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El caballero que me cautivó

El caballero que me cautivó
23 de abril de 2014 - 00:00 - Gabriela Silva, profesora de Literatura en Alemán Humboldt

“Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles.”

Don Quijote de la Mancha – Miguel de Cervantes.

 

Nací en una familia marcada por la literatura, de gente dedicada a la educación y que amaba profundamente las artes. Viví una infancia y una adolescencia con las narices metidas en la biblioteca de mi abuelo, devorando cada libro, revista y periódico que caía en mis manos.  Existen, justamente por esta condición de mi infancia, muchos libros que marcaron profundamente mi vida, que construyeron, a partir de la ficción, a la persona en la que iba a convertirme. 

 

A mis 16 años Demian de Hermann Hesse, me condujo a un viaje de vida parecido al de Emil Sinclair, el protagonista, a través del descubrimiento de Abraxas, una divinidad que hasta ahora me parece fascinante. Hesse me permitió replantearme el único universo religioso conocido por mí hasta ese entonces y le dio forma y palabras a ciertas ideas y preguntas que cruzaban por mi mente a esa edad.  Luego a los 20 años, Cortázar y su maravillosa historia de la Maga y Oliveira en Rayuela, marcaron un hermoso período personal, en el que, como muchas mujeres de mi generación, me convertí en la Maga, con un Oliveira que en cambio se fue “al lado de allá”. Sin embargo, me quedé con la lectura a saltos la novela, con la sensación de que entendía un lenguaje creado por los propios personajes, con esta obsesión de buscar todas las referencias y traducir todas las frases en francés con mi diccionario viejito “Francés-Español” (no existía Google Translate en ese tiempo); me quedé con la manía de lanzarme al jazz como respuesta a las múltiples interrogantes de la vida.

 

A pesar de que estos libros que he mencionado (y muchos otros a lo largo de más de 30 años de vida) dejaron huellas imborrables en mí por su calidad literaria, por los cuestionamientos vitales que me lanzaban desde sus páginas, por desestructurarme con sus innovaciones, quiero en este texto hablar de un libro (ya que eso fue lo que se me pidió) que marcó mi vida, en algunos sentidos, pero sobre todo como estudiante y como profesora de literatura, y podría considerar que es el más importante para mí, porque no sé SER otra cosa que maestra y no sé amar más profundamente nada que no sea la literatura. Este libro es Don Quijote de la Mancha.  

 

Casi nunca le creo a las personas que afirman que Don Quijote es su libro “favorito”, básicamente porque no todos los que dicen que lo aman, se han embarcado en la aventura de cabalgar por sus ciento veinticinco capítulos, sino que lo conocen por el episodio de los molinos de viento, le atribuyen frases como la de los perros que ladran y creen que Sancho es simplemente “chistoso”. A veces siento que los que mencionan al Quijote como su libro referente, solo quieren presumir una intelectualidad a la que no termino de descubrirle el encanto. Escribir acerca del Quijote en este espacio, es arriesgarme a que se piense lo mismo de mí, sin embargo, tomando la batuta de las causas perdidas, emprendo este entuerto, con mi oxidada escritura.

 

Leí Don Quijote de principio a fin como estudiante de literatura. Si bien no fue fácil leerlo a mis 19 años, pude sentir a través de la pluma de Cervantes cómo un hidalgo con el cerebro seco “del poco dormir y del mucho leer”, podía parecerse a una estudiante universitaria que tampoco dormía muy bien.  Me fui identificando con este cabalgar persistente, con esa mirada burlona de la gente con la que él se iba encontrando y que pensaban al verlo, que lo que hacía era un imposible, que era una locura intentar cumplir sus sueños. Estaba convencida de que no había batalla, ni siquiera con el Caballero de la Blanca Luna, que fuera posible perder.  La novela de Cervantes me insufló de ese idealismo que ya me había tomado cuando decidí estudiar Literatura ante el asombro de todos los que pensaban que yo podía hacer algo mejor. Don Quijote me dio fuerza, me acompañó, me hizo sentir capaz de lograr lo que me propusiera.

 

Luego de muchos años de esa primera lectura, empecé a ser profesora de literatura en un colegio, una batalla digna del Caballero de la Mancha.  El mundo poco a poco ha perdido el amor por la lectura y los niños y adolescentes encuentran mucha más diversión en la tecnología que en sentarse a disfrutar con los personajes de un libro (de manera general, aunque existen maravillosas excepciones).  El primer año en el que dirigí la materia de literatura me dieron una tarea mucho más difícil que simplemente enseñar literatura: enseñar Don Quijote de la Mancha a estudiantes de I Bachillerato, es decir a jóvenes entre 15 y 16 años. Guiar un curso de literatura, para mí, es sinónimo de transmitir una pasión, de maravillarse frente al mundo creado por un autor, de debatir sus ideas, de crear imágenes propias a partir de las letras de otro y me asustaba mucho por la naturaleza de la novela de Cervantes, por su lenguaje antiguo y por la lejanía de sus acciones, no calar en estos jóvenes o, peor aún, que terminen odiando a mi amado caballero.

 

Fue así que en el 2007, emprendí una maravillosa relectura del Ingenioso Hidalgo, ya no como estudiante universitaria, sino con la firme convicción de lograr que un grupo de alumnos se sientan tan maravillados como yo, frente a un personaje que a partir de la literatura, abandona todo en busca de la justicia, la igualdad, la verdad, la libertad. No fue una tarea fácil. Don Quijote es un libro complejo, con una gran estructura que incluye a un narrador (¿el propio Cervantes?) como amanuense de las aventuras de este hidalgo, contadas en un principio por el árabe Cide Hamete Benengeli; tenemos también historias insertadas, paralelas a lo que sucede con  el protagonista y que luego se materializan en una venta, lugar insigne de las aventuras del Quijote; y un sinfín de personajes que van cruzando por los caminos y a los que Cervantes les concede mucha importancia, así sean episódicos. Por lo tanto entre el placer y el deber comencé a redescubrir el genio de Cervantes para poner en marcha todo un arsenal imaginativo al servicio de una causa que yo creía casi imposible.

 

Descubrí que existe una mayor relación entre los adolescentes y Don Quijote de lo que yo hubiera pensado.  Al comenzar la lectura, mis alumnos eran Sancho respondiendo a Don Quijote “(…) que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas(…)”, no entendían cómo este señor, Don Alonso Quijano, se iba por el mundo con una armadura destartalada. Nuestro mundo lleno de una lógica monetaria y pragmática se imponía frente a una ficción totalmente incomprensible. Poco a poco el discurso del caballero logró ir calando en ellos y me cautivó nuevamente a mí: la disertación sobre la utópica edad de oro y sus razones para hacerse caballero, que nos hacía reflexionar acerca de ese tiempo y de nuestro tiempo, de cuánta importancia le damos a la conservación de nuestros ideales e incluso hizo que algunos se plantearan si en realidad tenían algún ideal; el respaldo a Marcela, una moza que se convirtió en pastora y defendía su libre condición y su derecho propio de amar a quien quisiere; la liberación de los galeotes(presos confinados a las galeras por crímenes que habían cometido), que nos hizo pensar hasta qué punto estaríamos dispuestos a luchar por la libertad del otro, hasta qué punto el ser humano tiene derecho de decidir por los otros.

 

Con este grupo de Sanchos que se iban quijotizando como el propio personaje de la novela(y durante tres generaciones más de creyentes en la utopía del caballero andante), trabajamos la obra desde muchas perspectivas y con algunas técnicas y herramientas “modernas”. Por ejemplo, escuchamos Molinos de viento del grupo de folk metal español Mago de Oz (“Amigo sancho, escúchame/no todo tiene aquí un porqué,/ un camino lo hacen los pies”) y a partir de la canción y de la lectura de la novela mis alumnos escribieron textos que los conectaban con el ideal del caballero, que les hacían darse cuenta que esta obra, escrita en 1605, seguía teniendo vigencia en nuestros días, que incluso era ahora el tiempo en el que más necesitábamos un caballero andante que nos ayude a deshacer “todo género de agravios” y nos rompa con la lanza de su fantasía ese mundo cuadrado y lógico al que nos empujan a creer, ese mundo en el que estamos condenados a vivir. También empezaron a sorprenderse y admirarse de la estructura construida por Cervantes y aclamaron la respuesta del autor, en la Segunda parte de Don Quijote de la Mancha, a Alonso Fernández de Avellaneda, autor de un Quijote apócrifo e imposible, porque pensar que Don Quijote renunciara en algún momento al amor de Dulcinea del Toboso hubiera sido como pensar que podría existir mejor dupla que Sancho para el Caballero de la Mancha, mis alumnos lo sabían. Vimos también una película acerca de la segunda parte de Don Quijote dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón, una excelente adaptación que arrancó lágrimas entre los más sensibles y obviamente me hacía llorar todos los años (muchos estudiantes soñaban con el momento de ver la película para comprobar la leyenda de que cada vez que yo la veía, lloraba). En fin, exploramos el Quijote, con menos rigor académico del que se esperaría, pero con mayor comprensión de su fondo, de los significados atrás de las palabras, con almas de quijotes del siglo XXI.

 

“Amar la pureza sin par 
buscar la verdad del error 
vivir con los brazos abiertos 
creer en un mundo mejor”

 

Este fragmento de la canción Sueño imposible que interpreta Claudio Brook en el famosísimo musical El hombre de la Mancha, original de Broadway y adaptado al español y al francés, resume de cierta manera lo que la lectura como estudiante y la relectura de Don Quijote en el contexto de mi actividad como docente, produjo en mí.

 

Amé la pureza sin par de un personaje que creyó en sus ideales y por lo tanto en que más allá de todo, en el mundo existe bondad, puede existir justicia y se puede vivir en la verdad, lo amé antes, cuando era tan solo un manojo de ilusiones y estudiaba algo en lo que nadie creía y lo amé entonces, cuando tenía la certeza de que no me había equivocado al seguir mis fantasías. Amé también la pureza de unos adolescentes que a pesar del desencanto posmoderno en el que se hallaban sumidos, se dieron una oportunidad (tal vez la primera, tal vez la última) para soñar imposibles, para adentrarse en una ficción de un tiempo extremadamente lejano a ellos y volverla suya, hacer propia la ilusión.

 

Busqué (y encontré) la verdad del error, porque la verdad es, desde la perspectiva de Don Quijote un punto de vista personal: “Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa.”, lo que no impide que tengamos el derecho a luchar por lo que creemos cierto, lo que podemos ver que es verdad. Don Quijote veía cosas maravillosas y sería importante preguntarnos si no estaremos nosotros siendo esclavos de nuestros sentidos, si la verdad no sería encontrar la maravilla en los objetos cotidianos. Comprendí también en esta aventura quijotesca que no existe error cuando hay mentes jóvenes que se convierten en lectoras a través de un caballero andante, que lo que los mueve personal e internamente, los hace también ver ágil, robusto y veloz a Rocinante, al de la novela y al suyo propio.

 

Don Quijote me hizo vivir con los brazos abiertos, porque así como él, quise yo “enderezar tuertos y desfacer agravios” y mi ideal, mi ensueño era acoger a través de la literatura a estos estudiantes que se espantaban al ver el grosor de la novela de Cervantes.  Pudimos todos abrir los brazos a las letras, solidarizarnos con Cardenio, Luscinda, Dorotea y tantos otros personajes de las historias insertadas. Sentimos el viento de los caminos recorridos en España y creo que de alguna manera ese baño de fantasía, abierto al mundo, los llevó a ser otros. A mí me cambió por completo.

 

Creer en un mundo mejor. ¿Existe algo más puro y más sincero que la esperanza? Don Quijote y Sancho me regalaron la esperanza en un mundo mejor. En algún momento, leyendo el libro, pensé que hacía falta tener una locura del calibre de don Quijote para defender así los valores que nos propone la novela. Al final, cuando nuestro protagonista regresa a su aldea y recupera la cordura, mi certeza fue que solo se puede vivir si se “adolece” de una locura como la suya, solo vale la pena vivir si se está tan loco como para defender nuestras propias convicciones, para luchar por nuestras propias quimeras. No sé si habré logrado instalar en todos mis estudiantes esta idea, que me parece la más valiosa, la “sin par”, como Dulcinea. No sé si esas cuatro generaciones de adolescentes caballeros andantes crean en un mundo mejor, sin embargo, es mi ideal.

 

Cada vez que veo el libro de Don Quijote sobre el velador de mi cuarto, se me alegra el alma, tenemos una relación de complicidad, aunque no siempre tenga la oportunidad de releerlo.  Es un libro que ha marcado mi vida porque desde siempre me sentí un caballero andante como él, porque pude seguir luchando contra molinos y descubriendo en cada personaje episódico de mi vida, una verdad y un motivo por el que seguir. En cada relectura de esta maravillosa novela se puede seguir aprendiendo, interpretando; creo, además, que siempre toca los corazones de quienes lo leen de una manera distinta, pero muy parecida, porque nos infunde valor en una época en la que nos han hecho creer que las utopías han muerto, que no vale la pena pelear. Don Quijote, trepado en un flacuchento Rocinante y con su inseparable escudero, que cabalga a su lado sobre un triste jumento, nos hace vivir la certeza de que la única derrota que puede matar a un ser humano es el fin de la ilusión.

 

“ese es mi afán

y lo he de lograr

no importa el esfuerzo

no importa el lugar

saldré a combatir

y mi lema será

defender la virtud

aunque deba el infierno pisar

porque sé, que si logro ser fiel

a tan noble ideal

dormirá mi alma en paz

al llegar el instante final”

                      

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