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El Telégrafo
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“El diario era como un pariente más”

“El diario era como un pariente más”
13 de febrero de 2014 - 00:00

El único símbolo en su apartamento que delata su historia familiar es un enorme retrato colgado al fondo de la sala. “Ese es mi abuelo”, dice doña Graciela Leví Castillo, quien añade que probablemente sea la única pintura que exista de él. El abuelo de doña Graciela es José Abel Castillo, segundo director de El Telégrafo, luego de que Juan Murillo Miró se lo vendiera a fines del siglo XIX.

¿Recuerda a su abuelo?

Claro que sí. Yo tendría unos 15 ó 16 años y estaba encargada de leerle el periódico; aunque estaba enfermo le quedaba el empuje de antes. Para mí su máximo logro fue darse cuenta de que estábamos atrasados en aviación respecto de otros países, así que compró un avión al que nombró El Telégrafo I, para que atravesara los Andes. Así despegó la aviación. Él concibió el edificio de El Telégrafo como un monumento. Mi mamá me contaba que cuando mi abuelo se proponía algo lo conseguía. La torre del diario fue inspirada en el famoso Big Ben de Londres, que maravilló tanto a mi abuelo cuando lo conoció; consiguió los planos de esa torre y la hizo construir exactamente igual.

Decir El Telégrafo, ¿qué evocaciones le trae?

Amo este periódico. Crecí escuchando las historias del diario. Para mí era una persona, como un pariente más. La mayoría de los Castillo estábamos ligados a El Telégrafo. María Piedad, mi mamá, dirigía el suplemento El Telégrafo Literario, ella y mi tía Leticia eran poetas; mis tíos: José Santiago era el gerente y dirigía Semana Gráfica; Abel Romeo enviaba sus notas desde Europa; y Manuel Eduardo, cuando mi abuelo se fue para Europa, quedó como director.

¿Vivió usted en El Telégrafo?

No, nunca viví allí. El único de los Castillo que se cambió al edificio nuevo fue mi tío José Santiago, que habitaba en el último piso con su familia. Si había algún problema no importaba si eran las 3 ó 4 de la madrugada, él bajaba a ver qué pasaba. Su apartamento no era para nada elegante, grande sí, porque tenía siete hijos y todos vivían ahí. El edificio tenía un camino secreto. Por una escalera trasera se bajaba directamente desde el cuarto piso hasta el patio de una casa en construcción que daba a la calle Sucre. El terreno era de mi abuela, ahora existe ahí un edificio de la familia Antón.

¿Cuando su abuelo regresó de Europa se mudó al periódico?

No, mi abuela Betsabé y mi abuelo José Abel vivieron siempre en la vieja casa de la calle Aguirre, que quedaba justo donde ahora está el Unicentro. El tercer piso de El Telégrafo, que fue hecho para ellos, finalmente quedó para archivos y también para cuando mis tíos Abel Romeo y Manuel Eduardo, por alguna causa, debían quedarse en el diario.

¿Por qué cree que el periódico decayó?

En los años 50 mi tío José Santiago, que era quien siempre estuvo al mando, compró una rotativa con un préstamo del Seguro Social, pero se atrasó en el pago. Y cuando murió, el Seguro quiso que le pagaran la deuda, pero no había con qué pagar. Así que mis tíos Manuel Eduardo y Abel Romeo, con el miedo de que les confisquen sus bienes, nos dijeron que teníamos que vender el diario. Y así fue. Se lo vendieron a Otto Arosemena. Aunque en la junta que convocaron los demás accionistas dijimos que si Manuel Eduardo y Abel Romeo querían vender sus acciones era su decisión, pero que los demás no íbamos a hacerlo. El nuevo dueño dijo que quienes querían seguir como accionistas, podían hacerlo, y así fue. Otto Arosemena puso a su hermano Eduardo en la dirección. Pero cuando Rodrigo Ycaza lo adquirió, nombró director a Benedetti, que lo manejó muy mal. Luego el diario fue comprado por José Antón que nombró director a su yerno, el señor Hanze. Ellos compraron una rotativa y modernizaron el diario. Pero después se lo vendieron a Fernando Aspiazu y cuando se le cargó la deuda de todo lo que debía al gobierno, entregó las acciones de El Telégrafo a la AGD. El resto ya es historia reciente.

ENTREVISTÓ A EVA PERÓN Y JOHN KENNEDY

Graciela Leví, de 87 años, es licenciada en Ciencias de la Comunicación Social y Magister en Ciencias Internacionales y Diplomacia. Escribió para El Universal de Caracas; La Estrella de Panamá; El Comercio de Lima; El Universal y El  Excélsior de México. Vivió  años en Europa, donde trabajó  para la agencia  Associated Press. Desde 1950 hasta  1955 escribió para El Telégrafo. Escribía a máquina un artículo y sacaba  copias al carbón que enviaba a los países donde tenía  corresponsalía. Eva Perón y John F. Kennedy, fueron algunos de sus entrevistados.

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