“Aprendí cosas que vuelven al fin al poema”
La argentina Diana Bellessi señaló que sentía como si hubiese llegado a una nueva ciudad, pero con algunos puntos que le recordaban un pasado de hace 40 años, una cosa extraña, como si apareciesen fantasmas de pronto, y también una pujante ciudad nueva de América Latina.
¿Por qué la atrae Guayaquil?
Vine por el cariño del pasado sobre todo. Fui una joven mochilera que iba por América Latina a dedo. Caí en Guayaquil y trabajé en la Casa de la Cultura, e hice algunos amigos ecuatorianos. Viví un tiempito acá y luego seguí mi viaje. Aquí se publicó mi primer libro, de un recital. Dejé los poemas y al año me enviaron ese librito. Fue como un regalo personal que siempre he querido mucho, llamado “Destino y propagaciones”.
¿La crítica conoce esa obra?
No, porque no la he reeditado. Casi nadie la conoce en Argentina. Ahora saqué una obra reunida, pero no incluí ese libro, sino otros de mi primera juventud. Estaba en México cuando salió y seguí viajando varios años antes de regresar a Argentina.
¿Cómo se mueve hacia la poesía?
Tuve varios trabajos hasta dar clases cuando tenía alrededor de 40 años. Fue bueno tener una vida loca como la que tuve. Ser obrera, contrabandista, muchas cosas en la vida; fue muy importante para mí porque aprendí muchas cosas que finalmente vuelven al poema, digamos. Trabajé con un pintor irlandés en Nueva York y luego en una fábrica metalúrgica, y de noche traducía a poetas americanos contemporáneos. Es la doble vida del poeta. Fui invitada a quedarme en universidades norteamericanas que por suerte rechacé y volví a Argentina poco antes de la última dictadura militar. Con el retorno de la llamada democracia me dediqué a la traducción y docencia.
¿Por qué fue suerte rechazar las invitaciones en Nueva York?
Porque no hubiera querido quedarme en Estados Unidos. Después vino la dictadura y era armar una vida en el exilio. Mis clases son de escritura poética. Mis estudiantes más interesantes no vienen de las carreras humanitarias, incluso ni siquiera de la universidad. Tengo jóvenes, medianos y viejos, y también hay gente muy conocida que hace conmigo la supervisión de los libros que van a publicar.
¿Cómo describiría su obra?
He publicado muchos libros. Editorial Adriana Hidalgo de Buenos Aires sacó ahora una antología de unas 1.500 páginas, con muchos de esos libros, casi todos, salvo algunos muy juveniles. Entre ellos, el publicado en Ecuador. Saqué otro, llamado “Variaciones de la luz”, por un premio de Visor que gané en España. Tengo libros de ensayo en Alfaguara, que este año sacó el último: “La pequeña voz del mundo”. Y ahora un librito autobiográfico que yo adoro y se llama “Zavalla”, el nombre de mi pueblo, algo que me dio mucho placer escribir.
Todo y cualquier cosa me llama la atención, una piedrita en el camino… escribo los poemas en una secuencia entera, las estructuras no se tocan generalmente y después me lleva mucho tiempo estabilizar el poema en los mínimos detalles que tiene, musicales, sintácticos. Hay una gran creación en la enseñanza. Extrañaré eso cuando deje la docencia, lo que pienso hacer pronto, o tomar algunas pocas personas, porque estar dialogando con otro frente a su creación toma muchas horas de trabajo, te cansan y te resta para tu vida de poeta. Aunque para mí la enseñanza y la escritura van agarrados de la mano muy fuertemente y no he sentido competencia del uno con el otro.