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El Telégrafo
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Novecientas víctimas mortales habría sido el saldo tras la masacre

El 15 de noviembre de 1922 se llevó a "los muertos sagrados, precursores de la patria"

El 15 de noviembre de 1922 se llevó a "los muertos sagrados, precursores de la patria"
15 de noviembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

“He visto caer, a mis 13 años a cientos de hombres, de proletarios, bajo el plomo de los soldados. (…) De noche fuimos al panteón del cerro, al panteón de los pobres. Habían puesto centinelas para que no se acercaran las mujeres y las madres. Abrieron una sola fosa, llevaban los cadáveres en plataformas. De la masa de cuerpos sangrientos que enterraban, ¡salían gemidos! Y nos giraba la cabeza, cuando el oficial nos respondió, al intervenir por los heridos, que iban vivos a la tierra: ‘¡Qué carajo, esos ya no se salvan!’…”.

El testimonio es de Joaquín Gallegos Lara, autor de Las cruces sobre el agua. Lo escribió en una carta dirigida a la política y escritora Nela Martínez sobre su experiencia personal sobre la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922.

Alejo Capelo Cabello, uno de los testigos y movilizadores de la fecha, dijo sobre el entierro anónimo: “Esta fosa ignota no ha podido ser encontrada hasta hoy. Allí duermen el sueño eterno, en promiscuidad vergonzosa, todos los héroes que rindieron la jornada de su vida en la memorable tarde del 15 de noviembre de 1922”.

Para Jorge Enrique Adoum, “Gallegos Lara solo se propuso reconstruir literariamente la ciudad con su río que se llevó, ese día de noviembre, a los muertos sagrados, los precursores de la patria, y se llevaba, ese mismo sus cruces movedizas y navegantes que se van como un éxodo de oraciones de palo, o como dura madera de recuerdo. Nada menos que eso”.

La huelga obrera inició el 9 de noviembre tras el rechazo de varias peticiones hechas por las trabajadores. Se cerraron los servicios eléctricos y de gas y de a poco se sumaron a la huelga los trabajadores de fábricas, piladores y aserríos.

Las empresas no acogieron las peticiones de los empleados, más bien se impuso la idea de duplicar el valor de los pasajes, “dizque para dar a los patronos los medios económicos para aumentar los salarios. Esto era un asalto a los dineros del pueblo”, escribe Elías Muñoz en el libro El 15 de noviembre de 1922. Su importancia histórica y sus proyecciones, publicado en 1978.

El 14 de noviembre, treinta mil personas acudían a la manifestación, según Muñoz, convocada por la Gran Asamblea de Trabajadores de Empleados de la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica. La Asamblea pedía una respuesta, con un plazo de 24 horas, del Ejecutivo respecto a la baja del cambio dólar y la incautación de giros.

Pero el presidente José Luis Tamayo había ordenado ya que al día siguiente, a las seis de la tarde, se le informara que había vuelto la tranquilidad a Guayaquil, “cueste lo que cueste”.

La prensa, que no tuvo publicaciones, sino hasta el 16 de noviembre, “le volvió la espalda al pueblo, denigrándolo cobardemente, con el criminal afán de ocultar la verdad y servir así en forma tan menguada los interses y las ambiciones desmedidas de los potentados que nutren y robustecen jugosamente la pobredumbre mercantilizada del periodismo enemigo de la justicia social y de las nobles causas populares”, escribió Capelo.   

Según el autor, a excepción de EL TELÉGRAFO, El Guante y El Universo culpaban y manchaban las intenciones de la clase obrera, convencida de un cambio, aun después de la matanza del 15 de noviembre.

“El 15 de noviembre hizo el milagro de apartar las clases. El pueblo aprendió a conocer quiénes son, por siempre, sus mortales enemigos. El pueblo sintió en el sabor y en las salpicaduras de su propia sangre, el hálito de Dios creando al hombre a su imagen y semejanza. El pueblo miró, en aquellos convulsos momentos, quiénes eran los que le disparaban ocultos desde sus ventanas, y de qué clase social eran las manos blancas que aplaudieron a la soldadesca sanguinaria que cantando aires marciales desfilaron a lo largo de la siempre ensangrentada avenida Nueve de Octubre”, escribió Capelo.

El 15 de noviembre de 1922 se ha convertido en una fecha inamovible del imaginario colectivo. No hubo nunca una disculpa. No hay homenajes escultóricos en la ciudad a la masacre que habría dejado, según Capelo, aproximadamente novecientos muertos. No se retractaron ni el poder ni de los medios que mancharon las intenciones de la clase obrera en favor de la justicia. Ante los hechos está la resistencia al olvido. (I)

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