Un cuadro del pionero julio toaquiza se valoraría en miles de dólares
Costumbres y lo actual se reflejan en obras de Tigua
En los Andes ecuatorianos, una antigua tradición se convirtió en arte. Todo empezó cuando a Julio Toaquiza se le ocurrió plasmar en cuero de borrego los mismos dibujos que acostumbraba hacer -teniendo como único pincel las plumas de sus gallinas- sobre máscaras y tambores festivos.
Posteriormente transmitió esta idea entre sus hijos y vecinos. En la actualidad, todos los habitantes de Tigua (provincia de Cotopaxi) son artistas innatos y algunos de ellos ya se han consagrado como tales, tanto que un cuadro con la firma de Toaquiza podría costar miles de dólares.
La vida de estos indígenas está relacionada estrechamente con la pintura. No hay casa en la que por lo menos uno de sus integrantes no pinte, incluso la mayoría ha abandonado la cría de animales y la agricultura. Pero lo más admirable es que los artistas más renombrados han decidido quedarse junto a su Pacha Mama (‘Madre Tierra’ en kichwa) y no les importa cerrar por horas su galería de arte para dedicarse a sus labores ancestrales.
Sus cuadros costumbristas de estilo naif (arte caracterizado por su ingenuidad y espontaneidad) son para estos campesinos como un álbum de recuerdos. En sus obras plasman su entorno, parajes, montañas con sus parcelas, el cielo, borregos pastando, mujeres hilando o lavando ropa en el río, cerros con rostro, cóndores con rasgos humanos. Así podría describirse la obra de Gabriel Cuyo, quien está radicado desde hace 30 años en Quito e integra una de las asociaciones de pintores de Tigua que exhibe su obra cada fin de semana en el parque El Ejido.
En uno de sus cuadros se observa a una mujer raptada por un cóndor mientras pasta ovejas. Un hombre se da cuenta y comienza a gritarle al ave mientras mira cómo la mujer se eleva por el cielo. Junto a esa imagen aparecen otras que reconstruyen la vida familiar de los indígenas en la labranza de la tierra y las acequias que riegan las cosechas. En otro extremo se exhibe la construcción de casas con paja, se recrea el cuidado de animales y músicos que tocan una flauta. De fondo, el Cotopaxi con rostro de hombre.
Cuyo explicó que su técnica y sus conocimientos los aprendió viendo a su padre, quien se dedicaba a pintar cuadros pequeños hechos con cuero de borrego. Él le enseñó los trazos y la mezcla de los colores.
El artista dijo que quienes observan sus obras en el parque piensan que ha pasado por una escuela de arte y él siempre destaca que aprendió viendo. Los turistas, sus principales compradores, llevan sus pinturas a lugares lejanos, como el Oriente Medio.
Aun así, el arte de Tigua está evolucionando con la nueva generación de pintores que tienen nuevas propuestas. Uno de ellos es César Ugsha, artista kichwa panzaleo, quien pinta desde los 12 años. Señaló que, después de acabar la escuela y por problemas económicos en su familia, debió aprender de su padre ese oficio.
Lo primero que pintó fueron cuadros de 5x5 o de 5x8 en cuero de oveja y con pintura sintética, que le daba color y brillo. A los 18 años se independizó de esas técnicas y empezó a pensar en una propuesta propia, sin descuidar sus raíces.
Su pintura expresa un realismo fantástico con temas de actualidad, como el Yasuní, marchas y protestas del mundo indígena y las nuevas condiciones con que se enfrentan ellos en su vida cotidiana en Quito y otras ciudades.
En su obra también están presentes el maíz, la mujer como representación de la Pacha Mama, la simbología del fuego, la luz, la armonía y los ciclos de la vida.