Dos horas de terapia con Montt y Liniers en la Feria Internacional del Libro
Es jueves por la noche en una Guayaquil gélida. En uno de esos edificios que con su altura pretenden disimular los cerros en los que se apila la pobreza, se hospedan Ricardo Liniers y Alberto Montt. Están por primera vez en Guayaquil para montar aquello que se inventaron en una noche de tequilas, el stand up ilustrado.
Tal vez porque son los únicos en hacerlo es que se hacen llamar “Los Ilustres”. Sí. “Stand Up Ilustrado, con los Ilustres” es el nombre del show, en el que uno habla y el otro dibuja, al menos la mayor parte del tiempo.
Tal vez porque son los únicos en hacerlo es que posiblemente también sean los mejores –y los peores al mismo tiempo–.
Entran a su habitación en uno de esos pisos altos, cada uno se tira en su cama y todo empieza a temblar. “Ha de ser una de esas camas que te dan masaje”, piensa Liniers y empieza a buscar el botoncito para pararlo.
Se para sin encontrar nada parecido y se da cuenta de que no solo es la cama, sino toda la habitación. Tal vez se sienta en una escena en la que sus dibujos bailan. Montt, que vive en Chile y está acostumbrado a que tiemble la tierra, se siente en casa. Liniers empieza a temblar del miedo.
Montt se da cuenta de que no está en casa y que las cosas pueden ser trágicas. “Gracias, Guayaquil, por armar todo este temblor para nosotros”, dicen antes de empezar su stand up ilustrado, la noche del sábado en Guayaquil.
Este fue uno de los eventos finales de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, que en su cuarta edición combinó un poco de la propuesta de novela gráfica de estos dos autores con el stand up de “Feminismo para torpes” de Nerea Pérez, la poesía sonora de Frank Báez, el mundo único de Giuseppe Caputo y Ariana Harwicz, así como las propuestas de otros autores nacionales e internacionales.
Montt toma el micrófono y empieza el show de los únicos ilustradores del mundo que también pueden pensarse como rockstars. Habla de Laura, su hija, y sus modos de escapar a la realidad mientras caminan a la escuela y se encuentran con que los cuentos infantiles “son una mierda”.
Que a quién se le ocurre que un príncipe pueda bailar hasta la medianoche con una mujer sin saber su nombre y que luego pretenda encontrarla por el reino con un zapato, como si no hubiera más mujeres que calzaran treinta y seis y medio. “Pero es supertriste, papá; porque al final el carruaje se convierte en calabaza. ¿Y qué pasa con ellos... qué significa eso?”, pregunta Laura. Montt le contesta mirándola de cerca a los ojos y agachado, un gesto que repite en el escenario: “Que la justicia social no existe”.
La propuesta de estos ilustradores tiene que ver con la confianza con la cual trabajan desde que se conocen. Liniers cree que no se puede hacer esto con cualquiera en escena. “Me llamó el otro día Charly García y tuve que decirle que no”, bromea Montt.
“No tendría sentido para nosotros si no estuviera puesta la amistad a fondo en el escenario, si no estuviéramos nosotros tal como somos en la vida real”.
Su propuesta en el escenario rompe con esas palabras tan feas como son la “corrección política”, con la idea de ocultar algo que ofende. “A mí me ofenden los curas que dicen que la homosexualidad es una enfermedad. Mi forma de ir contra eso es no ir a misa”, dice Liniers, quien en uno de sus actos cuenta su oscura historia sobre el día que un sacerdote le santificó las manos con las que ahora dibuja. (I)
Datos
Historia
Hace un par de años, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Liniers y Montt propusieron hacer un stand up ilustrado. Finalmente diseñaron un show de humor que además ejerce una carga política.
28 mil asistentes era la expectativa de la organización para esta cuarta edición que cerró el domingo.
Otros autores
Uno de los enfoques de este encuentro fue abordar el diálogo sobre el feminismo con propuestas como las de Nerea Pérez. (I)