El archivo sonoro de J.D. Feraud Guzmán está en bodega
En los años 60, durante una tarde normal en la tienda de la disquera J.D. Feraud Guzmán, se escuchaba un pasillo. “¿De quién es esa voz?”, preguntó Gladys Manzur un tanto impresionada. “Suena muy femenina”.
El intérprete era Julio Jaramillo, J.J, quien en ese instante entró por la puerta carcajeándose del comentario de su ‘madre’, como llamó siempre a Gladys Manzur, actual accionista mayoritaria de la marca. Para no dejar de reír, Jaramillo pidió que se lo repita una y otra vez.
Ahora, medio siglo después, uno de los espacios tradicionales de la disquera Feraud Guzmán dejó de alquilar el local de Vélez y Chimborazo para mudarse a Aguirre y Chile.
Una parte de la producción de la marca, desde sus inicios, se mantiene en cajas, en una pequeña oficina del centro de la ciudad.
Allí se escucha bachata y en la entrada, con un papel diseñado con los viejos rótulos de la marca, se anuncia que “se venden discos cristianos originales”. Julio Jaramillo aparece en forma de una escultura pequeña, en el angosto pasillo de la entrada a la tienda. Su música sigue en venta en las estanterías, junto con los discos de Héctor Jaramillo y otros clásicos.
Hace poco más de un año la familia acordó cerrar. Ángela Feraud, quien hace una década lidera el manejo de la tienda, se preparó para liquidar. Los instrumentos musicales entraron en remate y uno de los tambores que vendían lo compró una señora para preparar fritada.
El compositor guayaquileño Manuel Larrea pasaba cada vez que podía llevar algo. Finalmente, Gladys, como esposa de su último dueño, Francisco Feraud, decidió que la empresa no cerraría.
“Siempre vamos a ser disqueros”, les decía Francisco Feraud a sus hijos, como heredero del negocio que fundó con rollos de pianola, José Domingo Feraud Guzmán.
Él se encargó de hacer de la empresa una potencia sonora en el Ecuador, en la época de oro de la radio y los estudios de grabación.
Francisco se enfocó en la música nacional luego de que su padre llevara a grabar a Estados Unidos por primera vez a unos ecuatorianos, el dúo Ecuador que integraron Enrique Ibáñez Mora y Nicasio Safadi Reyes. El fundador de este sello quería potenciar a los autores nacionales porque decía que la música nacional la grababan los extranjeros y no los ecuatorianos.
En la tienda del centro lo que más se venden son los discos de música ecuatoriana, seguido de los de música cristiana.
Las cinco oficinas de lo que fue la mayor disquera del país en los 60 siguen operativas. Para mantenerse tuvieron que reducir gastos. Entre ellos, dejar el alquiler de Vélez y Chimborazo para sustituirlo por un local propio.
En la tienda que está frente al Correo se siente una mejoría en las ventas, desde noviembre. Según Ángela, lo que más se compra son discos nacionales, “eso es lo que más llevan los migrantes”. A esto, le siguen las producciones de música cristiana, distribuidas por un pastor evangélico desde Quito. Luego están los instrumentos musicales y los cuadernos de música, especialmente para colegios.
El sello Ónix se alquila a empresas por tiempos determinados. Sus arrendatarios hacen un informe de las ventas para pagar los porcentajes a sus propietarios.
Lo que se ha conservado del material producido de la empresa se mantiene en una oficina de 34 metros, en un edificio del centro de la ciudad.
En cajas que van del piso hasta el techo, está guardado el material con el que trabajó la disquera desde sus inicios.
Lo más antiguo son los discos de carbón, forrados con fundas de papel que llevan el sello de Industria Fonográfica Ecuatoriana (Ifesa), hecho en Guayaquil. Tienen el eslogan: “La mejor música grabada del folclore nacional y del repertorio internacional”.
Además, está la advertencia correspondiente: “Para una audición perfecta y para alargar la vida de sus discos use cada aguja una sola vez”.
También hay LP, cassettes, cuadernos musicales, cintas, afiches de promoción y un par de televisores viejos.
Feraud quiso que su familia continúe con el negocio, pero cada uno de sus hijos tiene una rama de interés distinta.
Como Ángela, algunos tienen nuevas preferencias musicales. “La música nacional es muy triste”.
El archivo de J.D. Feraud Guzmán se usa como materia prima, para regrabar discos de música nacional cuando se requiere. El material de carbono y las cintas están relegados por la tecnología que requieren. “Pero nada de esto se daña porque son de material alemán”, dice Ángela.
Lo que sería uno de los patrimonios sonoros más importantes del país tiene cuatro años en el mismo sitio y no recibe solicitudes de preservación o investigación.
No está en venta, pero hace un año un colombiano de la industria disquera pidió comprarlo por $ 60.000. El trato no se concretó y no pasó siquiera por reunión de socios. “Tal vez si nos llega una buena oferta se venda”, dice una de sus herederas. “Entregárselo a un extranjero no le hubiera gustado a mi papá”. (I)