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Bill Watterson, el ganador de espacios

Bill Watterson, el ganador de espacios
06 de febrero de 2014 - 00:00

El pasado 31 de diciembre se cumplieron 18 años de la publicación de la última viñeta de Calvin & Hobbes, popular tira cómica del historietista estadounidense Bill Watterson, que el pasado domingo recibió el Gran Premio (Grand Prix) del Festival Internacional de Historietas de Angulema (Francia).

Tal vez la cultura hollywoodense nos impide pensar en eventos de historietas más allá del Comic-Con de San Francisco, pero el mundo tiene otros de igual o más importancia, entre los que destaca el Festival de Angulema, considerado el más importante de Europa.

Este año, Watterson competía como finalista contra el autor de las historietas de culto Watchmen y V for Vendetta, Alan Moore y el japonés Katsuhiro Otomo, creador del popular manga Akira.

Como dibujante, Watterson había ganado el Fauve d’Or (Premio al Mejor Álbum) en Angulema en 1992, por Adiós, mundo cruel,también de las historias de Calvin & Hobbes.

Como nos enseñaron Quino y Mafalda, 10 años de viñetas diarias en periódicos dan para publicar varios libros. Hoy, Calvin & Hobbes ha vendido 30 millones de ejemplares, que cuentan las aventuras de un niño con una imaginación descomunal y su tigre de peluche.

Los protagonistas llenaron siempre el pequeño espacio de las viñetas con reflexiones de una lucidez a veces sobrecogedora, en escenas de viajes intergalácticos o una huida de tiranosaurios encarnados en una profesora escolar, la pequeña vecina Susie o sus padres.

La historieta es quizás la más libre de las expresiones artísticas masivas -en plena Guerra Fría, Alan Moore publicó la popular Watchmen, donde el hombre más inteligente del mundo es comunista-. Pero el cómic también tiene su guerra de cada día, uno que está siempre a la orden del día en los periódicos: el espacio.

A finales de la década de los 80, Watterson luchó contra eso y logró triunfar ante más de 200 editores que se rehusaban a dejar de recortar las historietas para acomodarlas al diseño, pero que morían de miedo de bajar sus ventas si el diario se imprimía sin Calvin & Hobbes, cuando el historietista amenazó con retirarse.

En Angulema hubo polémica. Hay quienes creen que el premio debía ser para un autor más actual -y más francés-. Pero el Grand Prix honra a la obra de toda la vida de Watterson, que supo condensar amplios dilemas en sencillísimas preguntas, casi siempre en boca de Hobbes, que curiosamente era quien tenía los pies bien puestos sobre la tierra.

Cuando Hobbes no cazaba a Calvin, era su copiloto del pensamiento y dueño de líneas que sabía expresar con una brevedad asombrosa.

¿Por qué debe interesarnos Watterson? Sencillo: peleó -y ganó- una batalla con argumentos que sobrepasaban el debate de la alta y la baja cultura, para que el cómic fuera más libre al tener el espacio que merecía. Son cosas que un egresado de Ciencias Políticas (su carrera universitaria) no hace todos los días.

A partir de su amenaza de retirarse, las otras caricaturas del momento empezaron a tener más espacio, inaugurando la era del cómic dominguero de media página.

Pero, además, la obra de este dibujante estadounidense incluye incursiones casi patrimoniales en la historia del arte y la filosofía.

Nombrados por el teólogo reformista francés del siglo XVI, Calvino, y el filósofo inglés del XVII, Hobbes, no eran raras las escenas como esa en la que Calvin le explicaba a Hobbes que su hombre de nieve era un paleontólogo frustrado porque acababa de descubrir que la nieve no se fosiliza, sino que se derrite.

Se puede llenar galerías con las esculturas de nieve de Calvin, que abordan con ingenio corrientes estéticas como el expresionismo y el arte abstracto sin alejarse de la perspectiva de un niño que no solo le da vida a su juguete, sino que siempre está buscándole sentidos a la vida.

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