Dioses caídos: Lilith Día-1
“No cabe duda de que soy todo eso –me decía-, pero, al menos, tengo conciencia de serlo, y tanta conciencia destruye la vergüenza y me concede un sentimiento poco conocido: el orgullo”.
Jean Genet
Capital de un país andino. Noche de jueves o tarde de sábado en “La Mariscal”, “La Ronda”, “La Eloy Alfaro”, “La Floresta”, y los caminantes de la mitad del mundo piensan en cómo invertir su tiempo. Hay centros comerciales o, si no se quiere la oscuridad, aquí sobran cervecerías.
Si el criterio es buscar más, hay posibilidades en toda la urbe, algo escondidas pero las hay. Con un poco de suerte llego al Pachaqueer de “La Floresta” o al Teatro Prometeo. A la entrada de uno de estos sitios, al lado de un guardia despistado, una pancarta dice: “Proyecto Lilith presenta Día-1”, del autor/intérprete Carlos López Veintimilla con la dirección de Xavier Delgado Vallejo y la música de Diego Narváez. Una amiga comenta: “son algunos de los que hacen ‘El Colectivo Z’, la obra que recorrió la ciudad y que se hacía sobre todo en la ‘Casa Trans’”. Todo parece estar a disposición de la curiosidad y la decisión está tomada.
En el centro de la sala no hay mayor utilería. Hay una silla y un cerco de maderos. En las tablas impera la sencillez, rígidamente maquillada debajo de lo que parece un cuerpo indefinido vestido de blanco. Se apagan las luces. En el aire se mantienen murmullos, tal vez porque nadie sabe a qué viene. Las tinieblas se hacen y empieza un murmullo: es una tonada de cuna.
Lo no dicho se exhibe, se insinúa y se deja entender con las imágenes de los movimientos corporales de López. En los gestos, lo anatómico no es gozo secreto sino exploración elemental. Al deseo, a la identidad, a la pasión y al miedo les hace falta el cuerpo y el sexo -artificios insustituibles aquí, palabras peligrosas allá- para echar a andar el género, y al no estallar en el escenario el convencionalismo, lo esperado, se precipita el vértigo del silencio, la incomodidad, la duda.
Con ademanes lentos se expone el cuerpo a la oscuridad, como otros se exponen al sol: el ser se polemiza desde su origen incierto. Escúchenos, dice la música entremezclada por Diego Narváez, provenimos del caos, la prueba de fuego de los nacidos en el limbo. Ahora distinguimos formas de un cuerpo. “No soy Adán y Eva. No fui expulsada como ellos, salí por voluntad propia”. La pose y su danza es clara. En mi lugar de origen nadie había oído hablar de una frontera que dividiese en dos. La frontera son músculos, nalgas, cabellos y ojos perecibles que imaginan los mortales. “Mi nombre es Lilith”, rompe el silencio.
“Amaos los unos a los otros, tú me enseñaste eso ¿Por qué ahora te contradices?”. Tras el grito, apostaría en varias mentes aparecerán sus padres, maestros y amigos, la maestra probablemente tendrá un látigo largo y amenazador. En la forma plana de los ángulos del cuerpo frente a mí descubro que probablemente López o Delgado no estaban de acuerdo con ella en todo: la frontera, la religión, la educación. Ser en el mundo de la infancia es sinónimo de respetar. El personaje nace y se halla a merced. Sin saber bien la ruta, sin sospechar quién reina en los tugurios, los templos, las oficinas y los bares, en toda la humanidad.
La sombra y la luz alternativas que se mueven con los pasos del cuerpo atrevido. El manto queda en el piso y vemos otra vestimenta, otro sentido. La figura no siente miedo a la guerra, de modo que coloca su rostro en el umbral y juega. Es un juego inventado que resulta parecerse a la Anita de Fellini. Apenas si le faltaba el gato y Marcelo. Lo cierto es que todo está detrás del pequeño animal humanizado que se eleva en tacones. Al tiempo la pantalla del fondo cambia con la canción trasladándose al formato del híbrido.
El surrealismo de un sonido metálico apartado de la Dolce Vita cede a la ira musical. El colmo de la elegancia es tropezar en la oscuridad tan peligrosa. A los pocos minutos todo es canción, tras canción. La ira se endurece y vuelve el silencio, el personaje recae y lanza su oración: “Adán has perdido a Eva, la creación, la creación, la creación. Si mi diosa, tu dios, la dios, nos creó solo puedo imaginar que todas sus obras son iguales. Nací del mismo soplido, ¿por qué me obligas a mirar el centro de la tierra? Rechazo tu posición impuesta, rechazo tu posición impuesta por el Creador”, retorna el grito.
En minutos los roncos insultos de los pensamientos perversos parecían broncas pasionales convertidas en aplausos. El sujeto visible del homenaje logrado por Delgado, López y Narváez era blanco y bien plantado. Dejaba ver los huesos mecánicos, algo infantil, mantenía el pecho en el centro y el orgullo en el aire.
Antes de terminar se escucha la boca que repite con convicción: “Y también me creó a mí, la que nunca se comportará de la manera adecuada. Solo llámame Lilith, así no más, sin apellidos”. Los dioses han caído.