Coleccionismo: ¿Cómo opera en el Ecuador?
Carlos Willson nació en Chile, pero vive en Ecuador desde hace más de 20 años y se siente como parte del territorio. Lo siente así a tal punto que, en 2014, cuando se anunció la selección de Pablo León de la Barra sobre los artistas latinoamericanos que participaron del UBS MAP Global Art Initiative, un programa del Guggenheim, esperó la lectura del boletín acompañado de una copa de ginebra. Cuando leyó Ecuador entre los nombres de los artistas seleccionados por el curador del Guggenheim, por microsegundos sintió que se le salía el corazón.
En la selección que hizo De la Barra estaba Jonathan Harker, un artista visual que nació en Ecuador pero hizo su vida fuera, por tanto no se lo podría considerar exactamente un “artista ecuatoriano”. Junto con él aparecía Donna Conlon, una artista estadounidense con la que Harker trabaja en Panamá.
Willson hizo un print de pantalla de aquel momento feliz, en el que el Guggenheim anunció al artista de un país que parece estar detrás de la vanguardia del arte, en una lista que parecía el certamen de Miss Universo, un nombre por país.
A la semana siguiente volvió a salir el boletín, y Ecuador ya no estaba. Con aquel print de pantalla, la evidencia de los segundos, en los cuales Ecuador constaba en una selección importante de arte, Willson, que además de abogado es uno de los coleccionistas de arte contemporáneo ecuatoriano más importantes, hizo su única obra. Le colocó a la plantilla en la que aparecía Ecuador y a la que no, el slogan turístico del Gobierno ‘All you need is Ecuador’.
Willson es uno de los pocos coleccionistas de arte contemporáneo de Ecuador, y una de las personas que recorre ferias internacionales en representación del país. Su colección ‘Límites’ (cuyo nombre tiene posibilidades de cambiar), la inició con una compra fallida, de un cuadro que en los ochenta le costó $ 1.000 y la pagó en cuatro partes. De a poco, su mirada sobre el arte contemporáneo se afinó a partir del diálogo con autores que llegaron a Guayaquil convocados por otro coleccionista y galerista, David Pérez Mccollum; y con su experiencia fuera del país.
Su colección empezó a llenar una pared con artistas como la peruana Sandra Gamarra y ecuatorianos como los integrantes de La Limpia.
En 2004 viajó a México, a la primera edición de la Feria de Arte Contemporáneo (MACO) como invitado VIP, luego de conseguir una invitación de la organización por enviarles un correo electrónico en el cual manifestaba su interés de participar. En la primera edición de MACO, en el Distrito Federal mexicano, Willson conoció a una pareja de coleccionistas de arte que prácticamente lo adoptaron.
A partir de entonces se dio cuenta de cómo debía funcionar el coleccionismo y vio hacia dónde apuntaba la tendencia de arte en la región. Con esa pareja recorrió encuentros de arte en los que pasó como el comprador menos impulsivo de todos, pero en cambio generó una serie de contactos. Desde 2005 recorre cinco ferias de arte contemporáneo por año.
Para Willson no hay interés temático con el cual quiera seleccionar las obras que adquiere. Sus 250 piezas hablan de distintos momentos del arte latinoamericano. Le interesa coleccionar gente que sea menor que él y a la cual conozca, de alguna u otra manera.
“Me parece que he tenido ojo, algo que me ayuda a ver entre esos chicos de 28 a 34 años. Compré en Miami una obra de Carlos Mota (Colombia) y a la semana siguiente ganó el premio Pinchuk y me llamaron a ofrecer el triple por la obra”, dijo Willson durante un conversatorio con artistas, en Galería Violenta, sur de Guayaquil.
Su siguiente paso es dejar el país. No está seguro si para siempre. Para Willson ser coleccionista de arte contemporáneo no es tan difícil como parece. Considera que no hay que ser millonario para adquirir obras y piensa en que una de las estrategias para el crecimiento de la escena local y su inserción más potente en un nuevo mercado, es mirar afuera, nutrirse con lo que pasa en países con instituciones culturales más fuertes. (I)
Un interés incipiente por adquirir obras de arte
Cuando Pilar Estrada fundó la Galería NoMínimo, en Plaza Lagos, también abrió un club de coleccionistas, en el cual gente interesada en arte podría aproximarse a los artistas que exponían en el lugar. Además se aproximaron a personajes que participaron en el Premio Batán. Entre ellos estuvieron curadores internacionales como María Paz Gaviria, Ana Sokoloff o Chus Martónez. Pero “los grandes esfuerzos no se pueden hacer en solitario”, dice Carlos Willson.
En Ecuador muy pocos museos adquieren obras de arte y cuando lo hacen es parte de certámenes que organizan. Para el galerista David Pérez McCollum “nuestros museos están vacíos de historia cultural”, pues cree que no atinan a considerar el valor que tienen las obras de arte en la actualidad.
La artista y gestora cultural Paulina León, quien fue jurado de los fondos concursables, dice que a través de su trabajo en la selección de los ganadores de la última edición, pudo evidenciar que en Guayaquil hay más trabajos orientados al objeto, a la pintura, a la instalación, mientras que en Quito y Cuenca hay mucha más práctica, como performances. Para León, este factor sobre la posibilidad de conservar refuerza la idea de que en Guayaquil hay más coleccionismo que en Quito. (I)