David Federico Uttermann exhibe Historia de fantasmas para adultos mañana
Este jueves, a las 20:00, David Federico Uttermann presentará en Guayaquil su exposición Historia de fantasmas para adultos, en la casa de Cino Fabiani, ubicada en Numa Pompilio Llona #196 (Barrio Las Peñas).
La muestra reúne elementos de la vida de su familia, exhibidos con el fin de cuestionar la forma en que se documenta y legitima la historia. La propuesta transita por el terreno de la transgresión, con atisbos de violencia, y algo de ejercicio de poder y, en ocasiones, de maldad.
En la muestra se exponen elementos que han formado parte de su bagaje genealógico: fotografías, grabaciones y reproducciones de muebles. Uttermann pretende en todo momento poner en entredicho la noción de archivo y documentación, legitimados desde épocas inmemoriales.
Se refiere a los tiempos del arconte (persona encargada de administrar los registros en la antigua Grecia, para construir la historia). Este personaje ejercita el poder sobre la memoria, al seleccionar ciertos hechos para hacerlos perdurar, en detrimento de otros.
En ese sentido, Uttermann cita a la filósofa judeo-alemana Hannah Arendt, quien decía que la política se trataba sobre la forma en que las personas se interrelacionan, y que eso se perdía en el ejercicio de contar la historia, donde a menudo los actores se ven reducidos.
Historia de fantasmas para adultos trata, entonces, sobre las formas de empoderarse de los relatos. Son varias las piezas que forman parte de esta muestra: Un Jeep de madera que funciona a pedales es la reproducción de un modelo construido por el abuelo de Uttermann en su infancia, a partir del esquema incluido en la revista Mecánica Popular.
Cuenta el artista que previo a la muestra, su abuelo insistió en dibujar el modelo, que “quedó patuleco, y sentí que al forzar la traída de ese recuerdo, lo hacía sufrir”.
En otra de las piezas, en un armario, también reproducción, se puede apreciar la frase “Hersein ist heirrlich” (Todo aquí es maravilloso), de Rainer Maria Rilke, grabada en la parte trasera de un espejo. Las letras que componen la cita son también parte de un sentido casi de profanación de la historia, explica Uttermann, pues al inicio “quería que todo fuera igual a como estaba en las fotografías”.
Al transgredir esa privacidad “estoy queriendo ser yo, y liberarme de esas reliquias que te enseñan a respetar sin cuestionar”, dice.
Otras de las piezas son fotos. Entre ellas se encuentra la de una marcha fúnebre en el cementerio de Guayaquil. Otro de sus familiares. Allí Uttermann vuelve a la transgresión: “Exponerlo es violento, pero interpretarlo lo lleva a otra escala”.
Dos archivos de audio también integran este relato que ha compuesto. Son de su abuela, que escogió grabarse como una alternativa de comunicación más humana y práctica que las cartas, que no tienen voz. Sin embargo, en este caso, Uttermann ya se vuelca a otra experiencia, no la de criticar la historia, sino la de ejercer un poco de poder y otro tanto de pudor. “No quise mostrarlo, yo decidí qué se decía y qué no”.
“Sí, tuve algo de recelo, pero el gesto de modificarlo de esa manera es más violento aún”, reflexiona, pues el hecho de rescatar simplemente el timbre “es de alguna manera cerrarle la boca”.
Una de las grabaciones resultó en un tarareo, una melodía, y en la otra se eliminaron todas las palabras, quedando tan solo unos suspiros que parecen más bien una respiración intranquila, “como alguien teniendo una pesadilla”.
La influencia de Aby Warburg, historiador del arte, también judeo-alemán, es fundamental en esta muestra, explica Uttermann.
Warburg desarrolló, en la década de 1920, un tipo de relato a partir de fotografías que se asemeja a la forma en que se exhiben hoy las fotografías en Internet: colocadas en serie, una al lado de la otra, evidenciando cómo las referencias de los mitos se mantienen en el tiempo.
Uttermann menciona que el crítico solía decir: “mi manera de contar la historia es como un cuento de fantasmas para adultos”.