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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Barrera transforma el bolígrafo azul en su pincel principal

¿Cuántas veces hemos reemplazado el esferográfico por el pincel, por el carboncillo, por el pastel o por la acuarela? ¿Cuántas veces nos hemos  resistido a creer que este objeto  puede ser algo más que un simple accesorio de oficina?

Para el artista Edguin Barrera, sus primeros años en su natal Baños, al pie del volcán Tungurahua, transcurrieron con el color azul de la tinta de un esferográfico. Los trazos largos, los círculos sobrepuestos, generadores de texturas, el azul sobre el blanco, dispuesto como un disparate, y la técnica quedó  entonces impregnada en su carrera artística.

“Imaginarios de papel” es la muestra que mantiene en las salas de la Casa de las Artes 999, en La Ronda, desde el pasado 25 de agosto, hasta el próximo 18 de septiembre.

En dieciséis cuadros de mediano formato, Barrera ha dejado impresos los dibujos de seres agazapados con rasgos leves que, aún así, denotan amarguras y tristezas o se erigen como personajes dueños de un carácter particular. La acción que expresan aquellas criaturas proviene de la introversión como escape de lo real, surgen de la crisis interior que otorga la condición humana.

Predomina la relación de esos rostros y de esas partes humanas sueltas (ojos, labios, piernas, dedos, manos), con un entorno natural que emerge desde la bondad primigenia hasta poblar un mundo de conflictos, como si el discurso bicolor procurara la traducción al dibujo de ese traslado del instinto a la razón.

“Convivencia”, “Encuentro”, “Inconsciencia”, “Nostalgias verdes”, “Espacios compartidos”, “Liberación”, “Desidia”, “Vendedor de sueños ausentes”, “Historia de piedra”... Los nombres de cada pieza expuesta cuentan ya así, únicamente desde su efecto semántico, una historia lineal que en las imágenes raya con lo onírico y sugiere una fragmentación progresiva del sujeto ante un contexto físico que se torna en una ilusión nostálgica.

Las partes humanas no se terminan y, en algunos casos  se sobreponen entre sí o a los objetos coadyuvantes; los espacios insinúan la infinitud o el vacío,  y la distribución de los objetos sobre el rectángulo de cartulina juega con la posibilidad de llevar la mirada del visitante a una dimensión que no figura dentro del marco visible, como ocurre con aquella pieza titulada “Toma el tiempo en tus manos”, en la que parecería representarse la mano izquierda del autor, junto a una idea de oquedad.

El uso de un solo color, en la mayoría de cuadros (el azul), sobre un fondo pálido (el blanco), el efecto mínimo en cuanto al uso de recursos, contrastado con la carga de motivaciones plasmadas para la libre interpretación del receptor, configuran un conjunto lleno de paisajes irreales y seres segmentados cuya propuesta estética desarma la idea de orden que plantea el mundo contemporáneo, para mostrar a través de imágenes un ensayo poético de ese mismo mundo residente en el individuo que, a su vez,  lo habita.

Para Barrera, sus imágenes representan escenarios abiertos a diversas interpretaciones, justamente debido a lo que explica como un universo en el que las tramas con texturas “se adueñan de ciertos espacios y se repelen de otros discriminatoriamente, en los que puedo demostrar la ductibilidad y la pertinencia del esferográfico en la creación artística, y desmitificar aquella tradición que lo considera un material de uso cotidiano y utilitario solamente”.

La huella habitual de ese objeto que acompaña los oficios cotidianos del hombre, en la obra de Barrera, se dedica a la protesta en contra de su propia condición. La resignificación que de su utilidad propone el artista es una apuesta por una relectura de la vida humana.

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