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El Telégrafo
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El pintor recorrió europa para redescubrir a Velázquez, Goya o Bacon

'A las cinco...' Mosquera reinterpretó a los clásicos

En ‘Se pasean las infantas de Velázquez’ el pintor ecuatoriano recrea a personajes fuera de la escena clásica.
En ‘Se pasean las infantas de Velázquez’ el pintor ecuatoriano recrea a personajes fuera de la escena clásica.
Daniel Molineros / El Telégrafo
27 de enero de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

A las cinco de la tarde es el nombre de la más reciente muestra pictórica de Washington Mosquera y una de sus obras, la que tenía el número 53, no estaba terminada a la hora en que el resto de pinturas vieron la luz, en las salas Eduardo Kingman y Oswaldo Guayasamín de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

“Siento que existe una especie de coordenadas en el espacio, unas que hacen que, precisamente a esta hora, cambie el destino de los seres humanos para bien o para mal”, decía Mosquera, con su voz ronca y dulce a la vez. La bonanza de la lotería, la desgracia de la bancarrota y hasta un café que se derrama por accidente son las cosas elementales que las manecillas de un reloj deparan a los personajes retratados.

Durante el invierno y la primavera españoles de 2013, Mosquera fue al Museo del Prado, en Madrid, para conocer de cerca la obra de Diego Velázquez y Francisco de Goya. Con el pintor de ‘Las Meninas’, Washington hizo un ejercicio de ‘limpieza’, quería desentrañarlo: “Me interesaba su composición y el ritmo, esas imágenes como fotos movidas en los primeros planos, mirar su obra como desnuda, retirando visualmente los añadidos (cintas, vinchas, joyería y más adornos)”, hasta descubrir la fortaleza de una ‘pintura geométrica’ que, luego, ‘A las cinco...’ reinterpretó.

‘El sueño de la razón produce monstruos’ y la serie negra de Goya, su ‘oro viejo’, era el segundo blanco de Mosquera: “La audacia en esa mezcla de colores, sus brochazos espesos como desordenados y el aparente apuro de la ejecución, sus paletas limitadas a tres o máximo cuatro colores... que lo hacen el pintor más actual junto con Bacon”.

A las cinco de la tarde, Mosquera salió del Prado, rumbo al Parque del Retiro, donde le sucedió “algo maravillosamente miedoso”: el sol moría y la luna fundía sus colores en ese ocaso, algo que solo le interesó a él, por ser foráneo, un extranjero que recordó un verso de Federico García Lorca: “Cuando el sudor de nieve fue llegando/ a las cinco de la tarde,/ cuando la plaza se cubrió de yodo/ a las cinco de la tarde,/ la muerte puso huevos en la herida/ a las cinco de la tarde./ […] A las cinco en punto de la tarde”.

Retrato de una pintura inconclusa

“Respeto mucho mi trabajo, y al público, sobre todo. Por ello, la pintura 53 se quedó en el taller”, dice Mosquera, quien, luego de visitar Madrid, fue a Venecia (Italia) en busca de Miguel Ángel. “Hay dos formas de hacer realismo —explica Washington, puntual—: viendo determinadas escenas o recordándolas. Yo prefiero la segunda, que es volver a vivir y reflexionar a través de la pintura”, al óleo, en su caso.

El gran formato de la muestra fue algo que destaca el crítico de arte Hernán Rodríguez Castelo, pues Mosquera ha forjado una tradición en miniaturas. El filólogo hace una descripción que completa la ruta recorrida por el pintor durante su última incursión en Europa, una que incluyó los Países Bajos y sus referentes —Vincent van Gogh, con su luminosa demencia, a la cabeza—: “En ‘Primavera vino, a la fuente morada’, la perspectiva construida con elementos geométricos dio otra dimensión al espacio y se enriqueció el juego con texturas —alguna un rico textil—, con el fino trabajo del cielo y el agudo contraste entre el elemento vegetal de bullentes formas y rica cromática que parece agazaparse en la esquina inferior derecha y los bloques de severa geometría”.

En Cotocollao, en su taller, su ‘Última Cena’ contiene a unos venecianos del Medioevo —como casi todos sus personajes— que llevan peces en una canasta y un cerdo horneado, muy americano, cerca de un árbol humanizado que, sin vestuario, está despojado de su etnia. “Técnicamente faltaba algo más, no me terminó de gustar y decidí dejarla”, admite para señalar —entre una doncella que guarda las estaciones, como Penélope, en un televisor; o un autista que bloquea al mundo con sus audífonos— que “los estados de ánimo se pueden conocer a simple vista, fijándose en los ojos” de las pinturas, de las personas. (I)

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