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Punto de vista

De todos lados: Rayuela, de Cortázar

De todos lados: Rayuela, de Cortázar
12 de abril de 2014 - 00:00

Dicen unos que no es novela sino experimento. No importa. Dicen otros que la leí muy pronto. La leí joven, es cierto, pero volví a leerla después, muchas veces más. Dicen algunos que soy mujer, por tanto impresionable, que quiero ser aquella. No, incorrecto. Digan lo que digan. Amo Rayuela, fue el libro que me marcó a los 14, a los 18, a los veintitantos en que empecé mi tesis sobre la obra. ¡Amo aún a Julio, no tengo por qué esconderme! No quiero escribir como él, no me creo personaje suyo, ni me identifico con una mujer de pocas luces creada para satisfacer el ego masculino, antes de que empiecen a jorobar los machitos de sonrisa torcida.

Me gustó porque leía a tropezones, podía ser parte activa de la lectura, elegir y, sin embargo, encontrarme de bruces con que la elección estaba ya hecha, era “un juego ya jugado”. Me gustaban las referencias al jazz, de hecho, conseguí a punta de ruegos la recopilación de temas que escuchan los personajes en la discada. Me gustaba la visión de París, gris, mohosa, como una de las escenas de Montmartre de Camille Pisarro. De allá, amaba el frío, la lluvia que esconde lágrimas, las pianistas tocadas.

El héroe escribe
a tropezones, lanzando puchos
en las casillas de una rayuela.
De acá, por supuesto, me inquietaba el paciente 18 con ojos verdes de hermosura maligna, el nostos malogrado de un ‘Hodioso Hodiseo’, la Ítaca que se transforma en hospital psiquiátrico donde el héroe puede tener su inframundo propio con cervezas incluidas. El héroe no es sino un demiurgo con mala leche que escribe un libro a tropezones para que una sea activa en la lectura, que escribe lanzando puchos en las casillas de una rayuela mientras espera a su doble, un hombre que ha viajado con su nombre y no con sus pasos. Entre ellos, hilos y palanganas, agua, siempre el agua.

De los otros lados… de todos lados, que son los mismos, me gustaron las reflexiones de Morelli sobre la escritura, sobre la existencia misma, que no es sino escritura, ejercicios en un cuaderno que alguna Gekrepten guardará en su velador con amorosas manos.

¿El capítulo 7? No. El amor no está en este libro hecho de palabras, ni de babas ni de bocas u ojos de cíclopes. Está hecho de muertos, heladeras y adioses. El adiós, siempre, no como quisieran los intelectualoides de las generaciones pasadas y venideras.

A ellos, para terminar, les dirijo mi cita favorita de Rayuela, una frase de Ossip Gregorovius: “Menos mal uno es culto y puede nombrarlos, puercos astrales”.

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