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"Contaminados" construye ficción en una muestra

En el núcleo de sexualidad se relacionan obras que van desde “La adolorida de Bucay”, una representación de Lorena Bobbit, de Hernán Zúñiga, hasta una violación,  obra de Graciela Guerrero.
En el núcleo de sexualidad se relacionan obras que van desde “La adolorida de Bucay”, una representación de Lorena Bobbit, de Hernán Zúñiga, hasta una violación, obra de Graciela Guerrero.
Foto: César Muñoz / et
28 de octubre de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

En la muestra Contaminados, lo popular en el arte contemporáneo, el espacio del museo pretende construirse en un pasaje, en la entrada a un aeropuerto minimizado, un ejemplo de la teoría de los “no lugares” que describe el antropólogo francés Marc Augé. Pero “no es posible hacer una lista de lugares y no lugares”, dijo Augé en una entrevista con este Diario en 2014, pensando en que su obra, por moda, se ha leído superficialmente.

De allí que muchas veces pretenda aplicarse como descripción de una serie de fotos de centros comerciales, aunque la captura no esté anclada a proceso investigativo o etnográfico alguno, desde el cual se concibe esta teoría.

Cuando Augé habla del “no lugar” habla de una dualidad, de las relaciones, de la forma en la que se entrelazan a través del espacio, el lenguaje y el tiempo.

De allí que considere que “hoy la prioridad del arte contemporáneo es cuestionar al espectador. A veces lo hace a tal punto que genera demasiados cuestionamientos antes que una crítica a un contexto social y político. Si actualmente la relación de la creación artística con nuestra historia resulta difícil de identificar es porque el tiempo se acelera y por el recubrimiento del lenguaje temporal por el lenguaje espacial”, dijo el autor de los no lugares.

En el núcleo anarquía se trabajó con diversos elementos de arte, como los “Burros de colores”, de Jorge Jaén, o caricaturas políticas, así como producciones más recientes como el trabajo del colectivo Los Chivox, con gráficas populares (foto).

La muestra inicia en un pasillo angosto en el que pocos se detienen a leer para mutar en un mural de Daniel Adum pintado con la estrategia de su intervención Litro x Mate, que en 2011 fue censurada por el Municipio de Guayaquil, que contradictoriamente ahora ha levantado una bandera por el arte urbano con proyectos como Guayarte.

De inmediato se abre paso a una serie de luchas de tierras que derivan en las formas en que la comunidad de La Pila dejó de huaquear sus tierras para reproducir escenas de la vida cotidiana en nuevos materiales que ahora constituyen una de las bases de su existencia.

El siguiente núcleo se trata de religiosidades, donde se mezclan obras de la colonia como el Cristo que está en el centro con rituales que se generan a partir de este tema, como el entierro. En medio de este núcleo está “Bailarinas”, una pieza de Judith Gutiérrez trabajada en 1983.

Así comienza la otra sección, la de sexualidad. La mezcla es apabullante. Está la “Adolorida de Bucay”, de Herán Zúñiga, una obra censurada en 1994 por el alcalde de la ciudad, el socialcristiano León Febres-Cordero. Por primera vez esta pieza se vuelve a exhibir públicamente. La secundan “Olla Macho para comer caldo de Salchicha”, de Paco

Cuesta, unas fotos que pretenden retratar la viralidad; dibujos de Juan Villafuerte; la obra “Ardo por un semental”, de Gabriela Chérrez; dos cuadros de Eduardo Solá Franco, y la obra “El secuestrador”, de Graciela Guerrero, también censurada en 2010.

Todo este núcleo está acompañado por una mesa de archivos de la abogada y activista Silvia Buendía, en la cual se habla de limitaciones del espacio a comunidades trans. El texto menciona “la invisibilización y represión del pasado sexual precolombino en torno a la figura de los enchaquirados”. El tema, abordado principalmente por el investigador Hugo Benavides, relata cómo niños eran entregados a religiosos para su placer sexual.

Uno de los puntos de la muestra es la exhibición de trabajos comunitarios, la mayoría de ellos desarrollados por artistas y docentes de la Universidad de las Artes, como uno de los curadores (foto).

¿Cómo se tejen estas relaciones de lo sexual de lo masculino a la agresión?

La muestra pasa a la anarquía, a propuestas como la revista de Pancho Jaime; los burros de colores de Jorge Jaén; la mujer envejecida que representa a la Casa de la Cultura, del artista Enrique Tábara; una serie de códigos que permiten escuchar entrevistas con gente del Barrio Cuba, así como ver sus apodos comunes en una pared.

La muestra curada por Matilde Ampuero y Marco Alvarado -quienes también trabajaron en el montaje de “¿Es inútil sublevarse?”, que recogía la historia de La Artefactoría- fue contratada por el Ministerio de Cultura y Patrimonio por un monto de $ 65.000. El comunicador de la cartera de Estado, Juan Carlos Cabezas, sostiene en un correo electrónico que este valor incluye “curaduría talleres, jornadas de reflexión artística, trasladado de bienes, producción museográfica, montaje y catálogo”.

Más que lo popular en el arte contemporáneo, la muestra recoge una época y la posibilidad de un mundo que no existe. (I) 


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