Berlineses lanzan #Paintback para luchar contra los grafitis nazis
Un hombre entra en una tienda de arte callejero berlinesa en busca de pintura en aerosol para una emergencia: tapar una esvástica.
“No tenía pinta de ser un artista callejero, por eso le pregunté qué iba a hacer con ella y me contestó que era para cubrir una cruz gamada que había visto en un área de juegos”, explica Ibo Omari, el propietario del establecimiento.
Entonces este berlinés de origen libanés llamó a unos amigos y jóvenes del barrio para lanzar una contraofensiva y se convirtió en monitor del movimiento #Paintback.
“Nos impactó mucho que alguien pudiera hacer algo así (pintar una esvástica), sobre todo aquí en Schöneberg”, un barrio aburguesado, familiar y mixto del oeste de Berlín, recuerda. “Reflexionamos bastante sobre qué podíamos hacer frente a este tipo de acto abyecto y nos dijimos que íbamos a responder con humor y amor”.
Así arrancó en 2016 la campaña para transformar con malicia estos grafitis neonazis.
“Elegimos dibujos bonitos y un poco provocadores, la mayor parte de ellos hechos por adolescentes, así cualquiera, aunque no sea un profesional, puede reproducirlo”, cuenta Ibo Omari, de 37 años.
Conejo o cubo de Rubik
Y trabajo no les falta. Pese a estar prohibidas, se ven esvásticas en las fachadas de edificios de Berlín. El odio hacia los inmigrantes ha aumentado en la ciudad y en todo el país desde 2015, con la llegada a Alemania de más de un millón de solicitantes de asilo.
Según los servicios de inteligencia alemanes, las agresiones por motivos políticos (de las cuales un tercio se deben al odio racial) se incrementaron 7% el año pasado.
“Como artistas callejeros que somos, queríamos transmitir un mensaje: estáis usurpando el grafiti. El grafiti no tiene nada que ver con el racismo, es una historia de diversidad, multicolor, es una formación moral que permite a los jóvenes expresarse, ser creativos y salir de la calle”.
En el cuartel general de #Paintback, un cuarto tapizado con carátulas de álbumes de rap, los adolescentes pulen sus dibujos, buscan cómo usarlos sirviéndose siempre de la cruz gamada como punto de partida.
Una lechuza, un mosquito, un conejo echando la lengua, un cubo de Rubik, un gato asomándose a una ventana... su inspiración es infinita.
“No resulta difícil encontrar ideas”, confirma un participante, Klemens Reichelt, de 17 años.
“Me gusta porque pienso que estas esvásticas no tienen cabida en Berlín, es una ciudad abierta al mundo y eso es lo que quiero defender”, añade.
Ibo Omari y media docena de amigos coordinan el proyecto, usando los dibujos de niños para “sublimar” los símbolos de odio en el barrio.
Los habitantes se han acostumbrado a señalar a Ibo Omari la localización de las esvásticas y desde 2016 calcula haber transformado una veintena.
Oleada de odio
Ibo Omari, hijo de refugiados, se siente feliz de haber podido transformar estos arrebatos de odio en una oportunidad para los jóvenes del barrio.
La pionera fue Irmela Mensah-Schramm, una activista de 71 años que se pasea con aerosol en la mano para tapar los grafitis.
El año pasado un tribunal berlinés la condenó por vandalismo, pero en julio otra corte renunció a seguir con el procedimiento judicial.
Ibo Omari no quiere arriesgarse a tener líos con la justicia.
En Alemania, la ley prohíbe los símbolos nazis como la cruz gamada, pero quienes los usen incluso para transformarlos también pueden acabar ante un juez.
“Es importante contar con la autorización de los propietarios de las paredes”, explica Ibo Omari.
Su iniciativa sirvió de ejemplo a otras ciudades, gracias a internet. Con el hashtag #Paintback, se puede ver una bella colección de obras en Instagram, Twitter y Facebook, y el videoclip del colectivo de Omari fue visto más de 100.000 veces en YouTube. (I)
Holanda desentierra los túneles de Hitler
La arena terminó por cubrir los búnkeres erigidos por orden de Hitler en dos playas de La Haya, al igual que enterró los dolorosos recuerdos que evocan, pero desde hace unos años estos vestigios se desentierran para los turistas y en nombre de la memoria nacional.
La red subterránea que se extiende a los pies de las dunas forma parte del Muro del Atlántico, construido por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial para defender 5.000 km de costa, desde el norte de Noruega al sur de Francia, de una ofensiva de los aliados.
La región de La Haya era percibida como especialmente vulnerable, debido a sus grandes extensiones de arena. Hitler ordenó en 1942 la edificación en mitad de las dunas y de los bosques de más de 870 casamatas, de las cuales un poco más de la mitad, 470, fueron encontradas en la actualidad.
En 2008, voluntarios del Museo del Muro del Atlántico, en la periferia costera de Scheveningen, emprendieron la restauración única e inédita de un búnker de diez compartimentos en los bosques cerca de esta localidad, para mostrar el día a día de los soldados alemanes.
Un teléfono de la época, una señal en alemán advirtiendo a las tropas que “el enemigo está a la escucha”, el frescor húmedo del lugar y el confinamiento hacen viajar casi 75 años en el tiempo.
“Actualmente se siguen encontrando” búnkeres, cuenta Guido Blaauw, un hombre de negocios apasionado por la Segunda Guerra Mundial, y que compró uno al Gobierno, en la zona de Clingendael, donde el jefe nazi austriaco Arthur Seyss-Inquart, más tarde ejecutado por crímenes de guerra, tuvo su propio refugio subterráneo.