Fue impulsora de las escuelas de alfabetización
Dolores Cacuango, líder irrepetible
Mujer quichua, perteneciente al pueblo kayampi, María Dolores Cacuango había nacido el 26 de octubre de 1881 en el latifundio de San Pablo Urcu, en la provincia de Pichincha, donde sus padres se desempeñaban como simples trabajadores conciertos o, como entonces se los llamaba, “indios gañanes”, peones sin sueldo en la hacienda. Creció como campesina en la choza pobrísima de sus padres y sin concurrir a escuela alguna, por lo que solo de adulta aprendió a leer y a escribir. Fue en este contexto signado por la precariedad y la miseria, por el despojo y la discriminación, donde Dolores tomaría conciencia de su situación como pobre, mujer e indígena para convertirse en una de las más conocidas referentes de la izquierda ecuatoriana.
De joven se vio en la necesidad de trabajar como empleada doméstica en la casa de los patrones para poder solventar una deuda contraída por sus padres. En 1905 contrajo matrimonio con Luis Catucuamba, y dedicados ambos a trabajar la tierra pasaron a ocupar una choza en el sitio Yanahuayco, cercano al pueblo de Cayambe. Tuvieron en total nueve hijos, de los cuales ocho murieron a corta edad a causa de distintos problemas de salud: solo sobreviviría el mayor, Luis, quien más tarde se dedicaría a la docencia.
En su formación, y a la par del recuerdo de las luchas y protestas transmitidas en relatos legendarios por sus mayores, seguramente influirían los profundos cambios políticos y sociales que tuvieron lugar en el país desde las últimas décadas del siglo XIX y que tuvieron a las comunidades indígenas como protagonistas exclusivas de la rebelión contra el poder de los hacendados y de sus administradores y mayordomos. Así, habrá llegado a sus oídos los relatos sobre el levantamiento en Zuleta (Imbabura), violentamente reprimido en 1891, o la sublevación de 1898 de los indígenas de Píllaro (Tungurahua). También fue testigo de la revolución alfarista (1895-1916) en la que se emitió la ley de beneficencia por la que se nacionalizó una gran cantidad de bienes eclesiásticos, empezando por las tierras: la hacienda San Pablo Urcu que hasta ese entonces había sido propiedad de la Comunidad Mercedaria de Quito, pasó a poder del Estado, pero en lugar de devolver las tierras a los indios, se creó la Junta de Asistencia Pública para administrar estas extensiones.
La primera acción política de Dolores Cacuango en alcanzar trascendencia y que definiría su específico rol dirigente tuvo lugar a principios de 1926, cuando ya contaba con 44 años, al producirse una rebelión popular en Cayambe bajo la dirección del indio Jesús Gualavisí, uno de los principales referentes de esta izquierda todavía en formación. El principal impulsor de la protesta había sido el Sindicato de Trabajadores Campesinos de Juan Montalvo, primera organización de estas características, que promovió otros conflictos y huelgas en distintas haciendas de la zona bajo la dirección de un grupo de mujeres entre las que comenzaba a destacarse Dolores, tanto por su capacidad de conducción como, sobre todo, por su discurso intenso y enérgico, pronunciado por lo general en quechua y en castellano. La participación de los batallones Carchi e Imbabura y la feroz represión no pudieron impedir que la rebelión se irradiase a otras haciendas y localidades, como ocurrió en el mes de octubre de 1926. Por otra parte, la participación de activistas provenientes de las ciudades, principalmente del grupo Antorcha, como Ricardo Paredes, Rubén Rodríguez y Luis F. Chávez, contribuyó en gran medida a la formación de un nuevo tipo de sindicalismo con una clara expresión social y política, campesina e indígena. Producto del incremento en la protesta social se conformaron las organizaciones gremiales y campesinas El Inca, Pan y Tierra y Tierra Libre, y Dolores pasó a ser conocida como una de las más importantes activistas en esta última entidad.
A fines de 1930 participó en los levantamientos indígenas que tuvieron lugar en las haciendas Pesillo y Moyurco, en Cayambe. Entre las demandas se encontraba el fin inmediato a los maltratos, la supresión del trabajo obligatorio de las mujeres, la eliminación de los diezmos y un aumento en el pago por las labores realizadas. Pese a la represión ordenada por el presidente Isidro Ayora, la huelga triunfó y los beneficios obtenidos fueron utilizados como antecedentes para otras protestas similares, como ocurrió en 1931 en la hacienda Olmedo, donde Dolores y otras mujeres cumplieron un papel protagónico desempeñando tareas de espionaje, reclutamiento y defensa, incluso, a riesgo de sus propias vidas.
El mismo año de 1931 resultaría clave en la conciencia y organización de la izquierda ecuatoriana al ser convocado el primer congreso de comunidades indígenas: su principal impulsor había sido Jesús Gualavisí con apoyo de los principales líderes de izquierda del país y de algunos referentes de creciente gravitación en los sectores contestatarios como era el caso de Dolores Cacuango.
Sabiendo el peligro creciente de la situación, el presidente Isidro Ayora envió al batallón Yaguachi antes de que el congreso iniciara: el Ejército cerró los caminos y finalmente impidió la concentración. Acto seguido, persiguieron y encarcelaron a varios dirigentes y por último, y con visible saña, se dedicaron a atacar a los concurrentes, incluso, incendiado sus precarias chozas: Dolores, su esposo y sus tres pequeños hijos perdieron su hogar y quedaron así totalmente desamparados.
Con el correr de los años, Dolores fue cada vez más importante, no solo como referente de la izquierda ecuatoriana, sino también dentro de la estructura dirigente del Partido Comunista, sobre todo, por su representación de las comunidades indígenas. En 1934 participó activamente en la campaña presidencial de Ricardo Paredes, tomando parte en varias iniciativas políticas y partidarias.
En tanto, en 1942 preparó en Cayambe el recibimiento al mexicano Vicente Lombardo Toledano, quien como secretario general de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), encabezó una gira proselitista por Ecuador y otros países de la región.
Como muchos de los militantes revolucionarios de su generación, Dolores Cacuango tomó parte de las jornadas revolucionarias de 1944. El 28 de mayo se mostró como una lideresa aguerrida y encabezó el asalto al cuartel de carabineros de Cayambe. En el mes de julio participó en la fundación de la Confederación de Trabajadores del Ecuador (CTE) y al siguiente mes su capacidad de liderazgo volvió a evidenciarse en su máxima expresión cuando reunió a los representantes de las comunidades indígenas de la Sierra y entre todos aprobaron la creación de la trascendental Federación Ecuatoriana de Indios (FEI): Jesús Gualavisí, el experimentado y viejo dirigente, fue elegido como el primer secretario general, al que, sin embargo, Dolores lo reemplazó al cabo de unos meses. Sus reivindicaciones se situaban en favor del bienestar del indio y del campesino en Ecuador, exigiendo particularmente la concreción de la tantas veces prometida reforma agraria y el reparto de tierras. Y al siguiente año cumpliría una misión internacional de relevancia cuando representó al país en el congreso de la CTAL reunido en Cali, Colombia.
Con todo, la labor de Dolores Cacuango no se circunscribió pura y exclusivamente al terreno político o sindical: comprendiendo desde un inicio que uno de los principales factores de debilidad de los indígenas era su analfabetismo y su desconocimiento del idioma español (como a ella misma le había ocurrido hasta bien entrada en su madurez), junto a María Luisa Gómez de la Torre, también conocida como Mama Lucha, fundó las Escuelas Comunitarias Indígenas del Ecuador. La primera fue creada dentro del sindicato ‘Tierra Libre’, en Yanahuayco, y luego hubo otras en Chimba, Pesillo y Moyurco, en todos los casos, dirigidas por maestros indígenas. Pese a los constantes allanamientos del Ejército, que pretextaba la presencia de focos comunistas en ellas, las escuelas continuaron operando, sin apoyo de la Asistencia Pública y únicamente con el respaldo económico de cada comunidad.
Dolores continuó inamovible en su militancia comunista, si bien los cambios inspirados en las políticas conciliatorias del browderismo en la década del 50 le hicieron cuestionarse su participación en una organización que de pronto parecía abjurar de la revolución y de la llegada al socialismo. Con todo siguió dentro del PCE, aunque ya no al frente de la FEI. En 1963, cuando ya contaba con 82 años, la dictadura encabezada por el Gral. Ramón Castro Jijón ordenó la destrucción de su choza en Yanahuayco ya que allí, de manera oculta, operaba una escuela indígena. Señalada como subversiva, la ‘Loca’ Cacuango, como era denostada desde el gobierno, decidió esconderse en los páramos entre Calderón y Cayambe. Algunas veces, disfrazada como mendiga, llegaba a la casa de su entrañable amiga, María Luisa Gómez, para tener noticias de sus camaradas comunistas que, como ella, se encontraban perseguidos y en algunos casos desaparecidos.
El hostigamiento al que era sometida por parte del gobierno no cejó en ningún momento su ánimo revolucionario. La Mama Dolores se desplazaba por las comunidades por las noches, en absoluto silencio, y acompañada tanto por indios experimentados en las luchas políticas como por aquellos que querían formarse junto a ella. En cierta ocasión fue descubierta y casi liquidada por la policía cerca a Uyacachu. En 1964, sin embargo, ante las presiones populares y el aumento en la conflictividad social, el gobierno militar proclamó la reforma agraria, la que de todos modos, en su naturaleza y alcances, estaba muy lejos de la que históricamente habían reclamado las comunidades indígenas del Ecuador. Y pese a que no era la reforma que ella deseaba, Dolores brindó su apoyo a esta iniciativa y al frente de una movilización de diez mil indios provenientes de Cayambe, pronunció un vibrante y recordado discurso en el Teatro Universitario de Quito.
Los últimos años de Dolores Cacuango fueron penosos, solitarios, casi de olvido. Su vida se fue apagando poco a poco hasta que finalmente falleció en abril de 1971. Un pequeño cortejo fúnebre la acompañó a su última morada, en el humilde cementerio de Olmedo, donde fue enterrada sin honores. Sin embargo, y con el tiempo, su vida y su historia fueron recuperadas para las nuevas generaciones: hoy su rostro, retratado por el eximio artista Oswaldo Guayasamín, ilustra el mural del Palacio Legislativo, junto a otros forjadores de la nacionalidad ecuatoriana, al mismo tiempo que una de sus frases más representativas acompaña el sentido de este espacio artístico y deliberativo: “Somos como la paja del páramo, que se la arranca y vuelve a crecer”.