La comunidad agustina busca que su órgano tubular vuelva a sonar
El altar mayor de la Iglesia de San Agustín, en el centro de Guayaquil, está cubierto por un cartel que dice “Disculpe las molestias estamos trabajando”.
Hace cuatro años el párroco Wilson Malavé, quien dirige la comunidad de más de 1.000 personas, trabaja en la recuperación de la iglesia que esconde secretos, como uno de los pocos órganos tubulares del país, además de algunos ángeles del altar que han quedado escondidos por intervenciones de cemento.
Cuenta que hace siete años, cuando llegó desde Ibarra, encontró a San Agustín de color plomo. “Casi lloro”.
Mediante un proyecto presentado al Municipio de Guayaquil, la comunidad restaura los elementos del altar con un presupuesto de $ 85.000.
Teclas en funda, tubos en la caja de resonancia y polillas son los daños que tiene el instrumento desde la década del 70 que se dejó de usar.
Sin embargo, el párroco de la Iglesia considera alarmante lo que podría ocurrir con el órgano tubular que se encuentra en la parte alta, pues está deteriorado y su restauración requeriría de $ 300.000.
El instrumento llegó hace 100 años desde Alemania para los conciertos sinfónicos hasta que, a finales de los 70, se dañó y desde entonces el tiempo, el polvo y los sismos lo han deteriorado.
Este instrumento magistral tenía 250 tubos que se han caído poco a poco. Los grandes pesan entre 70 y 80 libras, y algunos están guardados en una de las cajas de resonancia.
Algunas teclas están en una funda llena de polvo y la madera apolillada. El motor que transmite aire a la caja central se encuentra dañado y cortados los cables que unían todo el sistema.
Hace 100 años la comunidad agustina lo pidió de Alemania para dar conciertos únicos en Guayaquil.
Actualmente corre el riesgo de desbaratarse con el mínimo movimiento, como ha ocurrido con una parte de sus componentes durante los últimos sismos fuertes que ha enfrentado la ciudad.
En el inventario del Instituto Nacional de Patrimonio hay 25 pianos. La mayoría pertenece a iglesias, conventos y museos. Sin embargo, los órganos tubulares no se registran, aunque se conoce que en el país desde 1565 hay en versiones locales e importados desde Europa.
Para el párroco Malavé mantener este instrumento es una paradoja. Si se desarma también tendría un costo importante; si sigue sin restaurarse es un riesgo para la comunidad y su proyecto por repararlo no ha tenido respuesta de las autoridades en cuatro años. (I)