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Mauro Javier Cárdenas: ¿Y si no lo intentamos de nuevo?

Mauro Javier Cárdenas: ¿Y si no lo intentamos de nuevo?
Fotos: cortesía del autor
20 de junio de 2018 - 00:00 - Jessica Zambrano Alvarado

Mauro Javier Cárdenas (1978) nació  y creció en Guayaquil. Estudió en un colegio jesuita, pero dejó de hablar en español cuando viajó a Standford para estudiar Economía.

Entonces, cuando decidió hacer literatura y contar todo lo que debía –o tal vez no– solo encontró un camino para hacerlo: en inglés.

De pronto, la noticia de que un ecuatoriano alejado de los círculos literarios locales publicó su primera novela con Coffee House Press y que ganó el Joseph Henry Jackson fue una sorpresa. La traducción estaba en proceso, cuando quedó seleccionado como parte de las promesas literarias de América Latina, en la lista de Bogotá 39, una sección del Hay Festival, junto con Mónica Ojeda. 

Pero si Cárdenas escribe en inglés es también como un modo de venganza. Su primera novela, Los revolucionarios lo intentan de nuevo, traducida por Miguel Antonio Chávez para la editorial Peguin Random House, se desarrolla en el Guayaquil de los años noventa, con caudillos admirados como León Martín Cordero o El Loco.

Dice que fue influenciado por la obra Ficciones de Borges para empezar a escribir. ¿En qué medida esto hizo cortocircuito entre los planes que tenía y lo que quería hacer?

A mí de chiquito nunca se me había ocurrido ser escritor, pero como me gradué en la universidad sin tener idea de qué quería hacer para pasar el tiempo hasta que me alcance el cáncer o el ceviche de concha, comencé a explorar mis opciones (terapeuta: no, pianista: no, escritorista: ¡no! ¡digo sí!). Ya cuando decidí que lo de escribir podría ser una opción, o mejor dicho cuando no tuve otra opción que decidir que escribir podría ser una opción, la obra de Borges me implantó la idea de que la ficción puede ser lo que me dé la gana, que es, por cierto, por lo que siempre me castigaban en la casa y el colegio. ¡Aquí no puedes hacer lo que te dé la gana! ¡Plop!

¿Por qué considera que el español, la lengua de Borges, Bolaño y otros autores que le influyen, no es un lenguaje para hacer literatura, como dijo en una entrevista en El País?

Lo que quería decir es que el español que yo tenía a mi disposición cuando no tuve otra alternativa que decidir que escribir podría ser una opción, era un español muy de colegio jesuita de Guayaquil, un español de rume, de cara de bache, de tránsfuga, de anda que te parió un burro, de (censurado) de tu madre, de bonita la hue..., por citar unos pocos ejemplos. Me pareció, en ese entonces, demasiado limitado para hacer otra obra de León, digo para hacer obra literaria, y quizás porque me salí del Guayas después del colegio y ya dejé de hablar español a diario; mi español, resentido y nostálgico, se quedó tan estancando en esa época que si hoy me preguntas por qué consideras que el español, la lengua de Borges, Bolaño y otros autores que me influyen, no es un lenguaje para hacer literatura, no tengo otra opción que responderte con chanfles, reflautas y quiquirimiaus. 

La versión en español que yo he leído me parece que tiene un lenguaje muy guayaco, muy de corrido. No sé si esta idea sobre la forma está presente en su trabajo en inglés. Cuénteme cómo fue este proceso de traducción y qué leemos y qué no en español...

El proyecto original de lenguaje fue el de joderles el inglés a los estadounidenses, lo que por supuesto no se puede hacer en español, por lo cual el proyecto en español se enfocó en que la novela suene a ese español guayaquileño de mi época, y el proceso para conseguirlo fue más o menos así: el traductor guayaquileño que vive en Nueva York le mandaba las traducciones al editor español que vive en Barcelona.

El editor español corregía las traducciones y se las mandaba al autor guayaquileño que vive en San Francisco.

El autor guayaquileño las corregía, quitaba y añadía, luego las mandaba de regreso a España con instrucciones de que tengan la bondad de no perturbar los ritmos de las frases.

Así se nos fue la vida a los tres por varios meses.

¿Por qué los revolucionarios siempre lo intentan de nuevo?

En mis días más cínicos (o sea casi todos los días) mi respuesta sería: algo hay que hacer para pretender que la vida tiene sentido. En mis días menos cínicos mi respuesta sería: ¿qué haríamos sin la esperanza de que se puede cambiar algo? (a lo cual el cínico respondería: los humanos nos habituamos a todo). Pero en los días en que veo demasiadas noticias, por ejemplo la de un refugiado latinoamericano que se suicidó luego de que el gobierno racista estadounidense le quitó a su hijo de tres años en la frontera -para que aprendan a no venir, dijo el engendro a cargo de esta nueva directiva- mi respuesta sería: los revolucionarios son las abogadas de inmigración del American Civil Liberties Union y todas aquellas fundaciones que se han movilizado para resistir la inmundicia de este gobierno estadounidense. Y si ellas no intentaran de nuevo, no me sorprendería que algún día nos metan a todos los latinoamericanos en contenedores y nos echen al mar. 

Su novela en español aparece justo en un momento en el que algunos de los personajes políticos de entonces vuelven a la palestra pública. ¿Cómo mira esto desde fuera? ¿Es hora de volver para salvar al país?

Pues fíjate que ya no miro y ya no regreso. Jódanse solitos (de un solo toque). Paro. Amo a mi tierra natal, los extraño, etc.

Si no se puede salvar al país por la economía, ¿se puede hacerlo por la literatura?

Está bien documentado que la literatura no solo salva países sino que limpia cutis, sana ranas, etc., así que lean mi novela y las de Mónica Ojeda y ya salven a la patria, vagos. Bueno ahora ya sí en serio: la literatura es la única conversación imaginaria que se puede tener con otra persona en la que no te van a mentir, o por lo menos no mucho, entonces quizás lo único que la literatura salva es la cordura. No, no me lo creo. Mejor volvamos a lo de las ranas.

Finalmente, ¿cómo toma el éxito de su novela y qué se viene para Antonio (uno de los protagonistas de su primer libro)?

El éxito es como el amor o la sarna: no dura. Entonces es mejor no pararle mucho bola. Aunque si usted tiene sarna, querido lector, por favor consulte a un doctor.

¿Y Antonio? Pues en la segunda novela su hermana querida pierde la razón, y en la tercera lo deportan, así que anda bien jodido. Debería hacerlo protagonista de una novela para niños para que descanse un poco siendo el sombrero de un gato.  (I)

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