Don Goyo, un vínculo patriarcal con Cerrito de los Morreños
La cumbre de la colina aunque no reverdece aún ya no aparenta un desierto. Cerrito de los Morreños, una isla casi mágica, que tiempo atrás acogiera a leñadores y una tala inclemente de su mangle, hoy ostenta un orden que a sus habitantes les hace olvidar el terruño caótico que llegó a ser. Ellos apelan a su pasado para construir su presente, por ello quizá, sobre la pared externa de su iglesia, se pinta como una especie de altar, donde, desde su cosmogonía, visualizan a través de un dibujo los alimentos que el mar les ofrece, a la vegetación que los cubre y a una proclama que reza: ‘Desde el tiempo de Don Goyo los manglares son nuestro apoyo’.
Y justo ese personaje fue el eje de un encuentro el pasado domingo entre los isleños y los descendientes y familiares de Demetrio Aguilera Malta, el escritor guayaquileño que en 1933 publicó Don Goyo, una novela en la que se retrata al cholo que habita en esta zona del golfo de Guayaquil, precisamente en el Cerrito de los Morreños.
El recuerdo de Don Goyo Quimí, hombre que existió en la vida real, aún pervive en el imaginario de quienes lo conocieron en vida, antes de que muera en 1982, o de quienes saben de él o porque se lo han contado o porque han leído el libro.
Don Goyo, un canoero adusto, fue un preocupado ‘ambientalista’, propuso Raúl Aguilera Sánchez, nieto del escritor, pues, más que nadie, él se opuso con firmeza a la tala del manglar. Recurrió al texto de su abuelo y de la boca de Don Goyo extrajo una advertencia: ‘Hacerlo sería como si se cortaran ellos mismos’ para desaparecer hombre y mangle, como si fueran uno solo.
Por ello, le parece imperioso reproducir la explotación a la que se exponían los habitantes de la isla.Aquello es visible hoy por los cuatro costados de la isla, los árboles reverdecen sobre las orillas del río Guayas. Ya nadie tala. Y parece que los morreños quisieran no volver a ese pasado. Basta con ir a la vivienda de Gerónimo Vera, habitante y representante de la comuna. Sobre una pared cuelgan fotografías de los voluntarios extranjeros que pasaron por Cerrito de los Morreños y, sobre esa misma pared, en la parte alta, cuelga una foto de eso a lo que no quieren volver: un cerro similar a una cabeza calva y polvorienta, y en la parte baja, sobre las orillas, decenas de balandras llevándose la madera que protegía las casas del lugar hasta hace pocas décadas.
A realidades como esas se oponía Don Goyo Quimí. Por ello, en el libro, le inventaron que había pactado, incluso, con el diablo, para que sus advertencias quedaran fuera de foco. No obstante, más que antes, los isleños lo prefieren ver ahora como un patriarca, cercano en locura quizá a la de José Arcadio Buendía, de García Márquez. A Don Goyo, en el texto, un magle viejo le había pedido que ‘no vuelva a cortar mangle’. Sus compañeros en la novela se sobresaltaron, pero siguieron talando.
Y esa preocupación del patriarca, retratada por Aguilera Malta, tiene consonancia con sus ideas. El escritor, uno de los fundadores del Partido Socialista Ecuatoriano, intentaba reflejar de la vida de los isleños la situación del obrero ecuatoriano. Por ello, le parece imperioso reproducir la explotación a la que se exponían los habitantes de la isla a cambio de un minúsculo dinero y en perjuicio de su hábitat.
Más tarde, como evocó Melissa Aguilera Almeida, el escritor cuando se alejó del partidismo sentenció: “…nunca he sido hombre de partido, lo que he sido y sigo siendo es un defensor de la libertad humana. Y he sido y sigo siendo un luchador por las causas del pueblo. Y eso es lo que hago desde mi literatura pero evitando el manifiesto y el cartel”, citó la bisnieta de Aguilera Malta.
Estas proclamas en favor del pueblo también fueron contrarias al imperialismo. En Canal zone, publicada en 1935, hablaba del proceso de colonización que experimentaba Panamá de parte de Estados Unidos. Ese último país le prohibió la entrada por numerosos años.
Todas estas remembranzas se compartieron en el homenaje que al autor, pero sobre todo a la obra, se le hizo en Cerrito de los Morreños, con motivo de los 80 años de publicación de Don Goyo. Los habitantes ya no viven de la tala del manglar. El caos ya no es parte de su realidad. La pesca es su modo de vida y salen poco de la isla hacia la ciudad; para ello deben viajar sobre una canoa a motor dos horas y media de ida e igual tiempo de venida. Si no, siguen en su hábitat, un cerro que, visto desde el cielo, está rodeado por agua y vegetación.