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Daniel Sada: los ecos de la frontera

Daniel Sada: los ecos de la frontera
07 de diciembre de 2011 - 00:00

Al salir de una enfermedad opresiva, retomo la literatura, los libros, como tabla sobre las olas, y recaigo en otra enfermedad: en la de Daniel Sada, cuya insuficiencia renal se llevó sus huesos a la tumba.

Sada, escritor mexicano nacido en 1953, falleció el 19 de noviembre pasado, dejando una novela inédita (El lenguaje del juego) que será publicada en 2012 y que trata sobre la irrupción del narcotráfico en la atmósfera árida de un pueblo mexicano.

Sada es un punto referencial y preciado para la literatura hispanoamericana. Autor de novelas como: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Registro de causante (Premio Xavier Villaurrutia), Casi nunca (Premio Herralde de novela), y este año, horas antes de su muerte, recibió el  Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011.

Lectores, críticos y editores están conscientes del trabajo hondo que el mexicano llevó adelante con el lenguaje. Desde muy joven se exilió en la literatura, montó la silla del rigor y del trabajo sostenido, con el único fin de girar las palabras, de extraer de ellas pócimas y sonidos, revueltas, polvo, el origen de su frontera literaria.

Sada descubrió en la franja norte de México otro universo y otros lenguajes, beberlos sin discrimen fue su misión. Su prosa no es fácil ni literal, busca siempre los resquicios y los callejones sin salida.
Su obra ha sido cotejada con la de Lezama Lima, se ha dicho que ha bebido de Joyce y de Rulfo. Siempre le molestó que dijeran que lo suyo es barroquismo. Sada desandaba el desierto, las fronteras del norte, explorando léxicos, sonidos, ecos, voces y susurros bajo ese descampado fronterizo.

En la magnanimidad de sus oraciones largas, en los saltos al vacío de sus verbos, en la frondosa luz poética de su lenguaje, allí se halla su cuño literario, hoy ya indeleble.
La culpa y la muerte, la mentira y la incertidumbre ante el paisaje infinito, ¿ante la frontera de la vida?, fueron sus velas de navegación.

“La estructura narrativa representaba para él una construcción en movimiento, sometida a severas tensiones estratégicas. No es casual que fuera un estupendo ajedrecista”, dice Juan Villoro en un editorial publicado en El Siglo de Torreón.

Llamado por su destino de escritor, se mantuvo siempre independiente, abandonó toda ocupación que lo aleje de la escritura, de los amplios períodos de lectura. El mexicano era amante y respetuoso de los clásicos decimonónicos, pues ellos lo instruyeron en los años de juventud en la biblioteca de su Mexicali, su pueblo natal.
Christopher Domínguez Michael ponderó su cuidado y labor con el lenguaje: al punto de enjoyar sus capítulos. En tanto que Elena Poniatowska ha subrayado la bondad, sencillez  y generosidad que volvía siempre cálida la figura del escritor mexicano.

Daniel Sada escribía hasta 12 horas diarias y falleció a los 58 años sosteniendo que la narración debe ser circular y que debe tomarse las pausas necesarias para girar los elementos, encumbrar el lenguaje, hundir la voz narrativa en las contradicciones, en esos remolinos que se avecinan en el decurso del gran río de la ficción.

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