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El Telégrafo
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Cecilia Piedra y su visión del ferrocarril más difícil del mundo

Cecilia Piedra y su visión del ferrocarril más difícil del mundo
08 de marzo de 2013 - 00:00

Para Cecilia Piedra, artista plástica riobambeña, la memoria ha sido desde su infancia una moneda de dos caras: cómplice y juez. La complicidad se asienta en los recuerdos: una niña bañada por una sensibilidad que buscaba en la música, el canto, la danza y el dibujo, vías para compartir sus sentimientos. La imagen del juez, en cambio, ha estado ligada a las cuentas que con los años factura la experiencia: “no he podido olvidar ni un solo detalle, alegría o dolor, cosechados en el camino”, señala la creadora. Sin duda alguna los recuerdos han sido motores que la han llevado a generar una obra capaz de poner al espectador frente a la naturaleza humana y a la historia, como si fuesen espejos, revestidos de colores, formas, rasgos propios, rostros, nombres.

Cercana a la pintura desde la juventud, Piedra concibe la comunión entre expresiones artísticas como una herramienta para comunicar: “Mi pintura surge de una relación muy estrecha entre la imagen y la palabra. Dos elementos que caracterizan el testimonio”, añade. Ese testimonio ha sido labrado, en sus primeros cuadros, con las huellas de una sociedad consumida por los miedos, la corrupción y la desesperanza. “Mi ser mujer impregna todas esas imágenes, a veces dolorosas, de una sensibilidad que apunta a volver al hombre más humano”, señala. Esa visión femenina es una marca en su pintura: la mujer en muchos de sus lienzos es un eje alrededor del cual circulan discursos sociales como el mestizaje, la migración, el desarrollo, la violencia... Esas reflexiones vinculadas al recuerdo se exponen con claridad en su trabajo pictórico titulado “Alausí, entre las puertas del cielo y la Nariz del Diablo”, en el que la artista retoma la imagen del ferrocarril como un hilo para seguir las huellas de la historia.

Iniciada en 1872, la construcción del ferrocarril significó para el país el primer acercamiento a la modernidad al poner en contacto a los habitantes de la Costa con los de la Sierra. Con una red vial de 452 km y superando alturas de 3.604 msnm, el proyecto supuso la intervención de miles de trabajadores que en las horas más arduas y sacrificadas dieron sus vidas a cambio del sueño en ciernes. La historia registra que el clima y la topografía fueron dos factores adversos que provocaron la demora de la obra, finalizada el 25 de junio de 1908 cuando llegó la primera locomotora de Durán a Quito.

El trabajo en mural no fue una experiencia nueva para Piedra, pues antes había dejado su huella en los diez cantones de la provincia: murales que reflejan las tradiciones de cada uno de los centros poblados que conforman Chimborazo. “Mi visión se asentaba en reconocer las potencialidades de los cantones para, desde ellas, reflejar su identidad y personalidad en el contexto social”, menciona la artista. Esta experiencia le sirve como antesala a los 24 trabajos muralísticos que propone para Alausí: grandes formatos de 8 y 4 metros cuadrados, labrados en lona con acrílicos y aceites a lo largo de dos años.

“Lo importante era retratar las historias que se habían quedado en el silencio, aquellas que tenían a ciudadanos anónimos: mujeres luchadoras, campesinos y trabajadores, niños y niñas que vieron el amanecer de una nueva época de la mano de los vagones de carga y pasajeros”, indica Cecilia Piedra. El punto escogido para trazar ese proyecto fue Alausí, uno de los diez cantones de la provincia de Chimborazo.

Ubicado sobre la hoya del mismo nombre, Alausí se convirtió en un paso estratégico para el enlace entre regiones. Ese enlace, que se resumía en el encuentro de culturas diversas, no estuvo libre de impactos. El pincel de Piedra se concentra en esos impactos, al trazar una línea pictórica que refleja, en sentido cronológico, encuentros anteriores incluso a la época de la colonia y que suponen una visión histórica del habitante andino. “Mi intención fue plasmar, utilizando la metáfora del ferrocarril, la propia historia del hombre americano, las formas de entender la comunicación de los chasquis, la imagen de los conquistadores como justificación de las lágrimas de la gente; más tarde, el telégrafo, las tradiciones mestizas, las guerras liberales… es decir, una fusión entre la historia, la cultura y la vida de quienes han levantado este continente”, apunta la autora.

Los ejemplos saltan a la vista: el trabajado titulado “Chasqui” propone a un hombre emergiendo del páramo ante la atenta mirada de una mujer. El desnudo, en ambos personajes, añade las coordenadas del origen: hombre y mujer en el primer momento de la historia. Detrás de ellos, la autora despliega la certidumbre de que ese origen es propio del suelo andino, el paisaje formado de tamices verdes, amarillos, naranjas, recubre el horizonte de montañas sobre las que se despliegan los sembríos. En el cielo, acunada entre las nubes que siempre son esperanza, una locomotora transita abriéndose paso hacia el mañana.

Más adelante la artista mostrará el origen del fuego, la pesca, la caza, los textiles, la cerámica. “Creo que el discurso que anima mi obra está lleno de miradas a una América de la que es parte íntima el Ecuador, en donde imágenes simétricas o no, históricas o no, fracturas de los cánones, estatus subvertidos e imposiciones rotas, me han servido para mostrar el rostro del otro mestizaje, raíz de la sangre que sintió y siente miedo”, dictamina la pintora. Así es como se dibujan en el lienzo los rostros de los conquistadores, armaduras, espadas, ballestas, caballos, en un afán de introducirnos al horror de la explotación. El cuadro “Ambición”, por ejemplo, concentra la sorpresa de los indígenas ante el apetito desmedido de quienes venían por el oro. El paisaje ahora es oscuro, como si la tinta se hubiera derramado sobre el sol y no le quedara al mundo ninguna vocación salvo la tristeza. Al fondo, una locomotora atraviesa el luto como un fantasma.

Existe en el trabajo de Alausí una coordinación rítmica entre el discurso, el tiempo y la imagen. Más adelante Piedra nos trasladará a la llegada de los primeros colonos costeños, la invención de la imprenta, el inicio de la modernidad. Trazos matizados con símbolos propios del ande en los que se recrean corridas de toros, peleas de gallos, frutas propias de estos sectores, fiestas populares. Pero bajo ese velo que podría sugerir una historia llena de optimismo reposa también el rechazo al silencio: el tren deslizándose sobre cuerpos durmientes, rostros y pieles de los más de cuatro mil jamaiquinos que llegaron a la construcción de este monstruo de metal, nativos que perecieron en la lucha por vencer la pared de roca empinada que ahora se conoce como la Nariz del Diablo, lágrimas desperdigadas por el afán de progreso.

Dispuesta en forma de octaedro en los tres pisos que componen el edificio de la Municipalidad del cantón Alausí, esta muestra permanente está abierta al público a partir de 2006 y en esta se reflejan el afán y la tenacidad de la artista riobambeña por hacer de la pintura su testimonio. “Recrear la historia del tren más difícil del mundo ha sido, a la vez, emprender una empresa en la que mi memoria recrea la memoria del hombre, una labor que implica una entrega total a la pintura”, finaliza Cecilia Piedra.

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