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Daya Ortiz crea un alfabeto corporal

A través de una máquina destila y evapora su sangre menstrual. Hace una bitácora de camas y un objeto escultórico.
A través de una máquina destila y evapora su sangre menstrual. Hace una bitácora de camas y un objeto escultórico.
14 de septiembre de 2019 - 00:00 - Redacción Cultura

Hace un año Daya Ortiz bebía dos galones de agua diarios para encontrar los rincones de las calles de Guayaquil que estuvieran marcados con la orina de otros y comprobar con su cuerpo, en el intento de orinar sobre las mismas huellas, que no podía hacerlo de la misma forma.

Cuando la inyectan por procesos de ansiedad dibuja la cicatrización de su piel sobre papeles. En ellos se ven nubes, galaxias, formas que siempre el ojo humano tiende a interpretar a su manera.

La última vez que se mudó de una casa que quiso mucho levantó el colchón en el que había dormido y se encontró con un peluche de polvo. El polvo se hace de células muertas. Tal vez allí habitaban sus sueños y pesadillas. 

Un día decidió recolectar su sangre menstrual durante ocho meses para esperar que una persona volviera. Cuando dejó de hacerlo hizo una máquina para que se evaporara, como la espera.

A través de una máquina destila y evapora su sangre menstrual. Hace una bitácora de camas y un objeto escultórico.

Su orina, su sangre, el proceso de cicatrización de su piel, se convierten en formas de somatizar sus sueños, la ansiedad, sus pesadillas recurrentes con piscinas, el polvo que se levanta de las camas en las que habitó. 

A través de la materia orgánica de su cuerpo esta artista recrea la ausencia. En un departamento de Guayacanes, una ciudadela que en Guayaquil es casi autónoma, levantó paredes y pintó todo de blanco con su colectivo Las NHHormigas. Los residuos orgánicos de su cuerpo se montan sobre las paredes de este departamento, simulando ser el laboratorio de un hospital que recorría de niña, por la profesión de su padre.

La luz blanca lo copa todo y hay un sonido recurrente de gotas que caen sobre una materia vacía y un avión que despega.

Ortiz estableció durante sus largos años de estudio en el Instituto Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE) y posteriormente en la Universidad de las Artes, una diferencia entre lo que debía usar para su proceso artístico y lo personal. En ese limbo construye su poética.

A través de una máquina destila y evapora su sangre menstrual. Hace una bitácora de camas y un objeto escultórico.

Su obra se nutre de la influencia de autores como Juan Luis Moraza, quien trabaja desde el psicoanálisis y sostiene que el deseo del artista no son los objetos sino el afecto alrededor de eso.

Ortiz quería montar una instalación. Logra que cada espacio sea independiente del otro. “Definitivamente, el espacio es clave para entender la propuesta; cada parte (pieza) podría ser un órgano de ese instalación total”, dice  Cristian Villavicencio, su tutor de tesis y uno de los acompañantes de este trabajo. Villavicencio cree que Ortiz convierte el trauma singular personal en material a través de la destilación (simbólica y literal). A través de cada pieza la artista también da cuenta de que los humanos proceden igual que otros mamíferos, que somos receptores del cuerpo, pero todo aquí está cargado de afectos. (I)

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