El artista empezó de forma autodidacta y se convirtió en el retratista de un sinnúmero de personalidades
La prodigiosa memoria de un pintor olvidado
UNO
Esta historia debió ser escrita hace mucho, mucho tiempo. No todos los días nace en el mundo un hombre con una cámara de fotos al interior de su cerebro y con un pincel invisible en la mano. Pero aquí, en Ecuador, se dio. Se trata de Alejandro Wenceslao Cevallos Osorio, y muy pocas veces su nombre ha aparecido en el papel.
Me habría gustado tomar su fecha de nacimiento como punto de partida, pero nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació. Ahora mismo, desplegados sobre mi cama, yacen archivos, certificados, fotografías, cartas de petición, números telefónicos y hasta un acta de inhumación. Y en este punto (fin de la investigación, incio de mi crónica), es inevitable imaginar la voz del pintor contándome su historia. Ya no la de sus nietos ni de la restauradora de cuadros ni la de ningún historiador, sino la suya. Y pienso que este artículo habrá valido la pena si al menos —esa misma voz— llegara a sonar en la mente de quien lo lea.
DOS
Corría el mes de septiembre de 2013, cuando Napoleón Cevallos, uno de los nietos del pintor, vino al periódico a visitarme. Yo apenas llevaba un mes y pensé que era normal que la gente llegara con un cargamento de documentos para compartir su historia. A los pocos minutos me di cuenta de que la suya no era una historia convencional. Lo que Napoleón pretendía era en realidad un reto: rescatar a su abuelo del olvido. Acepté. Desde entonces, me he dedicado a indagar sobre ese hombre del que, dicen, tuvo una memoria prodigiosa, un don para el retrato y —pese a sus múltiples glorias— un final miserable.
Eloy Alfaro quedó impresionado por el retrato que el joven le hizo sin haber posado nunca para él.
TRES
Si tuviera que empezar a describir la vida del pintor, diría lo siguiente: Alejandro Wenceslao Cevallos Osorio nació en la parroquia de El Quinche, al este de Quito. Se desconoce la fecha exacta, pero se presume que fue en 1879, el mismo año en que Thomas Alva Edison inventó la bombilla eléctrica. Desde pequeño mostró habilidad para el retrato, y aun siendo adolescente, tras el triunfo de la Revolución Liberal y el ascenso del general Eloy Alfaro, en 1895, Wenceslao tuvo la oportunidad de ver al Viejo Luchador en un desfile. Posteriormente —y usando únicamente esa imagen impregnada en su memoria— lo retrató. Todo lo que necesitó fue verlo unos segundos mientras pasaba. El resultado fue impresionante. Hasta ese entonces el pintor había ganado técnica como discípulo de Alejandro Salas, pero fue su maestría innata lo que lo hizo brillar. Una vez terminado el cuadro, logró acercarse al mandatario para obsequiarle su retrato. Alfaro quedó sorprendido al ver la fidelidad de la pintura, sobre todo por el hecho de no haber posado para él.
Alfaro no dudó en otorgarle una beca y le dio a escoger entre Francia o Italia para continuar sus estudios de pintura; Wenceslao escogió la segunda y fue en Roma donde pintó la mayoría de sus cuadros.
Solo una condición se pactó: al finalizar sus estudios, el artista debía regresar a Ecuador a devengar su beca, enseñando a jóvenes pintores y retroalimentando su experiencia en Europa. Desde luego, Wenceslao Cevallos, aceptó.
CUATRO
Doce años permaneció el pintor en Europa, pero lo que nunca imaginó es que al poco tiempo de establecerse allá, un hecho similar al que ocurrió con Alfaro le volvería a pasar. En una ocasión, Wenceslao vio al rey Humberto I y lo retrató sin que este se enterara. Al entregarle la obra, el monarca quedó impactado por la maestría del retrato y en seguida se preguntó lo mismo que Alfaro: “Cuándo posé para él”.
En adelante, Wenceslao no solo se ganó la admiración del monarca, sino el respeto de sus colegas italianos, lo que le llevó a ser nombrado Caballero de la Corona de Italia.
El tiempo siguió su curso y el pintor cumplió a cabalidad su rol de estudiante, tal como lo indican los ‘Mensajes e informes’, documentos gubernamentales de 1898, en los que se indica que Wenceslao Cevallos ‘se maneja bien y ha aprovechado mucho’. Al mismo tiempo, el pintor combinaba su arte con tertulias y actividades relacionadas a la cultura, y es muy probable que en una de esas salidas conociera a la mujer que más tarde se convirtió en su esposa: la italiana Sara María Shetervine Salvadaggi, con quien, al retornar al Ecuador, procreó tres hijos: Sancio, Napoleón y Simón.
Se estima que al menos 200 cuadros reposan en Roma, parte de ellos en el Museo de Quirinale.
CINCO
A vísperas de su regreso —y a manera de profecía— algunos periódicos italianos como Il Giornale d’ Italia e Il Presenteadvirtieron al pintor de las envidias que podía sucitar su presencia en Ecuador.
“(...) Algunos celos profesionales y algunos contratiempos se le han presentado en su carrera, los cuales, el inteligente y valeroso joven ecuatoriano, ha sabido resistir y vencer, dando pruebas de abnegación y de tenacidad en propósitos artísticos. Sus envidiosos no han hecho más que contribuir a su triunfo en la lucha por la vida; así es como se ha podido apreciar en todo su valor, mereciendo que sus compatriotas le han elegido y honrado destinándole para el cargo de profesor de la Escuela de Bellas Artes de Quito. Al artista Cevallos le deseamos un buen viaje y fina acogida por los compatriotas, quienes con sus manifestaciones de afecto le harán acordar de las que numerosos admiradores y amigos suyos en Roma le tributaron a la víspera de su viaje”.
El 7 de julio de 1907 Wenceslao Cevallos regresó a su tierra sin saber que ese sería el inicio de su fin. Todo —al principio— parecía ser parte de la buena cosecha que el pintor se había ganado a pulso. Como parte de su beca, Wenceslao fue nombrado profesor de dibujo y pintura de la Escuela de Bellas Artes, junto a otros pintores como César Villacreces y León Camero, además de continuar retratando a varias personalidades de la cultura y la política local.
Sin embargo, el 28 de enero de 1912 Eloy Alfaro fue asesinado y su cadáver fue arrastrado por las calles de Quito; según acciones ideadas por conservadores acaudalados y miembros de la Iglesia, de los cuales nadie fue arrestado, procesado o inculpado. En consecuencia, Cevallos se quedó sin trabajo y tuvo que encarar una serie de hechos que lo llevaron a la quiebra y a la ruptura con su familia; una época bastante oscura de la que resulta difícil saber qué pensamientos rondaban al pintor.
Otro factor determinante para su declive fue el hecho de que alguien lo atacara en la calle, rompiéndole la mano derecha con un martillo y dejándolo imposibilitado para pintar. Un incidente que, al parecer, se produjo por la envidia de algunos colegas, puesto que sus pertenencias quedaron intactas.
En adelante, su tiempo y su arte permanecieron castrados. De sus últimos 5 años de vida se conoce muy poco: que abandonó a su familia (no sin antes dejarles todos sus bienes con un tutor), que se marchó a vivir en Guayaquil, que se dedicó a la bohemia y que, finalmente, murió el 13 de octubre de 1924, a los 45 años (aproximadamente), sumido en la miseria, el olvido y el alcohol.
SEIS
(15 de octubre de 2013)
Tengo más pistas sobre Wenceslao Cevallos, pero si busco su nombre en Google aparecerán apenas un par de referencias. La primera sobre su adhesión a la Escuela de Bellas Artes, en el libro “El círculo modernista ecuatoriano: crítica y poesía” de Gladys Valencia Sala; las otras, apenas breves descripciones en revistas especializadas.
De imágenes, nada.
Pero mi rastreo —que incluye el registro civil, la curia, un par de museos, hemerotecas y pinacotecas— no se compara con la búsqueda que Napoleón Cevallos lleva desde hace años (iniciada por su hermano Alejandro). A ratos siento que su labor tiene el ímpetu de los grandes cronistas. Napoleón no descansa. Y estoy segura de que entre las primeras cosas que mira al despertar está el rostro de su abuelo, el mismo que aparece en el autorretrato que —aún muy joven— Wenceslao dejó como legado y que hoy Napoleón conserva —junto con sus hermanos— como el más valioso tesoro.
Y no es para menos: de los cientos de cuadros que Wenceslao llegó a pintar, sólo 6 conocen sus nietos.
Al retornar al Ecuador, el reinado italiano despidió al pintor con una cena en el Lago de la Villa Borguese.
SIETE
(28 de octubre de 2013)
Recibo una carta de la Dirección General del Registro Civil del Ecuador, informándome que no se encontró ninguna fecha de nacimiento correspondiente al pintor.
“Comunico a usted que verificado en el Archivo Magnético, no consta registrado el ciudadano Alejandro Wenceslao Cevallos, como tampoco registra en los índices existentes del Archivo Nacional. Adicionalmente se hizo la gestión en averiguar telefónicamente en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, por el hecho de ser un reconocido pintor, pero no tenían más datos de los ya proporcionados en el oficio (...)”.
Al hablar con Bolívar González, líder del Archivo Nacional, me entero de que de todas formas la búsqueda en el Registro Civil es infructuosa, puesto que el pintor nació, presuntamente, en 1879, mientras que la Institución fue inaugurada el 1 de enero de 1901.
OCHO
Ni el Registro Civil ni la Curia ni las actas de El Quinche. El nacimiento de Wenceslao Cevallos es un misterio. Al menos hay una deuda saldada: su muerte. Napoleón me cuenta que hace poco tuvo el valor de encontrar la tumba de su abuelo.
“Es como si me hubiese hablado más cerca. Estar frente a sus restos y decirle: descanza en paz; no se imagina cuántas sensaciones se me cruzaron. Mi abuelito está enterrado en el Cementerio General de Guayaquil. Puerta 3. Bóveda 1122. Fila 1. Saqué un certificado de inhumación. Dicen que murió de ‘dispepsia’. Yo cuando vi esa palabra dije: ¡Esa enfermedad más sofisticada de la que ha muerto el abuelo! ¿Pero yo que voy a investigar y sabe lo que ha sido? Cirrosis, el abuelo murió de cirrosis. Lo más triste es que de esa lápida que le regaló la Escuela de Bellas Artes, ya no queda nada, alguien se la robó”.
NUEVE
(15 de noviembre de 2013)
Es martes, mediodía. Estoy en la Biblioteca General de la Universidad Central del Ecuador. Mientras cruzamos las modernas instalaciones, su directora, Inés Tello, me cuenta sobre los procesos de restauración de las distintas obras literarias y pictóricas. Lleva 30 años trabajando en la institución, por eso me guía con la confianza de quien se siente en casa. Inés me cuenta que la colección de la pinacoteca tiene 24 obras de arte, entre las que destacan 2 retratos pintados por Wenceslao Cevallos; uno correspondiente al médico, político y escritor ecuatoriano César Borja, y otro, al religioso y botánico italiano Luis Sodiro.
“En 1997 encontramos esta colección semidestruida en una bodega arriba del Teatro Universitario; en el 2000 procedimos a restaurar las obras y actualmente se encuentran a disposición del público”.
Entramos al subterráneo. Veo mapas desplegados, cuadernos y planos antiguos (algunos datan de 1490), y libros de arquitectura, medicina y literatura levantados a mano.
“Esos retratos sobre la mesa —dice Inés— son de Wenceslao Cevallos. Vamos para que los mire”. La sigo.
Es martes, mediodía. Afuera el calor se impone, pero en el Archivo Histórico las obras se conservan —calibradas— siempre bajo la misma temperatura; siempre bajo la misma luz.
Sus nietos desean reivindicar su memoria a través de una muestra con sus cuadros y litografías.
DIEZ
Llegamos al laboratorio de restauración. Dos especialistas, Pamela Mendieta y Ezequiel Barba, trabajan, minuciosamente, en el rescate de un mapa fluvial y político de México, correspondiente al siglo IX. En la mesa contigua yacen los 2 retratos de Wenceslao Cevallos; óleos sobre tela que datan de principios del siglo XX. Luis Sodiro a la derecha y a la izquierda César Borja. Su valía es evidente. El juego de luces, las sombras, las miradas, el resplandor sobre la esquina de los lentes; detalles que, en definitiva, hacen del retrato un objeto vivo.
—¿Cuál es el procedimiento de restauración?
—“Primero, el rescate del cuadro, dice Pamela Mendieta, luego la identificación de los personajes y la del autor, luego su clasificación y, finalmente, su respectivo ingreso al taller. Aquí levantamos una ficha técnica para determinar las características (dimensiones, nivel de conservación) y solo entonces podemos saber cuáles son las obras que necesitan intervención urgente”.
En el caso de los cuadros de Wenceslao Cevallos, ambos necesitaban restauración inmediata. La encargada, en 1999, fue Martha Larrea, a quien le tomó varios meses hacerlo.
El resultado fue impecable.
Inés me entrega las fichas técnicas de los cuadros de Wenceslao; en ellas se observa claramente el antes y el después de las obras.
“Descripión / Luis Sodiro: (alto 100, ancho 87) El científico está sentado, ligeramente inclinado hacia la derecha. Viste el hábito oscuro con botones pequeños, cuello alto, redondo. Tiene el pelo semi calvo, los ojos claros. En la mano derecha sostiene un libro en cuyo cuño se lee... ”. Quedo hasta ahí, no entiendo la última línea. La letra de la restauradora es manuscrita y está muy pegada al borde de la ficha. No obstante, encuentro cierto encanto en que algo no se ‘deje’ descifrar, al fin y al cabo, el cuadro sigue ahí, después de tanto tiempo, después de tantas manos, y eso —sin duda— es suficiente testimonio.
“Un artista que muere en la miseria”
Diario El Telégrafo
(Miércoles, 17 de octubre de 1924)
En la sala San José del Hospital General de esta ciudad, dejó de existir, anteayer, el pintor quiteño Wenceslao Cevallos, Caballero Comendador de la Corona de Italia. (...) Sus cuadros iban al Museo y parecía que el triunfo iba venir. Más en la patria, el artista no fue apreciado en todo su valor, y he aquí que muere solo y pobre en un lecho del hospital. El rey de Italia ha regalado a nuestro Gobierno, una decena de cuadros del artista para nuestro Museo Nacional. Sin duda la memoria de Cevallos, que en vida fue un incomprendido, será glorificada porque “la gloria es el sol de los muertos”.
ONCE
A veces olvido que Wenceslao Cevallos está muerto. Por eso, de vez en cuando siento la necesidad de preguntarle cosas que nadie más podría responder. Reviso por quinta vez la única fotografía que el pintor envió a su familia durante su estancia en Italia, y por más absurdo que parezca, trato de encontrar —en su mirada— alguna respuesta. Ocurre que a veces olvido que Wenceslao Cevallos está muerto y no sé por qué se me cruza, una y otra vez, la siguiente pregunta: ¿En qué soñaba usted, señor Wenceslao —ya no el pintor, sino el hombre— al final de sus días?
DOCE
El 8 de abril de 2013 se planteó la posibilidad de asignar el nombre de Wenceslao Cevallos a una de las calles de El Quinche, para reivindicar la memoria del pintor en su tierra natal. La solicitud fue hecha por su nietos, pero nada se concretó.
Ha pasado casi un año. Es el 30 de enero de 2014 y tengo —del otro lado de la línea— a Luis Gordón, presidente de la Parroquia de El Quinche. Luis dice que si la propuesta no se pudo ejecutar fue porque la mayoría de los moradores —parte de la directiva— no estuvo de acuerdo con que una de las calles más conocidas cambiara su nombre, de un día para otro, ‘por el de un señor del que jamás habían escuchado nada’.
“Yo propuse cambiar, por ejemplo, el nombre de la calle Imbabura o Latacunga, pero los moradores me preguntaron cuál era su historia. Yo les conté —a breves rasgos— que se trató de un destacado pintor quincheño, pero enseguida me preguntaron ¿Y qué hizo por la parroquia? Entonces, claro, los moradores alegan que —teniendo todas las oportunidades que tuvo— al menos hubiese dejado alguna obra a nuestra parroquia, algún legado. Por eso le digo que no es fácil, la gente pone resistencia. Pero yo me comprometo a convocarles, en marzo, a una nueva reunión para explicarles más sobre la vida de este pintor, y que entendamos todos que aquí nació alguien que no merece quedar en el olvido”.
TRECE
Es la segunda vez que reviso la entrevista que el historiador, psiquiatra y genealogista Fernando Jurado Noboa realizó a los nietos del pintor en un programa de televisión. Él es, quizá, el único que se ha dedicado con más atención a indagar sobre su vida y obra. En 2006, a través del Fonsal, publicó un libro titulado “Calles, casas y gente del Centro Histórico de Quito. Protagonistas y calles. De 1534 a 1950”, en el que dedica un apartado entero a Cevallos.
Sin embargo, de toda la entrevista, son las últimas palabras del historiador las que quedan girando en mi mente: “Espero que esta noche nos esté escuchando el personal de la Embajada de Italia. En 15 años de permanencia en Roma, Cevallos tiene que haber pintado no menos de 200 cuadros (algunos reposan en el Museo de Quirinale), los mismos que deben ser investigados. Para el Embajador de Italia sería un honor recuperar esos cuadros. Este maestro del impresionismo no puede quedar en el olvido. Estoy seguro de que el fantasma de Wenceslao Cevallos, desde el lugar donde esté morando, descansando o pintando, debe estar contento de que esta noche lo hemos empezado a recordar”.
CATORCE
Es martes, media tarde. Estoy junto a Alejandro, Napoleón y Marco, los nietos de Wenceslao Cevallos. Todos tienen más de 6 décadas y llevan nombres de emperador (aunque su extremada amabilidad matiza cualquier dureza). Son hijos de Nelson Plinio Sancio Rembrandt Cevallos, el primer hijo del pintor. Los 3 suman, restan, sacan cuentas para dilucidar la fecha en que nació su abuelo; y tras desempolvar los recuerdos de infancia y de ese hombre del que nadie volvió a hablar, ellos dicen estar convencidos de que el esfuerzo por darle un lugar en la memoria de los ecuatorianos no es en vano. Tienen claro su objetivo: hacer una exposición con los cuadros y litografías que logren conseguir con la ayuda de la Embajada de Italia y del Gobierno ecuatoriano; e incluso de la gente que —al leer esta crónica— pueda dar información sobre alguna obra que lleve su firma (incluyendo los de Alfaro).
—“Ahí sí me puedo morir tranquilo, dice Napoleón. Esta se ha convertido en nuestra principal lucha”. Sus hermanos asienten. Sobre la mesa yace el retrato del pintor.
—¿Si su abuelo pudiese escucharlos, qué le dirían?
—“Estamos orgullosos de ti, abuelito, seguiremos luchando”.Lo dicen casi al unísono, como 3 niños que juegan a lo mismo. Un rayo de sol se posa sobre el cuadro y, una vez más, Wenceslao Cevallos los observa desde los colores que un día —él mismo— matizó.