Desencuentros que funcionan
Cinco actores ensayan una obra en un pequeño teatro de un centro comercial de Quito. Están incómodos. Una escasa luz artificial cae sobre sus rostros, escondiéndolos y revelándolos simultáneamente, como en un cuadro de Caravaggio.
Sus gestos y personalidades perturban. Cada movimiento que ejecutan está marcado por tiempos mudos, por silencios voluntarios. Así se narra esta historia. Sus diálogos son torpes, pero fieles a cada uno. Aunque la obra no avanza, ellos siguen ahí, estáticos, fríos, a veces agresivos, temerosos; parados frente a un espectador que no está sentado en una butaca de teatro, sino en una sala de cine.
“Rómpete una pata”, la nueva película del cineasta ecuatoriano Víctor Arregui (basada en una idea original de Cristina Rodas), nos enfrenta (y refresca en medio de toda la producción nacional contemporánea) a una historia diferente, que se narra entre pausas y ocultamientos, entre la estrechez de los espacios y la saturación de una luz blanca que, particularmente, me remite a la morgue; pero, sobre todo, pone en tensión los niveles de actuación que se producen entre el cine y el teatro, pues es el actor de cine quien interpreta al actor de teatro, es la máscara sobre el maquillaje, la media sobre el zapato.
“Rómpete una pata” fue filmada durante 15 días de trabajo y se desarrolla únicamente en el interior de un teatro.
La película explora el mundo personal de cinco actores que montan una obra de teatro y cuyos diálogos están basados en extractos de “La Ratonera”, de Agatha Christie, un relato en el que el misterio, la desconfianza y la muerte se convierten en los hilos conectores de los personajes.
Pero también, la cinta cuenta la vida tras bastidores de los actores, con sus limitaciones y escarmientos personales. Es la cúspide de la sobreinterpretación actoral. Tanto su vida como la obra que pretenden montar es un recurrente acto fallido que se niegan a reconocer.
“Rómpete una pata”, que fue filmada durante 15 intensos días de trabajo, se desarrolla únicamente en el interior de un teatro, lo que la convierte, por momentos, en una película sofocante. El cine sin falta de aire provoca alucinación, enhorabuena que fue así. Los únicos respiros espaciales se producen cuando las cámaras de seguridad nos permiten ver lo que pasa en los corredores del centro comercial.
El reparto está conformado por Anahí Hoeneisen, quien interpreta a Adela, una mujer extremadamente sensible que no logra concentrarse en el set de teatro, y cuya vida exterior, que nos podemos enterar cómo es gracias a los ojos de las cámaras de seguridad, es violenta.
Hoeneisen es una de mis actrices favoritas y esta cinta lo reafirma, pues parecería que se fuera a romper en cada uno de sus gestos, en cada palabra mal gesticulada que pronuncia. Además, su delgada contextura sintoniza con el nerviosismo de su actuación.
María José Terán encarna a Sofía, la hija de la directora de la obra, una joven fastidiada con lo que hace ya que no sabe qué hacer. Insegura e inconforme, su apuesta de vida está depositada en el exterior, como cantante, pero hasta entonces, se involucra por parentesco al teatro.
Su rostro aburre porque ella así ha decidido que fuera su vida. “El esfuerzo te afea”, rezaba una canción. La música de la película, que es de Fernando Aramis Carrillo, es interpretada por ella.
La música de la cinta, que es de Fernando Aramis Carrillo, es interpretada por María José Terán.
Carlos es el personaje de Andrés Crespo, un tipo responsable y seguro en su actuación (como es Crespo en el resto de sus interpretaciones). No hay riesgos en la construcción de su personaje.
Cristina Rodas es Rita, la directora de la obra de teatro. Es una mujer autoritaria pero nada consistente con esa característica. No tiene buena cabeza para memorizar los textos, peor aún para interpretarlos. Ha decidido invitar a esta obra al hombre que la hizo sufrir en su juventud, Luis, pero cuya presencia la necesita.
Finalmente, Francisco “Pájaro” Febres Cordero interpreta (destacadamente) a Luis, quien se convierte en el espejo sucio de todos. Solo las fisuras de su rostro ya narrarían por sí mismas una historia, ahí radica el encanto de su actuación. Nadie lo soporta, pero todos piensan en él. Es un actor viejo en decadencia que trata de hundir a todos para que sientan algo de las vísperas de su ocaso.
“Rómpete una pata” me confunde gratamente. A veces no sé cuándo los actores asumen su rol y a quiénes representan. El teatro como espacio funciona y asfixia. La luz es justa con los personajes. La narración tiene buenos momentos dramáticos. La canción que interpreta María José Terán me pareció innecesaria. Francisco “Pájaro” Febres Cordero y Anahí Hoeneisen hacen un trabajo destacable, al igual que el director de fotografía.
Como decía Ingmar Bergman, “la verdadera representación no tiene lugar en el escenario sino en el interior de las personas que asisten al teatro. Es un hechizo vivo, sin maleficios”. En este caso, algo parecido se produce. Los desencuentros entre las técnicas de cine y teatro que se generan en la película funcionan muy bien.