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Atrás del tupido velo, el inteligente catador y un gorila en lugar de un toro

Atrás del tupido velo, el inteligente catador y un gorila en lugar de un toro
15 de mayo de 2011 - 00:00

En la cuarta de forros de Correr el tupido velo (Alfaguara, Madrid, 2009), consta un pensamiento de José Donoso que textualmente dice: “Lo que hay detrás de una máscara nunca es un rostro. Siempre es otra máscara. Las distintas  máscaras son una herramienta, las usas porque te sirven para vivir. No sé qué es eso de la autenticidad. Lo que sé es que la vida es un complejo sistema de enmascaramientos y simulaciones”.

Estas palabras compendian, a un nivel conciente, los contenidos de los sesenta y cuatro cuadernos suyos con que contó, además de coversaciones, entrevistas y otros datos y elementos, su hija Pilar para armar Correr el tupido  velo, libro en el que se registran los procesos creativos, pasiones, odios, éxitos, inseguridades, envidias y contradicciones de su padre, lo que da como resultado una “persona”, que significa “máscara”, harto desagradable, llena de indignidades que retratan, no solo al conocido escritor chileno sino, en general, al género humano.

Pilar cuenta: “Mi padre sentía una gran inseguridad ante los otros (…)”, una “constante  sensación  de fracaso (…)” la “conciencia siempre presente y dolorosa de no ser un novelista  popular, como otros  del Boom (…)”, ser “feo, sin  ningún atractivo” -a lo que habrá que agregar la “característica muy suya de evitar  el baño”, como lo destaca Pilar- y un largo etcétera de minucias: terror de viajar en avión, lo que comparte con Carlos Fuentes, por ejemplo, o su opinión inocua o denigrante respecto a escritores que no comparten sus puntos de vista. Así, menciones como la  de Alberto Fuguet en tanto uno más de los muchos discípulos en los talleres literarios que dirigió o de Juan Forn a quien  califica de “inefable dictadorcillo literario de Buenos Aires”, de Diamela Eltit “insoportablemente pedante” (lo que me consta), de Poli Delano, “derechamente un cretino” (lo que es falso, de falsedad absoluta), de los mexicanos, “feos” e  “insufribles”, de Enrique Lafourcade, “un hijo de puta”, y por ahí un chingo de chingaderas y chingaderitas como podría decir un feo e insufrible chilango (mexicano del DF, capitalino pues). 

Para Pilar un tema esencial es la homosexualidad de su padre, aunque, subraya, “con la distancia, me parece dudosa, en el sentido de que esa parte de él era una máscara más” (…) “una de las tantas máscaras y no la única, como  algunos han querido definirlo”. La madre, a quien Pepe Donoso había anulado, incluso prohibiéndole hablar,  ignorándola sexualmente, le pregunta alguna vez a Pilar, reprochándoselo: “¿Es que acaso no sabes que tu padre tuvo experiencias homosexuales cuando era joven?”.

Otra de las manías de Donoso fue la del significado de su apellido, clan “importante, troncal”, en cuya trayectoria  “se puede leer la historia social y económica de Chile” y “tuvo desde escribientes, en los albores del Siglo XVII, hasta encomenderos y militares, corregidores, obispos, diplomáticos, escritores y demás”. Luego describe las características  físicas de los Donoso de Chile, indicando que son de piel muy blanca y ojos celestes. Nada que ver con los Donoso de Ecuador, de tipo moreno y ojos negros.

En definitiva, Correr el tupido velo es un libro chismográfico y doloroso en el que las limitaciones humanas del nartrador chileno son descarnadamente exhibidas por su hija Pilar y lo que él mismo escribió en sus cuadernos.

Envidioso y oportunista, el autor de El obsceno pájaro de la noche no solo es descarnado sino descarado y cínico  con su mundo de becas y auspicios, su ilusión de ser biografiado, de estar entre los grandes  -Buñuel, Fuentes, Pitol, Monterroso, Rulfo, etcétera-, mientras obligaba a su mujer a permanecer callada, convertida en un adorno en sus presentaciones públicas, y a refugiarse en el alcohol.

Catador de arenas (Libresa, serie  Crónica  de sueños, Quito 2010), de Marcelo Báez, es una novela sabiamente   armada en la que la propuesta temática (el conocimiento  mutuo de dos obsesiones o de una obsesión y una enfemedad mortal) es tomada por la trama urdida y el tiempo (la muerte) es derrotado por la colección de relojes de arena del catador de arenas y vencedor de la enfermedad.

El trabajo narrativo de Báez es pulcro, exacto, una verdadera lección de como, mostrando audazmente las costuras, puede lograrse una fluidez que atrapa al lector.

Hablando de toros y toreros, viramos la página y pensamos en Cortázar, a quien no le gustaba la fiesta brava pero sí el box (el escribió para la revista Cambio, que codirigíamos, “La noche de Mantequilla”, sobre la pelea de éste con Monzón).

Del toreo, lo que menos le gustaba era el torero, y burlonamente se preguntaba qué haría un torero si al abrir  la puerta para que salga el toro le aparecía un gorila.

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