el 16 de junio de 1996, aquel piso que construyó para pasar las tardes en su hamaca y leer lo que le placiera, se llenó de polvo. Sus casi 20.000 ejemplares de libros sobre literatura, política, sociología, la obra completa de Lenin, las revistas de la Unión Soviética y algunos archivos de periódicos con los cuales trabajaba en sus clases, se envejecieron en una casa deshabitada y en donde entra poca luz.
Hace cuatro meses, sus herederos, optando aún por donar la biblioteca a la Universidad de Guayaquil, se enteraron de que “solo sirven para la acreditación los libros que se publicaron hasta hace máximo cinco años”, según constató la directora de la biblioteca general, Ruth Carvajal.
Ella aclaró que recibieron muchas donaciones que quedaron en sacos y no podían tenerlas a la vista de los evaluadores cuando llegaran. Trataron de transportar una serie de esos libros guardados en sacos a una bodega “hasta decidir qué hacer con ellos”. En el proceso se rompieron las telas, se dañaron los libros y los terminaron botando. Para los hijos de Medina Castro la universidad en la que estudió y dio clases su padre no era un lugar seguro para conservar su memoria.
Dos meses atrás, en un acto de desesperación por conservar los libros, el hijo mayor, el más parecido a Medina Castro a medida que pasa el tiempo, se contactó con la Biblioteca Municipal de Guayaquil para entregar los títulos en donación, sin condiciones, y lo logró.
Los libros se conservarán por separado. Ya se llevaron un primer lote, en 31 cajas; el segundo aún está en la casa esperando su retiro, también en cajas. Otros, aún están en las estanterías. Cuando todos se trasladen, la Biblioteca hará un inventario y concretará la donación. (I)