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El Telégrafo
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Entrevista / Pablo Montoya / Ganador del premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos

“El artista es el único elemento sensato que existe en sociedades crueles”

Foto: Cortesía Editorial Sílaba
Foto: Cortesía Editorial Sílaba
13 de junio de 2015 - 00:00 - Luis Fonseca Leon

La relación de la literatura con las artes es la materia prima en las 4 primeras novelas del colombiano Pablo Montoya, quien recibió en Envigado (Antioquia), donde reside, la noticia de haber ganado el premio Rómulo Gallegos.

“Me interesaba entablar puentes entre la música y la literatura y también entre música y pintura. Un tema que permea toda esta novela”, afirma sobre su última obra, la cual tuvo 8 meses de investigación y viajes como antecedente, lapso incluido en los 4 años que le tomó su escritura.

En una de las escenas de Tríptico de la Infamia aparece un ave misteriosa, con las “alas extendidas, el pico abierto y sus ojos riendo desde el más allá de las aves raras”...

El loro fue uno de los primeros emblemas que caracterizaron a América Latina frente a los ojos de los europeos en el siglo XVI.

Si ves la pintura de Ángel Durero (1471-1528), por ejemplo, hay loros en sus grabados. Y hay otros elementos americanos, como calabazas o ciertas figuras indígenas. El loro es un animal simbólico, representativo no solamente de Colombia sino de todos los países tropicales.

Entonces, el pasaje en que aparece este loro en la novela se debe a que Tocsin —el cartógrafo y profesor del pintor Jacques Le Moyne— está en continuo contacto con los viajeros que van a América, al África y, pues, el ave es una que le han traído sus amigos viajeros.

Siempre les han parecido exóticos, hermosos y simbólicos a los europeos y, particularmente, a los franceses y alemanes.

En cuanto usted empieza a perfilar a Le Moyne, quien tuvo que hacerse arcabucero, usa una frase que puede ser una descarnada condición de vida: “en épocas de terror y vandalismo, era necesario saber de armas y emboscadas”...

No sé si ese pintor pasó por ese aprendizaje como mercenario, pero lo presiento y le hago vivir ese tipo de experiencia en la novela porque pertenece a una época de violencia, de guerra y confrontaciones (las guerras religiosas europeas).

Sin embargo, muy rápidamente lo pongo dedicado completamente a la cartografía y al arte. Lo que muestra la novela, en realidad, es cómo se comportan 3 artistas, perseguidos, exiliados, vapuleados por las guerras, por la intemperancia colectiva, por la locura general.

Los 3 están buscando la belleza, el conocimiento y el oficio de las técnicas artísticas en medio de una sociedad convulsionada.

Es lo que yo pretendo mostrarle al lector: cómo el artista es, a mi juicio, el único elemento sensato que existe, o uno de los pocos, en medio de estas crueles sociedades por las que hemos tenido que atravesar tanto en Europa como en América.

Y en la actualidad, que también puede inspirar terror, ¿es necesario saber de armas y emboscadas?

Para nada. Yo he tenido que enfrentarme a toda una formación histórica y entender todas esas guerras pero soy un pacifista absoluto.

Jamás he creído en las armas, me parecen terribles los militares, de izquierda, de derecha, de cualquier lado. Me parece que es un grado de infancia humana tener que depender de policías y ejércitos para poder estar ‘dizque’ seguros.

A mí eso me parece un absurdo y un contrasentido que manifiesta el estado de puerilidad, de inmadurez en la que los hombres hemos vivido porque hemos vivido en guerra, matándonos unos a otros por principios absurdos.

Sin embargo, el relato de la violencia o el narcotráfico predomina en la literatura latinoamericana de hoy...

Yo he abordado la violencia, sobre todo la de Medellín, en algunos de mis libros, como en mi tercera novela, Los Derrotados (Sílaba, 2012).

Yo trato de no ocuparme de los victimarios, de los narcos, directamente, o de los sicarios, sino que trato de darles un espacio a las víctimas de esos personajes tan crueles. Pero, si ves el panorama colombiano, ha habido una fascinación muy grande por aquellos modelos.

Fernando Vallejo escribió La Virgen de los sicarios (Alfaguara, 1999), quizá el libro más importante de esa literatura que algunos han denominado ‘la sicaresca’.

Una novela tremenda desde varios puntos de vista pero, al lado de esta, hay obras sobre la violencia que son de baja calidad. Generalmente lo que predomina es una manera sensacionalista, amarillista, espectacular de esa violencia que aparece en la literatura.

En Vallejo, en cambio, hay una apuesta estilística, un personaje muy sólido, una visión del mundo estremecedora, una poeticidad del espacio, de Medellín, y un sentido de la ironía y de la burla que me parece verdaderamente espléndido aunque, reiteradamente, retrocedamos un poco, espantados ante esas burlas.

Vallejo acapara una atención, que si bien no es comparable a la que concitaba Gabriel García Márquez, crece en torno a sus pronunciamientos. ¿Qué piensa usted del escritor antioqueño?

Es un narrador que yo aprecio mucho, sobre todo en sus primeras 5 novelas. En El Río del Tiempo está el gran Fernando Vallejo. Es un escritor muy distinto, completa-mente diferente a García Márquez.

El realismo visceral, por decirlo así, del uno no tiene nada que ver con el realismo mágico del otro, cosa que hay que celebrar porque eso demuestra, una vez más, que el panorama de la literatura colom-biana es amplio. Son perspectivas narrativas radicalmente opuestas.

Vallejo se puso, como es usual en su modus operandi, a pelear con García Márquez, quien quizá se sentía muy por encima de las diatribas que le envió el primero.

No conozco ninguna respuesta suya. Y hay un Fernando Vallejo con quien yo discrepo, con ese extremismo nihilista, un poco delirante, misógino, racista, antipopular, cosas con las que no simpatizo mucho.

Me parece un escritor ya en el plano del espectáculo, uno que tristemente ha caído en esto de ir a las ferias, a los sitios a los que lo invitan a despotricar y todo eso genera una atmósfera de aplausos.

A mí eso me parece nada más un montaje. Creo que si Vallejo se hubiese dedicado solamente a escribir, la percepción que tenemos algunos de él sería más positiva y entusiasta.

A mí, ahora, me cansa, me parece repetitivo y no me produce entusiasmo alguno en sus apariciones públicas pero hay una obra literaria suya que yo valoro.

Además de los pintores en los que se basó para su última novela (Jacques Le Moyne, François Dubois y Théodore de Bry), ¿hay otras voces de la Colonia que debamos escuchar?

El pasado es inmenso y hay un montón de voces que están pidiendo un espacio, sobre todo en una literatura como la nuestra que ha sido, durante un buen tiempo, una literatura escrita por los vencedores y no por los vencidos.

Lo que está intentando hacer la novela histórica, justamente, es darle voz, darle perfil, contorno a un montón de voces silenciadas.

Aunque mis personajes no son americanos sino europeos, lo que yo trato, a través de estos pintores menores, desconocidos, es hacer un balance distinto al que usualmente se ha hecho frente al siglo XVI y cómo ha sido recreado en la novela histórica hispanoamericana.

Un caso particular, en Antioquia, es el de una mujer que se llamó Javiera Londoño. Ella vivió en la época de la Colonia y fue una de las primeras mujeres, en el contexto colombiano y creo que latinoamericano, que liberó a los esclavos antes de que se produjera el estremecimiento social de la Revolución Francesa (1789).

Antes, incluso, de las revoluciones cimarronas de las Antillas, ella dio libertad a los esclavos. Es un personaje que valdría la pena recrear, yo no lo haré, pero valdría la pena rescatarla de ese silencio en el que está. (I)

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