Cine nacional, sin “membretes” de género
Hace unos días la escritora y ensayista canadiense Nancy Huston le dijo a EFE que la mujer occidental se cree más libre de lo que es. Se refería a una suerte de tiranía de la moda y algunas industrias, de las que, según la autora, es víctima el género femenino en la actualidad.
En otra ocasión, a diario El País, Huston explicaba que una de las condiciones fundamentales para el desarrollo de esa industria de la estética fue la aparición del cine. “Las mujeres empezaron a querer parecerse a las actrices”. Eso, agregaba, lo aprovechó el capitalismo.
Va un poco con un discurso sobre la construcción de las nociones sobre la mujer contemporánea a partir de la industria cultural, donde destaca la cinematografía como espacio de representación.
No son pocas las discusiones que se sostienen desde trincheras feministas, que critican, a veces desde la academia, esa concepción.
Coral Herrera, doctora en Humanidades y Comunicación, especializada en Teoría de género, ubica el ‘mito del amor romántico’ a lo largo y ancho de la producción cinematográfica a nivel mundial. Lo dice en un video que reproduce el portal web español Terra Noticias.
Sobre estas nociones (que incluyen al príncipe azul o la media naranja), dice Herrera que las películas, en su mayoría, y sobre todo desde Hollywood, alientan -con las representaciones que hacen de personajes femeninos- la dependencia emocional de las mujeres.
Del mismo tema, María Castejón, coordinadora de la Muestra Internacional ‘Cine y Mujeres’ de Pamplona (España), opina que la mujer ha sido graficada como una figura de límites, que entorpece -y engrandece- al protagonista masculino en sus objetivos.
Las críticas que se ejercen sobre esas formas de representación desde ámbitos feministas, que incluyen la extendida noción del uso de la mujer como un objeto sexual, han repercutido de distintas formas. Un ejemplo: que en Estados Unidos sea prohibida la venta de revistas pornográficas en cadenas de supermercados.
Algo que a Camille Paglia, intelectual estadounidense que ha sido definida como una ‘feminista post-feminista’, le desagrada, por considerarlo excesivo. Ha dicho Paglia al diario londinense The Observer: “Es como si Garganta profunda fuera el símbolo definitivo de la mujer violada. Es repugnante. Ha habido un retroceso hacia el puritanismo desde los 60”.
Y los debates sobre la representación de la mujer continúan con esos tintes de género en un ámbito global. Pero el discurso es distinto en el medio cinematográfico ecuatoriano, una industria que no ha terminado de construirse.
O más bien, no existe esa preocupación, como sostienen Mariana Andrade, directora de la cadena independiente de salas de cine Ochoymedio, y Paulina Simon, programadora de la Cinemateca de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
En general, dice Simon, el cine nacional “ha retratado a las mujeres con justicia. Es decir, siempre en relación con su generación, sus necesidades y dramas afectivos”.
Cita la pluralidad de personajes como las rebeldes Tristeza (‘Qué tan lejos’) y Antonia (‘Sin otoño, sin primavera’); Aurora (‘La llamada’), “la madre que lucha contra el mundo”; o las despechadas, infieles y angustiadas mujeres que se retratan en ‘Esas no son penas’. A ellas, Andrade suma a la Bámbola (Black mama), “una mujer que quiere que le pase algo y nada la detiene”.
Andrade va un poco más atrás, a un contexto distinto, y cita la representación de la sensualidad en ‘La tigra’, en un medio machista: el Ecuador de los 80 y 90. Y para seguir hablando de variedad en esos años, habla Andrade también de las mujeres militantes “con historias individuales que fueron postergadas por su voluntad política”, en ‘Entre Marx y una mujer desnuda’ (1996).
Pero Simon extiende el panorama más allá de la construcción de personajes, y se refiere también a la participación activa femenina en el cine ecuatoriano, “una industria en la que las mujeres han tenido papeles importantes sin discriminación”, en labores de creación, dirección y producción.
Menciona entre ellas a las directoras Tania Hermida, Fernanda Restrepo y Viviana Cordero; la historiadora del único archivo fílmico del Ecuador, Wilma Granda; la fundadora del único festival de cine infantil del país, Francisca Romero, o Lisandra Rivera, una de las fundadoras de Cinememoria y los Encuentros del Otro Cine (Edoc).
Simon menciona también a la misma Mariana Andrade, fundadora de Ochoymedio, bautizada en el ámbito del cine independiente -y “bajo tierra”- de Ecuador como La Comandante. Y es que ese sector particular ha formado una industria inmune -por decirlo de alguna forma- a discursos de género muy cargados.
Dice Andrade que “no se necesitan membretes. Lo que me interesa es la construcción de cada director y ver esa imagen de la mujer que no es un cliché”.