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Carlos Manuel de Céspedes, un sacerdote unido a los cubanos

Carlos Manuel de Céspedes, un sacerdote unido a los cubanos
18 de enero de 2014 - 00:00

El 3 de enero falleció en La Habana una gran figura del mundo intelectual y eclesiástico de Cuba, monseñor Carlos Manuel de Céspedes. Tataranieto del Padre de la Patria, él había nacido en 1936. Estudió Derecho en la Universidad de La Habana. Entró en el seminario habanero y en 1959 viajó a Roma, y ahí obtuvo la licenciatura en teología. Fue ordenado sacerdote en 1961.

Durante 4 años fue rector del seminario y entre 1970 y 1991, secretario de la Conferencia episcopal. Nombrado vicario general de la diócesis de La Habana, colaboró de cerca con el cardenal Ortega. Al mismo tiempo era párroco de San Agustín, en Playa, barrio capitalino.

Excelente escritor, publicó artículos y libros de teología y de derecho, y también una novela; fue amigo del poeta católico y revolucionario Cintio Vitier. Muy apreciado por la inteligencia cubana, fue elegido en 2005 miembro de la Academia Cubana de la Lengua. A pesar de su alto nivel cultural e intelectual, su sencillez era legendaria y su trabajo pastoral lo ponía en contacto con diversas capas sociales.

Vivió todas las etapas de las relaciones entre el gobierno comunista de Cuba y la Iglesia católica. Al principio, las tensiones eran fuertes, entre una Iglesia con dos tercios del clero español y en mayoría franquista, que veía a Cuba como la repetición de la guerra civil y un partido que consideraba la Iglesia como un aparato de la burguesía.

En Cuba, este argumento no era totalmente falso. En los 50, la ciudad de La Habana, de un millón de habitantes, tenía 16 parroquias con 32 sacerdotes y los colegios y escuelas superiores (de hecho reservados a la burguesía), contaba más de 200 sacerdotes. La pastoral rural prácticamente no existía. El joven sacerdote Carlos Manuel de Céspedes, regresando de Europa y mirando a la Revolución con los ojos de un cubano, ya pertenecía a otra generación.

Sin embargo, el período de influencia soviética no ayudó al diálogo. Por otra parte, los opositores consideraban la participación religiosa como una manera de protestar. Dentro de los intelectuales marxistas hubo una evolución. El contacto con cristianos miembros de movimientos revolucionarios de Guatemala, El Salvador y de Nicaragua y con teólogos de la Liberación, no permitía más afirmar que la religión era necesariamente el “opio del pueblo”.

En 1986, Frei Beto publicó su libro: Fidel y la Religión y más de un millón de ejemplares se vendieron en Cuba. El mismo año, me invitaron a impartir un curso de sociología de la religión a ideólogos del Partido. Cristianos cubanos, como Carlos Manuel, Cintio Vitier, Raúl Suárez e intelectuales marxistas, como Aurelio Alonso y Abel Prieto, fueron los actores de esta difícil historia y con resistencias en los respectivos campos. Últimamente, Carlos Manuel se declaró partidario de un “socialismo democrático y participativo”, en oposición al retorno del capitalismo en Cuba.

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