Eduardo Jaime cree que "la perfección aburre"
En las fotografías de Eduardo Jaime hay polvo, pelos, señales de agua, luces que confunden el día con la noche y ningún retoque. Todas, al menos una gran parte, ocurren en los cerros de la cordillera Chongón-Colonche, o lo que queda de ella. Evidencian la presencia del hombre, de la huella que deja en espacios que no le pertenecen y de los cuales se jacta para construir su propia civilización.
En las fotografías de este guayaquileño, que creció cerca de un bosque, hay vida, pájaros, cadáveres, especies endémicas de plantas o el registro de aquellas sobre las cuales duda sobre su pertenencia. Conoce los nombres de las especies y si no, las fotografía para estar seguro de su historia biológica, de su ornitología.
Le dicen que su trabajo, tanto en pintura como fotografía, evidencia un gusto especial por la naturaleza. Para él, gustar de algo tiene otra dimensión. Lo suyo es cuestión de pertenencia, de costumbre.
En las fotografías de Jaime se ve la intervención del hombre en la naturaleza, la mano del fotógrafo y los errores del celuloide.
Sus paseos son siempre con una cámara de rollo Minolta por lugares sin senderos para caminar. “No es que me guste la naturaleza, no me gusta la selva, es una cosa con tierra y monte, mi trabajo en fotografía no es algo que me he planteado, sino que tenía que nacer, como una planta o una flor, es parte de mí”, dice.
Hace cinco años en agosto presentó en la Galería Mirador de la Universidad Católica la muestra “Bird Day”, una serie de pinturas que se nutren de sus recorridos y sus fotografías.
El oficio de pintar ya le aburre. Dice que ya no lo hace más. La cámara, en cambio, le parece un juguete que aún lo divierte. “Para mí, la cámara no es un artefacto, es un juguete, soy un niño con un juguete y este es mi juego”.
La muestra, que presenta hasta el próximo 4 de septiembre en el mismo lugar de hace cinco años, se llama “Colector” y reúne una selección de 25 fotografías, de distintas series, de los años que lleva respaldando su trabajo. La curaduría la hizo el historiador de arte Rodolfo Kronfle.
“La selección se centra en sus sostenidas excursiones por los cerros, bosques y matorrales que rodean la ciudad de Guayaquil, dando cuenta también de cómo las invasiones y el crecimiento indiscriminado han ido aniquilando aquel frágil ecosistema que se encuentra en permanente mengua”, dice Kronfle en su texto curatorial.
A pesar de que es la primera vez que se exhibe el trabajo de Jaime de manera formal, no cree que sea el resultado de una búsqueda. Para Kronfle, la selección constituye un único y épico gran ensayo. “Yo no sé dónde voy a llegar con estas fotografías. Los bosques, los animales muertos, todos están interrelacionados pero no es algo que busco como los fotógrafos contemporáneos que se plantean recorridos como si tuvieran que hacer un deber”, dice el fotógrafo.
Cada encuadre de este colector de especies disecadas en los cerros está totalmente alejado de la idea de perfección. “Es un pedazo de mi mundo. Tengo mi resistencia con los fotógrafos contemporáneos que tienen sus cámaras de alta definición. La perfección aburre y yo pruebo otra cosa”.
Cree que usar la cámara fotográfica tiene que ver con la humanidad, que una fotografía queda para siempre en los anales de la historia. “Todos estos paisajes que son registrados por mi ojo, con el tiempo van a desaparecer, si es que la pobreza no se elimina en 10 generaciones y no es que sea pesimista, es la realidad, es así. Se necesitan derribar selvas para el ganado, para vivienda, se derriban los cerros para hacer cemento”, dice Jaime. Finalmente, su muestra está asentada sobre el cemento de lo que en algún momento fue un cerro. (I)