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Ecuador, 19 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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Arte, pasión y fútbol: la trilogía divina

UNO

Para muchos, mi título será un sacrilegio.

No son pocos los intelectuales que desprecian el fútbol al considerarlo una droga social, un juego capaz de dopar a las masas, generar rivalidades y fomentar nacionalismos; y para quienes el término arte, aplicado a este deporte, resulta incompatible.

Pero la realidad no siempre ha sido así. Son muchos los pensadores y artistas que han declarado su pasión por el fútbol. Albert Camus fue uno de ellos.

Antes de saltar a la escritura con obras como El extranjero, La Peste o La Caída, el Nobel de Literatura era portero profesional en el equipo de la Universidad de Argel.
 "Todo cuanto sé —afirmaba Camus— con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.

El filósofo francés,  Jean-Paul Sartre, también es parte de la lista.
Hincha del París Saint Germain, aseguraba que el fútbol es una metáfora de la vida; por ello sus reflexiones, muchas veces, giran en torno al balompié.

En La Crítica de la Razón Dialéctica (1960), Sartre utilizó el ejemplo del equipo de fútbol para ilustrar su teoría sobre los grupos: “Es ejemplar el caso del fútbol con las relaciones entre los jugadores, esos pequeños grupos estrechos y rigurosos; la indiferenciación del derecho y del deber para cada jugador, así como el juego de las reciprocidades  entre jugadores, grupo adverso y espectadores”.  

Martin Heidegger, era otro apasionado por este deporte.

Su biógrafo, Rüdiger Safranski, cuenta que el filósofo alemán solía ir a la casa de algún vecino del pueblo de Messkirch, cerca de Freiburg, en la Selva Negra alemana, para seguir por televisión los partidos de la Copa Europea.

El autor de obras como Ser y tiempo, ¿Para qué poetas? y Arte y espacio, creía que el fútbol era una obra de arte total, en la medida en que el juego y el arte guardan similitudes como  la  creatividad, la autenticidad y la libertad.

Tanto Camus como Sartre y Heidegger mantienen una imagen profunda y comprometida con el pensamiento del siglo XX, sus representaciones —a menudo solitarias y sombrías— responden a ese patrón introspectivo, pero llegado el momento de gritar un gol, todos ellos lo hacían —no  cabe duda— a todo pulmón, como verdaderos hinchas.

 

DOS

En efecto, fútbol y pensamiento pueden ir de la mano. Pero si además le añadimos humor, como tercer elemento, la mezcla puede resultar explosiva.

Eso es justamente lo que hizo el  grupo cómico británico Monty Python con Partido de Fútbol para Filósofos, un genial sketch en el que se representa un partido de fútbol en el Estado Olímpico de Munich durante los Juegos Olímpicos de 1972. 

El narrador empieza con las respectivas alineaciones:
 “Los alemanes muestran un 4-2-4, ofensivo, con Leibniz en la portería; una defensa de cuatro con Kant, Hegel, Schopenhauer y Schelling; de delanteros Schlegel, Wittgenstein, Nietzsche y Heidegger; y en el medio campo el dúo Beckenbauer – Japers... Ahora vienen los griegos, liderados por el veterano centrocampista Heráclito, cuentan con una alineación más defensiva como era de esperarse: Platón de portero, Sócrates de delantero y Aristóteles de central (es el hombre más en forma). Sorprendente la inclusión de Arquímides”.

En la pieza -de cuatro minutos de duración- los filósofos compiten pensando mientras recorren la cancha en círculos. Entre los acontecimientos más importantes, Nietzsche recibe una tarjeta amarilla por acusar a Confucio, el árbitro, de no tener libre albedrío. Sócrates marca de cabeza el único gol del partido al minuto 89, tras el centro de Arquímides, quien recibe la idea de usar la pelota después de gritar, "¡Eureka!".

El único futbolista genuino fue Franz Beckenbauer, quien, desde luego, no era filósofo.

 

TRES

Es curioso. Muchos de los detractores del fútbol alegan que es un deporte donde impera el borreguismo. Pero noto con frecuencia en las redes sociales, por ejemplo, que cuando está a punto de jugarse un partido, aparecen un sinnúmero de ‘críticos’ e ‘intelectuales’ de pantalla lanzando frases que denostan al balompié y sus seguidores. Dicen no entender cómo puede haber gente pegada a una pantalla durante 90 minutos, siguiendo con atención 22 hombres corriendo detrás de una pelota. “¡Fútbol, opio del pueblo!” escriben en sus muros, y tras de ellos, 5, 10, 15 clicks enseguida aparecen, impulsados, únicamente, por el status que les da negar un deporte que va en contra de su inteligencia. “¡Fútbol, opio del pueblo!”, repiten a su vez los seguidores de un lema que, quizá, ni siquiera entienden, pegados a sus pantallas durante mucho más de 90 minutos, esperando —como verdaderos porteros— cuántos likes logran atrapar.

 

CUATRO

Como cazadora de citas y frases anónimas, debo admitir que, de los partidos de fútbol, me he llevado gratas sorpresas

Reviso mi diario de viaje por Chile y veo que, entre los apuntes del 11 de junio, aparece una frase notable, rescatada tras el partido Chile- Bolivia por las eliminatorias al Mundial Brasil 2014. Esa noche, Chile ganó 3 goles a 0, por lo que al final del encuentro, el “Diablo Echeverry”, asistente técnico de la selección boliviana, dijo: “Más abajo no podemos estar, así que a divertirse”.

La frase vibró en mis oídos. Genial y sencilla, digna de cualquier libro de Malcom Lowry.

“Más abajo no podemos estar, así que a divertirse”.
Y eso hicimos.

 

CINCO

Veo un anuncio en la cartelera del Cine de la FLACSO anunciando la proyección gratuita del documental Football is God (Fútbol es Dios) del director Ole Bendtzen (Dinamarca, 1976). Me interesa. La película trata sobre la pasión que el fútbol genera en tres hinchas. O mejor aun: la pasión desmedida, desbordante y enfermiza de tres personajes locos por su equipo. Me interesa. Ya no tanto por el deporte, sino por esas  tres obsesiones que me intrigan. ¿A qué se consagran las vidas de quienes el  fútbol deja de ser deporte para convertirse en culto?

 

SEIS

Debo proponer un tema para cubrir en el periódico. Propongo la película. Aceptan. Será a las 18:30, en 15 minutos. Voy a la cafetería, no hay nadie. Pienso en la película. Me acerco a la ventana y veo hacia abajo una cancha de fútbol, muchos niños entrenando. El profesor pita, se mueve la pelota. Los niños juegan concentrados, se nota que disfrutan. ¿Cuántos de ellos seguirán jugando el resto de sus vidas?

 

SIETE

La pantalla se enciende. Hernán es un periodista ultrafanático, aparece en una de las gradas vacías de la legendaria Bombonera. Recuerda que a los diez años vio un gol del jugador Mastrángelo en esa misma cancha, se le quiebra la voz. No puede avanzar con la entrevista. Llora. No puede continuar. “Lo estoy viendo, repite, lo estoy viendo”.

Pablo es un joven de clase media baja, tiene un tatuaje de Maradonna en su pecho, al lado del corazón. Pertenece, desde hace varios años, a la Iglesia maradonianna. “Hoy es navidad, dice, porque un día como hoy nació Diego, es decir, nació D10S”. La felicidad le inunda cuando habla del ‘más grande de todos los tiempos’. “El día que conozca a Diego, habré entrado en el paraíso”. Pablo asiste, puntualmente, como cada domingo, a la iglesia, y cumple con los diferentes ritos. Una corona de espinas se coloca sobre un balón. “Representa el esfuerzo y el sacrificio por la camiseta”, dice.

“La tía” es el tercer personaje, una señora madura que trata a los jugadores de Boca como si fueran sus sobrinos, visita religiosamente todos sus entrenamientos, está pendiente que no tengan lesiones, les lleva dulces y hasta le compra calzoncillos a su jugador favorito: Martín Palermo. Le reza a todos sus santos para que el Boca gane.

Le dicen la tía. Los trata como sobrinos. Pero hay una especie de relación incestuosa por parte de ella, se nota que los desea.

Hace mucho que sus vidas dejaron de girar en torno a su equipo,  sus vidas SON su equipo, esa es la gran diferencia. Cruzaron la línea, pienso, y sin embargo no han perdido la pureza. Sus respuestas son casi místicas. Pero hay un rasgo de tristeza en todas ellas.

 

OCHO

Tras la película, el director Ole Bendzten conversa con el público.
Cuenta que en 2010 llegó a Argentina con la única idea de filmar un documental. Sólo le faltaban dos cosas: el tema y los recursos. En apariencia, todo. Pero no. Bendtzen era dueño de lo más importante: el alma de su película. Rodara lo que rodara, el filme estaría atravesado por una sola característica: la pasión.

Pudo haber filmado sobre el tango, por ejemplo, pero Bendtzen se inclinó por otra pasión argentina, tan distinta como importante en la cultura popular: el fútbol.
Para ese entonces Bendtzen ya estaba perdidamente enamorado de América Latina y vio que el balompié generaba emociones que no había encontrado en otras partes del mundo.

¿Pero por qué Argentina y no Brasil, por ejemplo, donde el fútbol también es un gran referente?

“Los brasileños son efusivos la mayoría de tiempo —explica el director—, en cambio los argentinos pueden pasar de la euforia a la tristeza con mayor facilidad, lo cual se refleja después de un partido.” Bendtzen asegura que cuando un equipo brasileño pierde, sus hinchas se entristecen, pero tarde o temprano acaban armando fiesta; mientras que los argentinos sufren entrañablemente y aun reuniéndose entre amigos —compartiendo asado, bebiendo cerveza— siempre mantienen, de una u forma, su bajón.

 

NUEVE

Ahí estaba la clave. Bendtzen quería pasión, pero no una pasión lineal, predecible, sino una pasión intensa, extrema, bipolar. Bendtzen decidió centrarse en el club Boca Juniors. Había recorrido el barrio La Boca cuando entre sus conversaciones se enteró que habían hinchas que deseaban, tras su muerte, ser incinerados para que sus cenizas fuesen esparcidas detrás del arco de su amado equipo. 

Bendtzen nunca había escuchado semejante devoción. Y  fue ahí cuando se enteró que -tras  varios casos en que los restos se habían mezclado con el lodo y la brea, a causa de las lluvias- los dirigentes decidieron construir un cementerio exclusivo para los hinchas del Boca. La demanda era tan grande que había una lista en espera.
De esa lista, Ole Bendtzen sacó sus personajes.

 

DIEZ

La palabra pasión viene del latín passio y este del verbo patti (sufrir, padecer). Actualmente, cuando hablamos de pasión nos referimos a un movimiento muy intenso, pero no le asignamos el significado de sufrimiento y de pasividad, aplicable al verdadero hincha.

Juan Villoro lo explica mejor en su libro Dios es redondo cuando dice: “Durante 90 minutos, una semana, meses, años, el aficionado confía en acontecimientos por venir. Contempla partidos grises y padece derrotas animado por un afán compensatorio, los goles que vendrán”.

 

ONCE

Hay una línea divisoria entre la pasión y el fanatismo. Pero también entre el absurdo ostracismo de quien desprecia lo que no entiende. A veces es mejor verlo todo con la mirada más simple  (única forma de entender lo  complejo). Hay cosas a las que es preciso no darle muchas vueltas, apenas  verlas desde adentro, disfrutarlas. La vida, finalmente, es un juego impredecible.

 

DOCE

Ahora que estoy contra el tiempo para entregar este artículo, sudan mis manos como las de un jugador en el último minuto. Mi cancha es esta pantalla que cada día se renueva. Aparece mi editor en el centro, silbato final. El marcador lo pondrán los lectores. El fútbol, en efecto, es una metáfora de la vida. Sartre tenía razón.

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