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Ecuador, 22 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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En la provincia verde se recuerda ese día como ‘la Pascua de Resurrección de la Patria’

Batalla de Camarones, 100 años de una derrota placista

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El domingo 12 de abril de 1914, Pascua de Resurrección en la Semana Santa católica de aquel año, acaeció la Batalla de Camarones, zafarrancho desarrollado entre la desembocadura del Río Esmeraldas (Las Piedras) y el poblado de Camarones. Las tropas alfaristas al mando del coronel Carlos Concha Torres, compuestas por 350 combatientes revolucionarios abatieron a la tropa placista (usurpadora del poder político financiado por la plutocracia) compuesta por mil ochocientos soldados enrolados en los batallones ‘Vencedores’, ‘Daule’, ‘Babahoyo’, ‘Machala’ y la columna ‘Vengadores de Andrade’, al mando de los coroneles Moisés Oliva y Enrique Valdez Concha.

Una particularidad de la Batalla es que se volvía a enfrentar el tío Carlos Concha Torres contra el sobrino Enrique Valdez Concha (hijo de Victoria Concha Bejarano, media hermana de Carlos).

El primer enfrentamiento sucedió en la batalla de Yaguachi, el 18 de enero 1912, cuando el sobrino participó en la emboscada a las tropas comandadas por el general Flavio E. Alfaro y su número dos: El tío Concha. El coronel Carlos Concha Torres y otros retiraron del campo de batalla al general Flavio E. Alfaro herido y lo llevaron en canoa por el Río Yaguachi hasta la ciudad de Guayaquil.

Una semana después, en el Edificio de la Gobernación se iniciaría la danza macabra de los profanadores del cadáver del general Pedro J. Montero. El coronel Carlos Concha se salvó del tribunal de felones gracias a la intervención de su cuñado placista, José Luis Tamayo, casado con Esther Concha Torres.

Al coronel Carlos Concha el destino lo volvió a enfrentar en Esmeraldas con algunos de los felones que fueron parte del tribunal que condenó al ‘Tigre del Bulubulu’: Andrade Lalama (muerto en El Guayabo), Palacios Portocarrero (extraviado, salvó la vida entregando las armas y hasta el uniforme, aquel día del Guayabo), Velasco Polanco (jefe de operaciones, cayó prisionero en el Guayabo y firmó la rendición en Chinca) … y en Camarones se enfrentaría por última vez, el sobrino, miembro del tribunal felón, contra el generoso tío: Las tropas placistas vadeaban el Estero Colope que iniciaba su pleamar pasado el mediodía con el coronel Enrique Valdez a la cabeza de la formación.

El comandante revolucionario Tiberio Lemos en un relato inédito lo expresó así: “…A las doce del día sonó una descarga cerrada de fusilería iniciada por Mena, siendo secundada por Lemos y Lastre (todos comandantes revolucionarios), pero tuvimos que suspenderla por cuanto Mena con sus oficiales y tropa se lanzaron a peinar al enemigo con arma blanca; y se confundieron en la playa, en tal virtud que todos tuvimos que salir a pelear al machete… media hora después se encontraban unos 300 muertos en la playa y los demás en el mar a unos 400 metros afuera, con el agua al cuello, confieso que esa media hora nos transportó al infierno…”. Oggun, Oshosi y Eleggua, orishas guerreros, hicieron justicia con su “ada irin” (corte del machete) y lo ofrendaron a Obatalá.

El comandante Mena y los tenientes Villacrés y Quiñónez en Tacusa, el capitán Lemos y el teniente Otoya en el centro, el mayor Lastre y el capitán Mendoza en Banderas, el subteniente Ortiz en la altura de Colope, los demás en el tular de la playa. Aterrorizaron a una tropa desconcertada que no tenía dónde correr, se desgañitaba vociferando: ¡Los macheteros! (¡He aquí, el pavor de los somaten y el guante! ¡He aquí el origen del rango despectivo llamado ‘liberalismo machetero’!, gente que repite de memoria los titulares de la prensa plutócrata, escribientes lustradores de las botas placistas).

Aquí la pavura de la parentela del zapatero Montenegro, del cochero Cevallos, del carnicero Chulco, y otros paladines de las sangrientas fechorías del Ejido. La naturaleza hizo también su escarmiento con la reventazón de las olas y los cadáveres contra el acantilado, y el engullido en las fauces de los tiburones de los despojos de los agnados deudos de las guarichas como la Pola, la Pacache, la Potrancas, la Piedras Finas Almeida, la Pajarita León, insignes noctámbulas temerarias del magnicidio de la Hoguera Bárbara.

Ahí reventaban contra el acantilado las olas con despojos hinchados de cadáveres placistas, entre ellos el del coronel Enrique Valdez. El combatiente Martín Mina narró: “…lo recogimos con la marea alta…La noche anterior del combate nos habían ordenado que recogiéramos vivo a Valdez por orden de Concha, ¿pero usted sabe? Cuando se pelea, el otro se defiende y tira a matar. ¿Cómo podía un negro conchista acercarse a ese señor sin que lo mate? Después, los prisioneros fueron curados y alimentados, se los transfirió en grupo al cuartel general…”.

Es digna de destacar la actitud humanitaria de los comandantes revolucionarios al término del combate que permitió a los jefes enemigos socorrer a los 54 heridos, enterrar los 400 muertos y liberar a los 261 prisioneros.

Aquí recordamos dos momentos paradójicos del usurpador Leonidas Plaza. Primero en la Batalla de Yaguachi (18 de enero de 1912), envió un telegrama al fantoche presidente Carlos Freile: “…No puede imaginarse Ud. los servicios que nos está prestando el coronel Enrique Valdez. Ayer hemos encontrado ganado, víveres y medicinas, todo en su casa: No descansa un minuto en servicio del gobierno…”. Segundo: Días después, cuando se recuperó el cadáver del coronel Enrique Valdez, a fin de enviarlo a Guayaquil en el vapor Bolívar, uno de los coroneles se acercó a Plaza para darle parte, a fin de que presidiera las honras fúnebres. Ante la presencia de sus oficiales formados, se negó y espetó: “…¡Yo soy amigo de los vivos, pero no de los muertos!...”. Así son de cuerpo entero los políticos plutócratas.

Por otra parte, hoy y siempre rememoramos la Batalla de Camarones como la Pascua de Resurrección de la Patria, crucificada por la plutocracia. El Manifiesto de Tachina orientaba que “…La causa por la que hoy se levanta la bandera de la Patria es causa evidentemente nacional, y por eso, acuden a sostenerla cuantos se sienten animados de patrióticos sentimientos. Santa misión la que vamos a cumplir con el ánimo exento de odios y venganzas, pero con el firme propósito de establecer el verdadero imperio de las leyes y libertades que ellas garantizan...”. Orientación que en su centenario debe ser retomada por los militantes de la Revolución Ciudadana como una renovación del compromiso revolucionario jurando defender, de los enemigos de adentro y de afuera, las conquistas de nuestro heroico pueblo libre y soberano.

*A la memoria de mi abuelo, combatiente alfarista en Esmeraldas

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