Calamaro: “Un gaucho precavido viaja con su yerba”
Desde el arranque, la aceleración y la frenada, el recorrido sonoro entre el músico y sus fanáticos fue marcado por altos niveles de energía, por una especie, por decirlo de alguna forma, de complicidad, por una cohesión donde la voz estrangulada del argentino Andrés Calamaro y el coreo -no menos desigual- del público empataron sin soltarse por dos horas.
La noche quiteña calentaba con trago algunas de sus esquinas, más que todo aquellas multicolores calles cercanas a la Plaza Foch. Cerca de allí, a pocas cuadras, el coliseo Rumiñahui acogió desde las ocho de la noche a una de las figuras relevantes del rock argentino y regional, al cantante conocido como el “Salmón”, a un rock/pop star.
Y así comenzó el show. El barullo inundó todo el coliseo. Un Calamaro prendido apareció en escena, arropado de negro, luciendo gafas de sol. “A los ojos”, “Crímenes perfectos” y “El salmón” abrieron el concierto, o mejor, la gira Bohemio, que ya venía alterando los nervios de los caleños dos días antes. Y ahí empezó aquella conexión casi espiritual con el público. Con la excepción de dos periodistas que, agarradas de su celular se desentendían del recital, los fanáticos cantaron de pie.
Ya no pasó como antes. Los temas que interpretaría algún artista, por lo general, venían rodeados de sorpresa. La redes sociales opacaron aquello y se sabía, por ejemplo, que de su disco “On the rock” interpretaría “Las tres Marías”. Lo que no se sabía con precisión era el orden de las canciones y las imágenes que se proyectarían detrás de la escena. “La libertad” presentó fotos, si se quiere, obvias: gente en prisión, murallas, cascos, rostros adustos.
Lo que tampoco se sabía con exactitud eran los diálogos que tendría con el público. Ahí se desbordó: “Un gaucho precavido viaja con su yerba”. Y el público, sobre la jugada, cachó el doble sentido. Calamaro agarró el termo, con la otra mano la matera, vertió el agua hirviente, acomodó la bombilla y sorbió. “Sin pudor me voy a cebar un amargo para endulzar la garganta”, siguió.
Y ese diálogo, intercalado por sus canciones, fue tomando, sin duda, un matiz político. “Yo respeto todas las opiniones. Pero hay que pensar, hay que pensar qué más nos van a prohibir”. La gente bulló en gritos y aplausos, silbidos y saltos. Él, para que no quede duda, se refería a los toros y a las corridas. Las imágenes del coso, el toro y el torero detrás lo respaldaban. Aunque no fue del todo perceptible, pero entre los aplausos se notaron algunos chiflidos y leves abucheos. El show siguió.
Y apareció el Calamaro fanático y el que fanatiza. “Para el diablo, un año en el infierno es un año de vacaciones”, se reconfortó. El mismo día -el sábado que pasó- el “Rey de Copas”, los “diablos rojos”, el Independiente de Avellaneda, el equipo de los amores del “Salmón”, cuesta abajo se hundió en la Serie B.
Descendió “al infierno”. Y Calamaro apagó la furia cantando “Gin tonic”. Quizá como parte de su excentricidad, sobre los 2.800 metros sobre el nivel del mar de Quito, el músico se inclinó y besó el piso de la escenario. Luego besó el escudo de la bandera ecuatoriana. Fanatizó al pueblo. Aunque el gesto haya estado lejos de ser político, los fanáticos lo ovacionaron al extremo.
“Un gaucho precavido viaja con su yerba”. El público, sobre la jugada, cachó el doble sentidoY siguió el “rock star”. Maradona, la canción y el astro futbolero, tarima arriba, recordaron la tan manida hazaña de la “Mano de Dios”. Pero también recordó a quienes ya no están y son sus compañeros. “Muchos amigos se fueron antes que yo/ y me dejaron solo/ por eso si en invierno hace frío/ también bajo al infierno un poco”, parte de la letra de “Los chicos” se combinó con las imágenes de Pappo, Luis Alberto Spinetta, Alberto Olmedo, Ernesto “Che” Guevara, Carlos Gardel, Miguel Abuelo. Ellos fueron, entre otros, a los que el cantante recordó. Y luego de ese collage, sonó “De música ligera”, solo el coro, para recordar a quien aún no se va, a quien un hilo de vida lo sigue sosteniendo: a Gustavo Cerati. El alarido del público llegó a su clímax y Calamaro, con una venia, junto con sus músicos se retiró.
Al final del concierto, pocos sabían qué cantidad de temas cantó, si las interpretaciones se parecen mucho a las que se escuchan en sus CD, si de pronto se pegó una de sus afamadas inprovisaciones, si sus temas suenan mejor en las voces de otros cantantes y si su voz estrangulada es solo un destello. La gente se fue sin chistar mucho, caminando lentamente a fundirse nuevamente entre las luces de la zona rosa quiteña.