Conjeturas sobre la inocencia y los días que fuimos felices
¿En qué consiste la inocencia, cuáles son sus límites y cuáles sus alcances? No hay una idea exacta, no hay concreción posible.
Por eso hablamos de conjeturar, es decir, a partir de indicios lejanos formarnos el concepto de una cosa o suceso de cuya experiencia no tenemos certeza.
Ser inocente es no ser culpable, desconocer o conocer a medias. ¿Podría decirse entonces que ser inocente es ser medio tonto? ¿O entero? Parecería que no, puesto que la inocencia es una virtud, peligrosa, es cierto, pero virtud a final de cuentas. Mejor dejémonos de conjeturas pelotudas (¿) y veamos algún (o algunos) caso específico.
El de nuestro santo padre Adán, por ejemplo, que fue expulsado del Paraíso por inocente y comer del árbol del bien y del mal sin saber que era pecado (por inocente, pues), y al mismo tiempo perder la inocencia al comer del árbol prohibido, esto es, palo porque bogas y palo porque no bogas.
Así salió Adán como si NADA (léase ADAN al revés y comprobarán que es NADA) del Paraíso Terrenal.
La inocencia, en otros casos puede ayudarnos a encontrar, como quien no quiere la cosa, la felicidad.
Nuestra clasificación directa al Mundial de Fútbol que se jugará en Brasil el próximo año, por ejemplo.
Fuimos el cuarto equipo sudamericano, después de Argentina, Colombia y Chile, que irá al Mundial. Uruguay (que seguramente calificará) quedó para el repechaje.
La inocencia es una virtud, peligrosa, es cierto, pero es una virtud a final de cuentas
Los jordanos dicen que no les temen a los charrúas y que los dominarán en el repechaje. Ver para creer dijo un sabio, ya veremos aseguró un ciego. Venezuela, que ha progresado mucho, Perú, Bolivia y Paraguay fueron eliminados.
Esta clasificación la celebramos a todo tambor, con relativa justicia dados los pocos éxitos balonpédicos (qué feo suena, ¿y apesta?) que hemos tenido, incluso habiendo progresado, a tal punto que ahora exportamos jugadores (los hay jugando en Inglaterra, Holanda, México, Brasil, Argentina, etc.).
La inocencia nos permitió celebrar con fervor y sin tomar en cuenta la ayuda que tuvimos al jugar las Eliminatorias, como locales, en los 2 mil 800 metros de altitud de Quito, lo que no es pelo de rana sino pellejo de cocodrilo.
Y es que la altura es real. Claro que no es suficiente ella sola y hay que tener, como es el caso de Ecuador, un equipo cuya solvencia táctica, su técnica individual, su potencia física y su temperamento le permiten convertir esos 2 mil 800 metros sobre el nivel del mar en una contundente ventaja, en contraste con Bolivia que a pesar de los tres mil 500 metros de altitud de La Paz casi siempre pierde cuando la visitan.
Cabe destacar que Ecuador ganó todos sus partidos (menos uno) como local, es decir, con la ayuda de la altura. Gracias a ello y a sus cualidades como equipo logró la clasificación, lo que nos hace recalcar que debemos tomar en cuenta esta circunstancia para pensar ahora en trabajar en función del nivel del mar.
Obviamente porque, ¿qué papel vamos a cumplir compitiendo al nivel del mar como son todos los grandes certámenes deportivos internacionales? Debemos reconocer entonces que haber calificado al Mundial de Brasil con la ayuda de la altura nos obliga a una nueva adaptación: competir a nivel del mar.
Haber calificado al mundial con la ayuda de la altura nos obliga a competir a nivel del mar
Y descubrir, como si no fuera obvio, que no tenemos entrenadores ni directores técnicos ecuatorianos de la selección; que son tres directores técnicos colombianos los que nos han llevado a tres mundiales de fútbol, que estas son carencias que hacen vulnerable a nuestro balompié.
Nada más cabe decir sobre el punto anterior y, como ya deben estar acostumbrados, paso de coles a nabos, es decir, me divierto escribiendo lo que me da la gana. No debí decir que paso de coles a nabos sino de coles a goles. Como los siete que le zampó Emelec a su rival de turno en el Capwell, o el récord de Di Stéfano en los enfrentamientos Real Madrid-Barcelona, que Messi está a punto de empatar. Está (¿estaba?) apenas a un gol.
Además, coles y goles riman, lo que no sucede con coles y nabos. La belleza es siempre enigmática, tiene su carga de misterio, nos ofrece un inexplicable resplandor en el que la muerte es y nosotros ya no somos sino tristes esperpentos esperando el despertar, la mano de Dios y el mejor gol de Maradona. ¡¿Qué mierda digo!? ¡¿Desvarío!? ¡¿Dónde estoy, qué carajos hago aquí?! Ha llegado la hora. Hay que callar.