Andros C. Quintanilla, director y dramaturgo
Antrópolis juega con la modernidad líquida
La compañía Antrópolis presentó en el Festival Internacional de Artes Vivas de Loja (FIAVL) la obra Fragilidad. En su estreno esta pieza dramatúrgica, construida por el riobambeño Andros C. Quintanilla, recibió aplausos de pie y abrió la programación del encuentro teatral.
A pesar de que su autor está ausente del país por cursar una beca en artes escénicas, dirige el trabajo de su elenco conformado por Santiago Campos, Mauro Gallegos, Kiro Toapanta, Carla Michelena, Indira Reinoso y Claudia Inquina.
La propuesta teatral utiliza como centro un edificio de departamentos, administrado por una mujer que está pendiente de la vida de sus inquilinos. Estos se reúnen a escuchar un programa de radio, incluso, hay un día en el cual apuestan por una canción. En la obra los personajes se enfrentan a una crisis que los atraviesa a todos, sin dejar claro a quién, en una rutina que lleva ya 65 años. La crisis surge a partir de la llegada de un nuevo inquilino, a quien la arrendataria aún no ha podido verle bien los ojos, de frente.
El grupo fue galardonado en diversas ocasiones por sus trabajos escénicos e investigativos, y se ha presentado en distintos países.
¿Cómo se planteó el montaje de esta obra para contar los cuerpos que aparecen en escena sin que haya personajes definidos?
La obra se ha construido desde un sistema inestable y cambiante, en donde los “personajes” nunca llegan a completar un fin. Se tomó como principio-guía para el montaje una teoría que asocia estas expresiones. De este modo lo propuesto por Zigmunt Bauman, la modernidad líquida, fue lo que permitió el desarrollo no solo de los personajes, sino de la obra misma. Así, con lo que nos encontramos es con una dramaturgia literaria fragmentada, a la que el cuerpo no le rinde tributo para representarla sino para trabajar junto a esta, pues entendemos al texto escrito como un material inacabado, que por sí solo no dice todo lo que tiene que decir.
Inacabado como el cuerpo...
Tanto texto como cuerpo buscan una independencia en la propuesta. El cuerpo es un tema, una edad, es una circunstancia específica que tiene como punto de partida las necesidades del que lo ejecuta. Por momentos, siendo justos con lo conseguido, el cuerpo puede verse como una interpretación del texto, pero el lugar político o artístico de la propuesta no nacen con esta pretensión, sino más bien con la idea de construirse aisladamente, los cuerpos buscan responder sobre la fragilidad dentro de la vida del “actor o actriz”.
¿Este montaje alude a una forma de vivir a medias, de un tiempo posmoderno?
Sí, definitivamente es lo que intentamos trabajar, esta identidad cambiante en la que tanto deseos como formas de estar en el mundo se retroalimentan de un medio que es la radio y van siendo otras constantemente.
Los personajes son entidades volubles de deseos que no terminan de ser o quizás son de forma incompleta. Aun cuando se habla de una rutina de 65 años y aunque suene contradictorio, esta rutina es “cambiante”. Un día comen carne de res Kobe porque así mandan sus hábitos, al siguiente pueden comer cuerpos -carne humana- porque han cambiado de principios, de religión, de música, de forma de vestir, su cosmoexistencia es tan fluida que, incluso, quien dice el horóscopo no está seguro de lo que dice.
¿De qué modo intentaron representar la fragilidad?
Mostrando la inseguridad de las personas que vemos en escena, su forma de vida extremadamente variante, incluso a momentos caótica. Así también, la fragilidad se evidencia al ofrecer un texto con múltiples entradas que da cuenta de pequeñas crónicas de tiempo y espacio cambiantes. Las historias, que por momentos se alejan y son narradas por ellos mismos, hablan de una vida delicada que se rompe continuamente con cada programa de radio que escuchan. Quizás lo que Fragilidad nos cuenta son hechos que empiezan, pero no acaban, estamos relatando momentos que dan inicio en una edad y que rápidamente cambian a otra, hablamos de un despedazamiento del cuerpo, de esa fragilidad que tiene un final terrible, pues un cuerpo es vendido al mejor postor.
¿En qué sentido las vidas que habitan este edificio de departamentos son frágiles?
Creo que en el modo en que enfrentan su día a día y sus recuerdos. Sus vidas son tan volubles que la presencia de un visitante, que bien pudiera ser un inmigrante más, los cambia por completo, incluso el locutor de radio se ve afectado. Estos personajes, por llamarlos así, no dialogan, viven en su individualidad ocultando sus miedos, separados por muros. Cabría entonces preguntarse, si esta casa es realmente una casa o es un muro. Por otra parte, hay muchas referencias en cuanto a un cuerpo al que le ha pasado algo, no sabemos exactamente quién es, al parecer pudo haber sido cualquiera de los personajes o todos a la vez, pero lo cierto es que algo pasó con su corporalidad -hacia el final se sugiere que el cuerpo despedazado fue fruto de un capitalismo brutal en donde un cuerpo tiene precio, en donde no hay puentes, sino solamente muros que nos atrapan-. En este sentido, la obra de Bauman, Extraños llamando a la puerta, es absolutamente inspiradora y si la obra tendría otro nombre sería ese.
Si “las líneas del pasado se borran con facilidad”, como dice el texto, entonces, ¿qué queda?
No estoy muy seguro de esto, pero quizás solo la inmediatez, el Twitter. Creo que nos queda el ser en cuanto lo que hace para ser. Nos queda una lucha por la búsqueda de los sentidos desde una virtualidad.
¿Qué modelos dramatúrgicos sigue esta propuesta, tanto nacional como internacionalmente?
Creo que nos ha influido mucho el teatro de Beckett, Robert Wilson, Roland Schimmelpfennig, Arístides Vargas. Y creo que también el trabajo de Gecko, el periférico de los objetos, el teatro del cielo, DV8. Así también algunos pintores, como Kandinsky, el Bosco, y no podríamos olvidar la música de Emil Plonski, que también toma su papel de forma solvente. (F)