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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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¿Conocemos nuestro patrimonio cultural?

¿Conocemos nuestro patrimonio cultural?
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Un día como cualquiera, en el que necesitas realizar un trámite, vas a la casa de tus padres para buscar en los viejos muebles tu partida de nacimiento. En medio de ese polvoriento pero nostálgico ambiente, encuentras en el fondo de un cajón una moneda oxidada, llena de suciedad y la sacas para botarla. De repente, se cruza por tu camino tu madre y te pregunta ¿qué tienes en la mano? ¡Eso es un tesoro, ni se te ocurra tirar la moneda! Y así, comienza a relatarte toda la fascinante historia detrás de ese olvidado objeto y todas sus peripecias hasta llegar a tus manos. Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? ¿Limpias la moneda y la guardas en un lugar seguro? ¿La expones en algún sitio visible? ¿Cuentas su historia a otras personas? ¿La donas a un museo? ¿La vuelves a guardar tal cual y pasas la página?

De eso se trata el patrimonio histórico y cultural: de lo que nos han transmitido nuestros padres, abuelos, bisabuelos, etc., y nosotros mismos transmitimos a otros porque tiene un valor especial, un significado único. Más allá del valor económico, puede tener un valor estético, espiritual, social, pero sobre todo, simbólico y afectivo. Porque lo que se transmite no solo es un objeto (nuestro patrimonio material), sino también son historias y saberes (nuestro patrimonio inmaterial). Es lo que escogemos recordar y lo que queremos que otros recuerden, desde un anillo de oro hasta una receta de cocina. Es parte de nuestra identidad, la construye (como lo mencioné en mi artículo anterior). Por eso es tan importante cuestionarnos sobre la conservación. ¿Qué podemos conservar? ¿Qué debemos desechar y qué no?

Lo mismo sucede con los bienes colectivos: los que pertenecen a una ciudad, una nación, al mundo entero. Por eso existen los monumentos, los museos, los libros… Es ahí donde se guarda la memoria de las sociedades. Sin embargo, el conservarlos no solo es tarea del Estado, de una institución o academia. Todos estamos implicados, pues ¿qué ocurre cuando una obra de arte es vandalizada, destruida, descuidada? ¿Qué pasa cuando un conocimiento ancestral es olvidado; cuando nadie visita el museo? Algo de la memoria universal se pierde, algo dentro de nosotros se marchita, perdemos una parte de nuestra identidad…

Ahora, propongo un ejercicio sencillo: escojamos un objeto de nuestra casa que consideremos valioso y contemos su historia a alguien más. Luego, fijémonos en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en algún monumento o lugar, y preguntémonos por qué es importante para nosotros. Al tomar consciencia de su valor, ya no soportamos verlo en mal estado, abandonado, y comenzamos a cuidarlo, a alentar a otros para que hagan lo mismo. Por último, descubramos cuáles son los objetos y conocimientos que han marcado nuestra sociedad entera visitando los museos, atesorándolos, porque de alguna manera están conectados con lo que somos. Solo así seremos capaces de construir una sociedad consciente, orgullosa de sí misma y entusiasmada por contar al mundo lo que tenemos y de qué estamos hechos. 

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