Edith Piaf, implacable con mujeres
Edith Piaf pasó su corta vida cantando al amor o viviéndolo, y como toda mujer fatal no siempre fue tierna con las demás mujeres.
La dama del vestido negro pulverizó “todos los récords: de seducción, de pasiones, de sufrimientos, de locuras y de provocaciones...”, escribe Robert Belleret en su reciente biografía Piaf, un mito francés, donde la describe como “una Don Juan” lanzada en una “frenética carrera en el amor-revancha”.
Revancha de una pequeña mujer de 1m47, aterrorizada por la soledad y que no se gustaba físicamente.
La môme Piaf (en argot francés significa niña y pájaro), cuyo verdadero nombre era Edith Gassion, hizo del amor su leitmotiv.
En sus canciones: Himno al Amor, Mi legionario, Te tengo en la piel, Los amantes de un día, La vie en rose... introdujo el amor, primero.
Esos versos seguían en su correspondencia con su amor, Marcel Cerdan. “Te amo irracionalmente, anormalmente, locamente, y no hay nada que pueda hacer”. “Te amaría aunque fueses un asesino”, le dijo en sus cartas que cruzaban el Atlántico.
Las cartas no solo estaban destinadas a su boxeador. Porque aunque pasara horas rezando en su pieza, Piaf era una devoradora de hombres.
De Yves Montand a Georges Moustaki, pasando por Eddie Constantine, Jacques Pills, Paul Meurisse... sin olvidar su último amor, Theo Sarapo (ella misma le puso ese nombre de artista, que en griego significa “te amo”): Piaf convirtió a muchos hombres en sus “esclavos consentidos”, según la expresión de uno de ellos.
“Tenía un poder de atracción increíble, era uno atrás de otro...”, confirmó su fotógrafo Hugues Vassal, enviado a su casa en 1957 tras una llamada de la estrella al diario France Dimanche: “Cambié de amante, mándenme un fotógrafo!”
Vassal, que la seguía casi a diario, Piaf, “tan pequeña, quería ser como su amiga Marlene Dietrich, tan alta y tan bella, que había seducido a Jean Gabin: multiplicar las conquistas para sentirse menos insegura, para demostrarse algo a sí misma".
Pigmalión con los hombres
Al final de su vida, sus amores comienzan a volverse platónicos, asegura Charles Dumont, mencionado por muchos en la larga lista de sus amantes. Porque más que amante, Piaf era una suerte de Pigmalión. A Montand, Moustaki o Sarapo, Piaf los formaba, los transformaba.
“Admitan que tengo suerte de tener tantos amantes. ¡Qué mujer no me los envidiaría! Son todos jóvenes, bellos, seductores, y después que me conocen, comienzan incluso a hallarles talento”, dijo un día. “Cuando Piaf elegía a un hombre, nunca era por casualidad, tenía olfato para el talento”, asegura Vassal.
Con las mujeres solía ser cruel cuando se sentía en competencia. “No le gustaba demasiado” la cercanía de ellas, según Christie Laume.
La actriz y cantante francesa Line Renaud lo sabe bien. Y evoca incluso un “complot” orquestado en 1954 por Piaf en el medio artístico, lo cual obligó a Renaud a refugiarse durante un tiempo en Las Vegas.
Según ella, “Piaf no era buena, era diabólica, sobre todo con las mujeres más jóvenes y bellas que ella”. Lo cual no impide que la môme, señala Charles Dumont, haya protegido a otras mujeres que apreciaba, como Suzanne Flon y Annie Girardot. “¡Y nadie podía meterse con ellas!”.
Algunos de sus colaboradores padecieron también a causa de su carácter. Hugues Vassal recuerda que una mañana, Piaf dijo abruptamente a su acordeonista: “Lo he pensado mejor, tienes cara fea, a partir de ahora, vas a tocar atrás de la cortina”.
Fue ella quien empujó a Charles Aznavour -otro “hombre de Piaf”, sin haber sido su amante- a hacerse cirugía estética en la nariz. “Hay que perdonarla”, dice Hugues Vassal, “vivía obsesionada con sus fantasmas: la madre que la abandonó, su hija Marcelle fallecida a los dos años, Cerdan...”.