Abelardo Castillo, el hombre inconcluso que fue narrador total
Decía no sentirse escritor, decía que era “un hombre que escribe” y el hombre (“único animal inconcluso”) es el único animal que cuenta, según Pablo Ramos, uno de sus lectores y discípulos. Abelardo Castillo (1935-2017) estaba trabajando en la edición del segundo tomo de sus diarios, contó la periodista argentina Patricia Kolesnicov, pero hizo una pausa para someterse a una cirugía que le complicó la respiración, el ritmo.
Falleció el 1 de mayo, a las 10:20 en Buenos Aires, Argentina, y ayer lo cremaron. Hace tres años, cuando él tenía 79, se editó el primer tomo de sus diarios, una bitácora que contiene anotaciones hechas entre 1954 y 1991. Entonces, la reportera Eugenia Almeida le preguntó si seguía la discordancia -que él había confesado en su cumpleaños 30- entre su vida y obra con el personaje-escritor que a veces vislumbraba. “No ha cambiado en absoluto”, respondió el hombre que escribía, “de lo contrario tendría que decir la tontería de que ‘me siento realizado’. Y la condición de lo humano, para mí, es precisamente la irrealización, lo inconcluso. El hombre es, felizmente, el único animal inconcluso; solo lo concluye la muerte”.
A fines de 2014, el escritor Pablo Ramos lo recordaba, en Quito, como a un padre literario: “Yo creo que aparte de mi obra estoy dejando una escuela, una idea de pensar la literatura que heredo de Abelardo Castillo, de Liliana Heker, de Roberto Arlt: la idea de que la literatura es un hecho colectivo, no un hecho individual. Y que, junto a la crítica, son positivas, hacen de la obra algo menos egoico (egoísta, ególatra), algo más real”.
Escritores eran los otros, los que se tomaban muy en serio a sí mismos, parafrasea Kolesnicov sobre Castillo, un hombre que escribió teatro, cuentos y novelas, y a quien sus lectores sí toman en serio, entre otras cosas, porque él, muy joven, tomó “como tradición a Arlt, a (Jorge Luis) Borges, a (Julio) Cortázar” para dejar títulos como El otro Judas, Israfel, Cuentos crueles, El que tiene sed, Las palabras y los días, Crónica de un iniciado, Ser escritor y El evangelio según Van Hutten. Un ‘inconcluso’ que creó y dirigió las revistas literarias El grillo de papel (1959), El escarabajo de oro (1960) y El ornitorrinco (1977), unidad temática que fue cambiando de nombre con el paso del tiempo.
Otro de sus aprendices fue el escritor Guillermo Martínez, quien escribió, después de su muerte, en las páginas del diario Clarín, que el maestro no fue del todo valorado por la academia: “Su obra no fue estudiada con tanta insistencia como la de otros de sus contemporáneos. Esa es una deuda pendiente”.
Castillo tampoco creía en la inspiración, esa quimera que vacía de sentido las ecuaciones de los escritores. “Edgar Allan Poe ya explicó para siempre el malentendido que encierra esa palabra. La inspiración fue un invento de los poetas románticos del siglo XIX -le recordó a Almeida en un artículo publicado por diario La Voz-, y muchas veces es solo una coartada: un modo de no aceptar los absurdos, los titubeos, las casi vergonzosas indecisiones que preceden a la construcción de una obra de arte”.
En el cuento titulado ‘El marica’ -que apareció en El grillo de papel, según Kolesnicov-, el autor interpelaba, a través de un narrador en primera persona, a César: “Vos eras raro, uno de esos pibes que no pueden orinar si hay otro en el baño. En La Laguna, me acuerdo, nunca te desnudabas delante de nosotros. A ellos les daba risa. Y a mí también, claro; pero yo decía que te dejaran, que cada uno es como es”.
Abelardo Castillo terminó de escribir sus diarios, pero fue un hombre inconcluso, uno (extraordinario) que escribía, que creaba personajes que lograron darle sentido a la vida de sus lectores. (I)