Andrea Vivi Rodríguez y José Hidalgo Anastacio intervienen Violenta, la galería que aún está por definirse como un cubo blanco, pero que es uno de los pocos lugares de la ciudad en el que -piensan- “pasan cosas”.

Rodríguez arma la continuación del piso ajedrezado que ocupa el lado izquierdo de la entrada de este espacio.

Hace un señalamiento figurativo sobre sus huellas, los restos de pinturas que completan la imagen del blanco y negro y que plantean una idea de su pasado.

Acompaña su trabajo en óleo con una serie de dibujos en los que, desde un espacio íntimo, como el baño de su casa, en el que se limpia de su jornada,  registra la entrada arbitraria de la luz al atardecer.

“Tal vez sea el único lugar en el que me retrato, luego de que paso afuera todo el día, me baño y se crean islas de jabón en el piso; es el lugar donde se limpia mi cuerpo”, dice Rodríguez.

José Hidalgo Anastacio usa el espacio vacío del piso de la galería para recrear la materialidad de lo que falta.

Usa la carcoma de la casa familiar que se quemó y demolieron y crea una escultura. Presenta una serie de formas que emulan un positivo del espacio vacío, con plomo, yeso y arcilla.

Lo acompaña su trabajo con las medidas. Usa la propuesta áurea del arquitecto francés Charles Le Corbusier.

Con la idea de usar el tamaño de dos hombres para fijar una medida promedio, toma su estatura y la de su hermano para pensar en la estatura del padre muerto cuando tenía más o menos su edad, a los 30 años.

Usa la medida prehispánica de los náhuatl, la “yollotli”, que significa “corazón”. Esta, a diferencia de las propuestas europeas que toman de referencia la medida de un hombre se mide desde el centro del pecho hasta la punta de la mano. Con su “yollotli” y la de su hermano, promedia la del padre ausente. (I)