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La muestra está abierta en el parque Cumandá

Alice Trepp: la etnografía escultural de la esperanza

Alice Trepp: la etnografía escultural de la esperanza
17 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

Pese a que Nuri puede sostener un canasto de frutas sin usar sus manos, mientras lleva a su hijo a cuestas y un carrito de juguete, dice que tiene “mala cabeza”.

La mujer llegó del Valle del Chota a Quito, donde estudió en la jornada nocturna del colegio Gabriela Mistral, que abandonó antes de graduarse. “Primero me salí del colegio, luego me enamoré y luego tuve a mis hijos”, contó Nuri a la escultora ecuatoriano-suiza Alice Trepp, quien forjó su historia sin usar palabras, basándose en una estructura inicial que soportaría el peso de su arcilla etnográfica.

Las expresiones de Nuri, y de una docena adicional de mujeres negras, se instalaron en moldes de yeso que, luego, fueron reproducidas en las fibras de vidrio que integran la muestra ‘La Carga’ (La mujer del Chota, sus esfuerzos y esperanzas) que se inauguró hace una semana y estará abierta hasta el 3 de enero de 2016 en el Parque Urbano Cumandá.

La luminosidad de las mujeres retratadas se ciñe a las pinturas acrílicas, óleos y pigmentos que usó la escultora ecuatoriana en la coloración de su obra, cuya mayor referencia es la estética del pueblo chotense, ubicado entre las provincias de Imbabura y Carchi.

El color se constituye en una dimensión de las esculturas, detrás de la cual conviven su historia, y cultura, matizadas por una ‘arquitectura corporal donde el género, la clase se entrelazan en prácticas tanto de ejercicio de poder como de resistencia’.

La curadora de la muestra, Marisol Cárdenas Oñate, desentraña el proyecto de Trepp al decir que “‘La Carga’ visibiliza una práctica que se observa en África y la Diáspora, el peso real y simbólico que las mujeres llevan en sus cabezas”.

La etnógrafa decolonial explica que “La piel es una metáfora del cuerpo que nos alude a un espacio orográfico donde se ubican recuerdos, reencuentros, surcos, heridas, un lugar donde se oculta y visibiliza, donde se viste y se desviste, se limpia, se desecha, se hidrata, se sana”. La piel, testigo de las vivencias y lugar de las proyecciones, con arrugas y facciones que vendrían a simbolizar los pliegues de la memoria.

Doña Teresa, María Luisa, Adriana y Nuri se construyen en la diferencia. La última -madre de un niño de 7 años y una niña de 7- dibuja un testimonio luminoso y sombrío a la vez: “Me casé del civil, pero no funcionó, así que me separaré porque antes que ser mujer soy madre. Me vine y aquí estoy pasando mejor, aunque la ciudad me encanta, me fascina, pero a veces uno no tenía ni qué poner en la boca, eso me despechó”.

Como un aviso a los espectadores más atentos, Juan Moltepare dice, en el catálogo de la exhibición, que la problemática de El Juncal es retratada con un sentido humano que trasciende lo anecdótico y el folclorismo: “Mirar la superficie solo nos deja en la estética de la liviandad, de la apariencia, haciendo de lado a la profundidad de lo que realmente acontece”.

En su testimonio, Nuri habla de las condiciones en que crecen sus hijos y de sus decisiones. “Mis padres viven en Quito -dice- pero no puedo vivir con ellos porque yo ya soy harina de otro costal”. (I)

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