William Ospina presentó su obra en Guayaquil
“Cada generación encuentra su forma de contar la realidad”
El escritor William Ospina (Padua, Colombia, 1954) llegó a Guayaquil en la mañana el 15 de julio. Por unas horas sintió el calor de una ciudad que debía estar en verano, resguardándose del sol del invierno para volver a soportarlo.
Pero el tiempo de días soleados se ha prolongado, mientras Ospina, que llegó para volver al frío -pues su próxima parada es Lima-, vestía de saco y botines de felpa.
Su recorrido por la ciudad inició en EL TELÉGRAFO. Entrevistado por el director del diario, Orlando Pérez, y secundado por algunos de los editores, compartió la curiosidad con la que construye su último relato ‘El año del verano que nunca llegó’ (Penguin Random House, 2015).
La historia parte del encuentro entre los poetas Byron y Shelley, cruzado por la catástrofe de una erupción volcánica que ennegreció el cielo de la península de Indochina y que los monzones se fueron llevando hacia el norte.
¿Pero se puede concebir esta historia como una novela, cómo lo hace Ospina? “Yo la viví como una novela desde el comienzo, por lo menos la tentativa era hacer una novela, pero hay muchos debates posibles. No solamente sobre este libro en particular sino sobre ¿qué es una novela en estos tiempos? Si llamamos novela al Ulises de Joyce, al Pedro Páramo de Juan Rulfo y a la Metamorfosis de Kafka, me parece que eso significa que la novela tiene muchas definiciones posibles o que admite muchos lenguajes, tonos, estilos”, dijo el autor.
Consideró que la novela contemporánea permite el tono de la investigación, de la reflexión ensayística, también la incursión de la poesía; “fue Borges quien dijo que el Ulises de Joyce fue un gran poema sinfónico. De manera que estamos en un tiempo de libertades y yo trato de tomarme algunas”, contó Ospina.
El encuentro entre Lord Byron y Shelley ha sido contado muchas veces y cada vez que Ospina se encontraba con uno de estos libros tenía el temor de que le hayan arrebatado la historia de las manos.
Finalmente, comprendió que le interesaba abarcar al máximo los acontecimientos y sus repercusiones literarias e históricas y también seguirle los pasos de forma minuciosa a los personajes.
Los cuestionamientos entre un lector atento y su autor pueden ser interminables. Cada lugar, cada espacio, cada cruce con la historia ya contada puede dar origen a un nuevo relato.
Cuestionar a Ospina sobre su obra, el tono que escoge para escribir y repensar una historia es adentrarse en la carpintería del escritor y a él no le cuesta dar detalles.
Lo hizo en EL TELÉGRAFO y lo repitió, por la tarde, en la Universidad de las Artes, luego de un paseo por el centro de Guayaquil que lo obligó a dejar su saco y, tal vez, un poco la formalidad.
En la Universidad de las Artes volvió a contar las vertientes principales de la construcción de su novela entre un público que, al contrario de lo esperado, no estaba solo copado por estudiantes.
Saltó, entonces, una preocupación política. La preocupación por la paz en Colombia y los diálogos que se mantienen desde La Habana hace ya cinco años.
Para Ospina, es fundamental involucrar a la ciudadanía en el proceso de paz. “A la gente hay que decirle qué va a significar la paz para ella, para eso hay que empezar a hacer gestos de paz”, dijo.
“Tengo la esperanza de que se abra camino, pero no vacilo en decir que no se abrirá camino si sigue siendo un proceso de élites en donde no se convoque a la comunidad de grandes transformaciones. La dirigencia colombiana le tiene tanto miedo a la gente, tanto miedo a la democracia y a la iniciativa de la comunidad, que quieren hacer la paz pero que la gente no se entere o que, por lo menos, no participe, que la gente no tenga ninguna iniciativa”, dijo Ospina.
Ospina narró un encuentro entre poetas en ‘El año del verano que nunca llegó’. Para él, las reformas que se ofrecieron en Colombia aún siguen esperando y como con su obra considera que la labor de las nuevas generaciones es seguir contando la historia.
Sobre esa búsqueda con los dilemas tradicionales de la humanidad, dijo que es posible que los grandes acontecimientos literarios sean pocos y lo que verdaderamente el mundo necesita sea una nueva manera de contarlos, “de recordarlos y mantenerlos vivos y que la leyenda de una guerra con la que Homero construyó la Ilíada sea repetida en preciosas variaciones a lo largo del tiempo. Estos temas, cada generación los reinventa y le añade los detalles de las preocupaciones de su propia época”.
“Cada época vuelve a enfrentar los eternos dilemas de la condición humana, las pequeñas tragedias y eso implica cambiar el lenguaje en el que se cuentan. Es posible que eso sea uno de los elementos de esa búsqueda, lo otro es que también se dice que la labor de los poetas es volver a nombrar el mundo, volver a encontrar un nombre verdadero de las cosas”, expresó.
Entonces se pregunta a sí mismo frente al público en un intento de sortear su respuesta “¿Por qué si los poetas llevan milenios nombrando el mundo podemos creer que todavía un poeta puede nombrarlo por primera vez?”.
Se responde que “tal vez la respuesta es que el mundo es inagotable, siempre algo queda por contar, por descubrir y a pesar de que Homero haya intentado agotar los recursos para nombrar el agua, el mar, la llanura, y siglos después hayan encontrado otras formas de nombrar el mar, hoy los poetas encuentran nuevas formas de nombrar el mar y eso significa que el mar es inagotable, que la realidad es inagotable y que el deber de cada generación es volver a intentarlo, volver a sentirlo por primera vez y el mundo vuelve a nacer con cada generación y es responsabilidad de cada generación volver a contar la realidad”. (I)