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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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El repositorio de documentos abarca el periodo desde 1485 hasta 1960

460 libros históricos para el mundo, en cuarentena

Foto: Mario Egas/El Telégrafo
Foto: Mario Egas/El Telégrafo
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En la universidad más antigua del país, la Central de Quito, hay una suerte de clínica de libros invaluables. Hace un año, la Biblioteca general de esa institución fue trasladada del Teatro universitario al Centro del Información integral, junto a la vieja residencia estudiantil. Allí, el área sirve de repositorio para 40 mil volúmenes que fueron publicados entre 1485 y 1960.

Al traslado de estos libros le siguió un proceso de restauración. Los limpiaron y colocaron en las estanterías —ya no de forma secuencial sino— de acuerdo a estándares internacionales y de conservación. Hoy, un equipo coordinado por Natasha Sanmartín hace un índice para la catalogación del fondo de la Universidad Central del Ecuador (UCE) que facilite el trabajo de investigadores y bibliófilos.

En el Área de Conservación documental se investigan los productos que se aplicarán en el tratamiento de los pergaminos, algunos de los cuales están encuadernados de forma arbitraria o mutilados por quienes les arrancaron grabados o firmas como las de Eugenio Espejo, de quien se conserva su acta de graduación como profesor.

Estos archivos suelen requerir de refuerzos, cuando las hojas tienen dobleces, o de injertos, cuando tienen espacios. Los papeles usados deben estar hechos de materiales que no alteren la composición de cada documento, explica Sanmartín para quien colaboran pasantes y curadores de 4 facultades de la UCE (Ciencias químicas, Ingeniería informática, Artes y Ciencias filosóficas). Lizbeth Chontasi —pasante de restauración—, por ejemplo, intervino esta semana un libro de matrículas de la Facultad de Psicología cuyo registro inicia en 1972. Hizo injertos, recuperación de plano, refuerzos y encuadernación.

La solubilidad de las tintas —caligráficas, de fibras o ferrogálicas (ácidas, del hierro)— también se evalúa en el laboratorio de tratamientos químicos y acuosos. Allí Mishell Mármol —tesista de la Facultad de Ciencias Químicas— hace intervenciones con aceites esenciales (biodegradables) para reemplazar la acetona, tolueno u otros químicos orgánicos usados para disolver etiquetas, un tratamiento que depende de la encuadernación que puede ser de madera, percalina, cuero o pergaminos.

Los bibliotecarios, que no son formados en la conservación de archivos, ponen esas etiquetas al igual que los encargados del ‘control de bienes’. Cuando los documentos se convierten en históricos, estos identificativos dificultan la digitalización y difusión.

Los adhesivos suelen ser de vinilo o caucho natural y el material de cada elemento es observado para la conservación de los libros.

Algunos materiales usados para esta labor (solventes hechos con ácidos y bases) son precursores para la elaboración de drogas, por lo cual son controlados por el Consejo Nacional de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas (CONSEP), lo que hace más compleja su disponibilidad en el mercado. Los textos son sometidos a un lavado y el control de la humedad del área permite que se conserven las colecciones a través de un microclima, en que el termohidrómetro (instrumento de medición) no sobrepasa los 18 grados de temperatura ni el porcentaje de humedad 48.5.

La implementación de un laboratorio de microbiología en el área está pendiente porque actualmente se usa el de la Facultad de Química. Allí se determinan los microorganismos que deben tratarse en cada página para conservar reliquias como el libro España en el Corazón que el poeta Pablo Neruda dedicó, en 1938 (durante la Guerra Civil española), a la institución. Escribió la frase “A la biblioteca de la ciudad de Quito” y el archivo incluye una vitrina en que se exhiben al público otras rarezas como fotografías, cartas o recortes de periódicos que sirvieron como separadores o se guardaban en algunos de los tomos.

Entre los documentos más antiguos del archivo están 3 libros incunables (ediciones hechas desde la invención de la imprenta hasta principios del siglo XVI), dos europeos y uno mexicano que pertenecieron a la Universidad San Gregorio Magno, fundada por los jesuitas, cuya colección está dividida entre los archivos de la Universidad Central (UCE) y la Biblioteca de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Los títulos incunables son Liber Chronicarum (Hartmann Schedel, Augsburgo, 1497); Supplementum Chronicarum (Jacobo Foresti, Brescia, 1485); y la Recognitio summularum (Alfonso de la Vera Cruz, México, 1554). Pese a ser una edición secundaria, el primero contiene una variedad de grabados y es parte de la primera tirada en la Historia que incluyó en un libro un mapa de los territorios alemanes.

El catálogo incluirá la digitalización (hay un tercer Laboratorio para eso) con el fin de que los documentos puedan ser descargados de forma virtual. La revista Anales —producida desde 1835—, por ejemplo, está disponible luego de 3 meses en que se escanearon unos 300 documentos. Ahora, el proceso se repite para la producción de la editorial universitaria.

En Reservas técnicas se resguardan los fondos de las bibliotecas de las Universidades Santo Tomás y San Gregorio Magno, y de las Bibliotecas de las Facultades de la UCE.

460 Libros en cuarentena

El polvo es limpiado hoja por hoja con una brocha suave. Los deterioros de cada libro (microorganismos o manchas por hongos) se registran en una ficha de diagnóstico, cual historia clínica. Los pasantes de química toman las muestras y determinan de qué forma los intervendrán. Las aspiradoras previenen que se sigan dañando estructuras en el área de cuarentena en la que está el ‘libro de oro’ con el acta de grado de Eugenio Espejo. 460 títulos están en condiciones similares luego de haber sobrevivido a un manejo inadecuado o a ataques biológicos (insectos o roedores). (I)

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