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Ecuador, 21 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Álava juega con el erotismo y la ironía en su obra

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En el programa ‘Arte en la calle’, que convocó en 1987 el grupo La Artefactoría, a Flavio Álava se le ocurrió clausurar su alma mater. El artista rodeó de cuerdas todo el edificio del colegio Juan José Plaza, de Bellas Artes. La enseñanza que recibió ahí junto con Xavier Patiño, Marcos Restrepo y Jorge Velarde, otros de los miembros de La Artefactoría, fue una de las causas que propició su sublevación: crear un movimiento orgánico contra la tradición cultural local y, desde el arte, provocar una serie de reacciones arbitrarias al ‘orden’ político, a pesar de que en algunos casos no fueron asimiladas desde su esencia.

Clausurar la educación que recibieron fue una forma de marcar un nuevo territorio. Álava, junto a estudiantes del Bellas Artes, rodeó el edificio con cuerdas como una forma de decir “amarramos Bellas Artes porque está obsoleta”.

Veintinueve años después de hacerlo, Álava (1957), quien lleva 27 años viviendo en Suiza, dice que aquella acción “era para reivindicar que Bellas Artes no cumplía con su función, no estaba libre para salir adelante en la enseñanza. Mejor era que esté amarradita y después que ellos sepan cómo desamarrarse. Fue una cuestión de protesta”.

Cuando se conformó La Artefactoría, sus integrantes consideraban, como Xavier Patiño, que la educación que recibieron del Bellas Artes “fue únicamente de formalismos: aprender a pintar y a dibujar”.

En la serie que presenta en el Centro Cultural Simón Bolívar, en la exposición ¿Es inútil sublevarse? juega con cuadros clásicos y su repetición de imágenes. Foto: cortesía

Para Álava, ellos no tuvieron una educación artística, rigurosa, disciplinaria ni técnica. La Artefactoría se conformó para eso: intercambiar libros, obtener información que, en ese entonces, y sin internet, era complicado. Juntos buscaron nuevas tendencias y técnicas.

“En esa época le eché la culpa a Bellas Artes de no haber aprendido técnicas, entonces se me ocurría amarrarla con cuerdas para motivar a los que dirigían la escuela a cambiar ciertas actitudes porque más se preocupaban de dar materias, como matemáticas o geografía, que de cuestiones artísticas”.

La transformación de la obra

Cada integrante de La Artefactoría es distinto. En el caso de Álava, se destaca el trabajo con collage, objetos escultóricos y ensamblaje. Su primera obra en la revista Objeto Menú fue un hombre de espaldas     —presumiblemente era él mismo— con los pantalones abajo masturbándose.

“Poner una masturbación en la historia del Ecuador en ese momento, en los 80 (durante el gobierno de León Febres-Cordero), era una audacia”, dice Marco Alvarado. Los primeros trabajos de Álava tienen una carga erótica; él pintaba de la fantasía.

Lo que el artista hacía eran dibujos figurativos, una especie de caricaturas, de acuerdo a Alvarado, quien integró La Artefactoría luego de su fundación (cuando el grupo se aproximó a la propuesta de consolidarse con la guía del historiador de arte Juan Castro y Velásquez).

“Yo hacía muchos cuadros eróticos, eso se vendía. La gente me buscaba para comprármelos. Era increíble cómo la gente tiene esa fascinación por el erotismo. Dejé de hacerlo porque me convertí al evangelismo; antes no era creyente y el erotismo no era algo propio de un cristiano. Me pregunté a mí mismo por qué erotismo si puedo pintar un gran paisaje; incluso comencé a hacer retratos de perros porque en Suiza la gente los ama”.  

Para Matilde Ampuero, quien trabajó en distintas etapas en la escritura de catálogos de los artistas y que ahora guió el proceso de la exposición ¿Es inútil sublevarse?, la obra de Álava, más que erótica, es sensual. “Se destaca por el fino uso de la técnica del collage, un recurso al que suma su permanente relación con imágenes provenientes de la cultura popular; los objetos de uso cotidiano son tomados como dispositivos que conectan lenguaje e imagen intervenidos con la estética que los caracteriza”, dice Ampuero.

La obra que presenta en la muestra que mira la historia de La Artefactoría y los distintos puntos de acción que generan su conformación en la historia es una serie denominada Cuenta cuentos.

En ella toma los cuadros de obras clásicas como ‘La creación de Adán’, de Miguel Ángel; ‘Las Venus’, de Botticelli; ‘La Gioconda’, de Leonardo da Vinci; o ‘El hijo del hombre’, de René Magritte.

A cada imagen la rellena con réplicas de sí misma, manteniendo su forma, como cuadros que han quedado vaciados de sentido por su repetición. Alvarado dice de estos collages actuales, en los que Álava se siente distante de su trabajo inicial, que “tienen una connotación erótica. ‘Las Venus’, de Botticelli, por ejemplo, tienen una representación fálica. Puede ser que no sea intencional, pero está el erotismo, su obra siempre va a ser erótica”.

Álava dice que no fue un problema cambiar de tendencia, cuando dejó el erotismo, pues sigue buscando el humor y la ironía en su obra. “Mi obra siempre cambia. Luego de estos collages buscaré otra cosa porque no me gusta explotar mucho un tema ni una técnica. Siempre trato de hacer cosas distintas”.  (I)

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